EDICIÓN 193 - JULIO 2015
EDITORIAL

La seducción audiovisual

Por José Natanson

Demonizado por historiadores como Tácito y Suetonio, que lo acusaron de incendiar Roma para reconstruirla a su gusto, y reivindicado entre otros por el poeta Lucano, que destacó su predicamento entre las clases subalternas, la fama de sus circos y su popularidad en las regiones orientales del imperio, Nerón era, según las crónicas de la época, un fanático de la música que en uno de sus frecuentes viajes a Nápoles descubrió la dulzura hipnótica del hydraulis, el órgano a agua inventado por Tsibio de Alejandría, y pensó que con solo tocarlo sus enemigos caerían rendidos a sus pies, idea que después recuperaría Tim Burton para el final de Mars Attacks, en donde los indestructibles alienígenas morían con solo escuchar la repugnante versión de Indian love call de Slim Whitman.

Como sabía bien Nerón, el más populista de los emperadores romanos, el populismo implica siempre una dimensión audiovisual. Históricamente, el origen de los procesos populistas puede rastrearse en la creciente urbanización durante la primera mitad del siglo XX, la presión por la ampliación de derechos sociales propiciada por la industrialización y el temor al avance del comunismo que derivó en soluciones de compromiso policlasistas, con el líder como árbitro de última instancia.

Pero además de estas dimensiones socioeconómicas el populismo tiene como condición de posibilidad un avance eminentemente técnico que a menudo suele pasar inadvertido: el altavoz. Y es que sin la transducción, el mecanismo por el cual las ondas eléctricas se convierten en energía mecánica y la energía mecánica se transforma en ondas de frecuencia acústica, la voz del líder nunca podría llegar a las masas. En su investigación sobre la tecnopolítica del sonido (1), Daniel Gómez López define al altavoz como parte de las “tecnologías sonoras de la convicción”, tecnologías que operan produciendo masa, esto es, sujetos colectivos organizados que componen un conjunto capaz de escuchar al líder y proyectar su fuerza unificada hacia un solo fin.

No es casual que el primer ciclo de populismos latinoamericanos coincidiera con el auge de la radio y el cine y un poco más tarde de la televisión, de la que pronto se convirtieron en grandes impulsores. El mexicano Lázaro Cárdenas, por ejemplo, utilizó la flamante Ley de Vías Generales de Comunicación, que le permitía al Estado emitir sus mensajes en todas las emisoras privadas por simple orden del presidente (antecedente directo de la cadena nacional), para anunciar la estatización del petróleo de octubre de 1936. Getulio Vargas, preocupado por la desarticulación identitaria de su país-continente, construyó un “nacionalismo musical” brasilero a través de los medios de comunicación, y Perón concretó junto a Jaime Yankelevich la primera transmisión televisiva de la historia argentina (el festejo del 17 de octubre de 1951), inauguró el Festival de Cine de Mar del Plata y se casó con una actriz de radionovelas.

En suma, el populismo, tanto en su versión crítica a lo Mario Vargas Llosa como en su deriva apologética a lo Laclau, es audiovisual. El liberalismo, en cambio, es letrado, no porque sus referentes sean más escolarizados ni más cultos ni más leídos, sino porque se trata de una corriente ideológica que nace en el siglo XVIII o XIX, en simultáneo con la expansión de la prensa gráfica del debate de ideas, cuando la radio y la televisión no existían. Por eso la mejor analogía del líder populista no es la del padre de familia ni el general del ejército sino la del director de orquesta, que además de controlar a sus músicos y cautivar el oído gobierna los cuerpos del público: por eso la gente tose, se mueve y se despereza en los intervalos.

Audiovisualidad

Desde el inicio de su gestión, el kirchnerismo desplegó una amplia estrategia audiovisual, al principio de manera más azarosa y accidentada y luego, desde la llegada de Cristina al poder, más sistemática y coherente. Sus artífices son dos profesionales de la imagen: Tristán Bauer, creador del canal Encuentro y actual titular del sistema nacional de medios públicos, y Javier Grosman, responsable de los festejos del Bicentenario y Tecnópolis. “De nuevo ella con su Bicentenario”, cuenta Máximo que se burlaban con Néstor cada vez que Cristina les hablaba de la preparación del festejo de los 200 años del 25 de Mayo (2), acontecimiento que según la investigadora Ana Wortman se convirtió en el número artístico más masivo de la historia argentina (3).

En este aspecto, el ex presidente carecía de la intuición de Cristina, mucho más sofisticada a la hora de entender la importancia de la dimensión simbólica en la construcción política, tal como demuestra el hecho de que incluso en momentos dramáticos, como sucedió con la muerte de Néstor, el gobierno no descuidó la escena, consciente de que el velorio de un líder popular no es nunca un asunto privado de la familia sino un acontecimiento colectivo en el que la sociedad tiene derecho a expresar su dolor, y que el Estado debe proveerle un ámbito adecuado para hacerlo, como sucedió con los pocos “velorios de masas” de la historia argentina: Yrigoyen, Evita, Perón y Alfonsín.

