EDICIÓN 221 - NOVIEMBRE 2017
EDITORIAL

¿Y si funciona?

Por José Natanson

¿Qué hará Mauricio Macri ahora que finalmente es libre?

¿Libre? Aunque Cambiemos no cuente con quórum propio en la Cámara de Diputados y siga siendo minoría en el Senado, los resultados de las legislativas confirman su primacía como fuerza política nacional, su ventaja en los principales distritos y su capacidad para derrotar a casi todos los líderes emergentes de la oposición. Sometido al test incontestable de las urnas, el gobierno venció a Cristina Kirchner y consolidó la expectativa de reelección presidencial, las dos pruebas que debía superar para garantizar la gobernabilidad en el mediano plazo.

Por eso la pregunta ya no es el grado de fortaleza del gobierno sino qué hará con ella. ¿Tendremos un macrismo antes y otro después del 22 de octubre? Por supuesto que los resultados electorales, en la medida en que alteran la correlación de fuerzas, modifican el vínculo con la sociedad e incluso inciden en la autoestima de los líderes, alteran los procesos políticos. Sin embargo los funcionarios macristas aseguran que no hay que esperar un giro dramático sino apenas una “profundización del cambio”. Y mencionan las tres reformas que tienen entre manos: la laboral, la impositiva y la previsional.

Un breve repaso ayuda a entender esta perspectiva.

En materia laboral, los planes incluyen nuevos programas de capacitación, un amplio blanqueo y una rebaja de aportes y contribuciones. El primer aspecto, aunque necesario y positivo, suele dar resultados acotados: descansa en la idea de que los problemas de empleo resultan de un desacople entre una economía que demanda ciertas habilidades que la fuerza laboral no tiene, algo que puede ser cierto en algún sector puntual (la dichosa falta de ingenieros) pero que en modo alguno resuelve cuestiones que son más estructurales. El blanqueo, en cambio, puede ayudar a formalizar a los trabajadores informales, sobre todo si hay expectativas de crecimiento, y de hecho se implementó con éxito en dos ocasiones durante el kirchnerismo. Por último, el recorte de aportes se prevé acotado a la creación de nuevos puestos y a la renegociación de algunos convenios sectoriales, como en las industrias metalmecánica y automotriz y en la construcción, siempre con acuerdo de los sindicatos. En suma, la reforma apunta a bajar los costos laborales sin emprender transformaciones globales que incluyan por ejemplo cambios en la ley de contrato de trabajo o la modificación de los estatutos que protegen a los trabajadores del sector público, entre ellos el docente.

La reforma tributaria, el segundo ítem de la agenda, incluiría una disminución progresiva de los dos impuestos más distorsivos del sistema: el impuesto al cheque, que podrá ser tomado a cuenta del impuesto a las ganancias, e Ingresos Brutos, para cuya disminución el gobierno presionará a los gobernadores en el marco de una nueva Ley de Responsabilidad Fiscal orientada a congelar los gastos de los Estados provinciales. En rigor, la principal innovación tributaria del macrismo fue decidida de un hachazo apenas asumió el poder, cuando se anunció la quita o disminución de retenciones, lo que redundó en una baja del peso relativo de los impuestos más progresivos y un aumento de los tributos regresivos, comenzando por el IVA (1).

Por último, la reforma previsional contemplaría la posibilidad de posponer la fecha de jubilación pero de manera voluntaria o en caso de no contar con los años de aportes reglamentarios, así como un sistema de capitalización complementario administrado por las cajas profesionales o la ANSES. Para quienes no cuenten con los aportes suficientes rige ya una pensión universal equivalente al 80 por ciento de la jubilación mínima. Todo esto profundizaría la segmentación entre los jubilados que aportaron más y aquellos que, por sufrir condiciones de empleo precario, no cuenten con los años necesarios, que se verán obligados a seguir trabajando para llegar al mismo monto. Además, la pensión universal reemplazará a las moratorias que ahora permiten acceder a la mínima, lo que redundará en una baja de haberes: 5.115 de la pensión contra 6.394 de la jubilación mínima.