Tras doce años en el poder, el relato audiovisual del kirchnerismo resulta fácilmente identificable, como sucede con el del primer peronismo. En efecto, cualquier argentino semi-politizado podrá reconocer fácilmente una propaganda de la Fundación Evita, una emisión de Sucesos argentinos o los discursos (el paternalismo ronco de Perón o las inflexiones melodramáticas de Evita) como característicos de los primeros gobiernos peronistas, que adoptaron a su vez trazos estéticos de la monumentalidad fascista y socialista de entreguerras, del mismo modo que hoy puede identificar en Tecnópolis, Encuentro o las fiestas tipo Bicentenario la cruza de peronismo territorial con progresismo cultural que caracteriza al tardo-kirchnerismo cristinista.

En cambio, resulta difícil establecer una estética del yrigoyenismo, el alvearismo o el alfonsinismo. ¿Qué dirigente radical se animaría a vestir un edificio sobre la Avenida 9 de Julio con un retrato de, digamos, Alem o Yrigoyen? Ni siquiera se trata de animarse; simplemente no se les pasaría por la cabeza. Incluso Alfonsín, el más populista de los líderes radicales, careció de una estética a la altura de su épica transformadora, aunque no de un relato letrado capaz de sostenerla argumentativamente (hasta donde fue posible), que puede resumirse en dos hitos: el rezo laico del Preámbulo de la Constitución durante la campaña de 1983 y el discurso de Parque Norte de 1985, la pieza de oratoria política más importante desde la recuperación de la democracia.

ShowMatch

Tan consciente como Cristina del poder de la imagen pero con inclinaciones estéticas ciertamente diferentes, Daniel Scioli, ubicado en el centro de la campaña para las elecciones de octubre, también viene desplegando una estrategia de seducción audiovisual, que mezcla los mega-recitales populares con el martilleo constante de su publicidad televisiva, por ejemplo la que promociona la jura de 18 mil nuevos policías marcialmente encuadrados en el centro recreativo de la Bonaerense en Ezeiza.

Mucho antes de candidatearse a la presidencia, Scioli ya lo sabía. Al fin y al cabo, el origen de su fama se remonta al día en que se le ocurrió convencer a Alejandro Romay, amigo de su familia y director del exitoso Canal 9, de transmitir las carreras offshore bajo la idea de que son “la Fórmula 1 del agua” (4). Quienes lo conocen dicen que Scioli habla a través de la imagen, y por eso en lugar de escribir o hacerse escribir uno de esos bodrios cargados de buenas intenciones que suelen publicar los políticos en campaña decidió recorrer su biografía en un libro… de fotos.

Pero, como él mismo dice, ha llegado el momento de dejar de subestimarlo. En su investigación sobre peronismo y cultura de masas (5), Matthew Karush sostiene que parte de la eficacia simbólica del primer peronismo se explica por la capacidad de Perón y Evita de hablarle a la sociedad con categorías que ya habían sido fijadas previamente por la industria cultural a través de la música, el cine y la radio: el discurso maniqueo rico-malo/pobre-bueno, la hostilidad de la gran ciudad hacia los migrantes internos y la dicotomía barrio-centro, entre otros tópicos de época, habían sido transitados previamente por el tango, la canción criolla, las primeras películas del cine nacional y, sobre todo, los radioteatros. En cierto modo, la industria cultural preparó a las masas para la llegada de un líder que, por primera vez, les habló en su propio idioma.

La cultura de masas actual está dominada por la televisión y sobre todo, frente a un cable que sigue siendo un reducto de minorías intensas, por el prime time de los canales de aire. En los últimos meses, Scioli pasó por los programas más importantes: 678, donde convenció al kirchnerismo sunnita de su voluntad reformista; Intratables, donde esquivó con elegancia las chicanas, y ShowMatch, donde se movió en pantuflas, como en su casa. Y es que Scioli es muchas cosas pero es sobre todo un líder catódico. Su territorio, más que la Ciudad de Buenos Aires de sus inicios en la política o la provincia de los últimos ocho años, son las 48 pulgadas de los plasmas que brillan en las casas argentinas gracias al Ahora 12 kirchnerista. Si algo demostró la decisión de Cristina de convertirlo en el candidato único del Frente para la Victoria es que la construcción territorial y el esfuerzo de la militancia pueden ser útiles para apuntalar a un gobierno pero no alcanzan para ganar una elección: para eso se necesitan dos T, territorio y televisión.

Es en este sentido que Scioli pude ser visto como un producto social, resultado de la demanda de moderación de amplios sectores de la sociedad tras doce años de montaña rusa kirchnerista y del sentido común de la cultura de masas creado por la televisión. Y es, también, un líder estacional, que hiberna con el frío y recupera su brillo en verano, con el aguinaldo, Mar del Plata repleta de turistas, los recitales gratis y el boom de consumo (rabas para todos). Como las elecciones son en octubre, probablemente ya va a hacer calorcito. También en eso Scioli tuvo suerte.

1. En “Tecnopolítica del sonido: del instrumento acústico a la antropotecnia sonora”, Departamento de Antropología Social, Universidad Autónoma de Barcelona.
2. Néstor Kirchner. La película, de Paula de Luque, 2012.
3. En el capítulo incluido en Carlos Gervasoni y Enrique Peruzzotti (eds.), ¿Década ganada? Evaluando el legado del kirchnerismo, Debate, 2015.
4. Pablo Ibáñez y Walter Schmidt, Scioli secreto, Sudamericana, 2015.
5. Matthew Karush, Cultura de clase. Radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920-1946), Ariel, 2013.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Edición JULIO 2015
Destacadas del archivo