En suma, el reformismo macrista no contempla una propuesta de flexibilización laboral integral, un aumento de los impuestos al consumo o una reprivatización previsional, lo que no quiere decir que carezca de rumbo: las tres reformas ratifican la orientación neoliberal de un gobierno que se ha revelado audaz y moderno a la hora de gestionar la política pero que no muestra la misma capacidad innovadora respecto de la economía, que sigue girando en torno a los imperativos clásicos del déficit fiscal, la competitividad y la desregulación, con poco espacio para discutir la innovación productiva, el modo de inserción en los procesos de globalización y el resto de las variables que componen lo que incluso los militantes del monetarismo sunnita definirían como “modelo de desarrollo”.

Llegado al poder en circunstancias de normalidad y no de crisis, el macrismo juega su apuesta refundacionista, común a cualquier gobierno con un mínimo de autoestima, en el mediano plazo, lo que permite en el camino detectar ciertos trazos de continuidad con experiencias anteriores, incluyendo la kirchnerista: aunque el ejemplo más claro es el de las políticas sociales, que prolongaron el generoso entramado de protección creado en la década pasada sin agregar nada nuevo pero sin desmontarlo, la continuidad se verifica también en la política educativa, cuya mayor innovación ha consistido en cancelar la paritaria nacional docente, e incluso en cuestiones económicas como la gestión de la AFIP, a cargo del mismo funcionario que la lideró durante el primer lustro del kirchnerismo. El hecho de que tanto el macrismo como el kirchnerismo se nieguen a reconocer que se parecen no en mucho pero sí en algo se explica por una cuestión de conveniencia táctica pero sobre todo de cultura política.

Como sea, la velocidad crucero que el gobierno ha decidido imprimirle a su gestión obliga a una mirada más sofisticada del actual estado de cosas. Insistamos: no se trata de que el macrismo carezca de orientación, sino de que sus métodos, ritmos y herramientas resultan novedosos. Quienes venimos advirtiendo sobre la tendencia a subestimar al macrismo como fenómeno político quisiéramos llamar la atención ahora sobre el error de pintar un paisaje de trazo grueso: el momento político exige aproximaciones menos impresionistas y más naturalistas.

En este contexto, la oposición enfrenta un desafío mayúsculo. Si uno de los grandes aciertos del gobierno fue operar una desconexión entre la situación socioeconómica inmediata de una parte considerable de la sociedad y su comportamiento político, logrando que un sector del electorado lo apoye a pesar de un año malo, la oposición, en particular la peronista, debe explorar formas más asertivas de describir lo que ocurre. Y en este sentido parece difícil que el peronismo pueda recomponerse denunciando el ajuste contra un pueblo que ha optado por no acompañarlo, lo que no quiere decir que el ajuste no exista sino que no tiene las características terminales –“todos vamos a morir”– que se le atribuyen (o que, si las tiene, la sociedad todavía no las percibe, lo que en términos políticos, donde lo que importa no es tener razón sino votos, viene a ser lo mismo).

Porque además, y este último punto resulta crucial, no es verdad que el neoliberalismo, siempre, en todo tiempo y lugar, inevitablemente, fracase. El desastroso impacto en el largo plazo de las dos experiencias más conocidas de reforma neoliberal tiende a ocultar el hecho de que fueron, durante muchos años y por recurrir a su adjetivo favorito, exitosas: Ronald Reagan y Margaret Thatcher asumieron en un contexto de crisis del modelo estadocéntrico de la posguerra y tras una serie de decisiones draconianas consiguieron bajar la inflación, recuperar el crecimiento y, en una primera etapa, reducir el desempleo. La otra revolución conservadora emblemática, la chilena, habilitó dos décadas y media de crecimiento y una reducción de la pobreza. La conclusión es clara: aunque produce sociedades más desiguales, individualistas y excluyentes, menos solidarias y más egoístas, el neoliberalismo, con crecimiento y buenas políticas sociales, puede bajar la pobreza. Como sostiene Alejandro Grimson, la idea de que todo neoliberalismo termina en un 2001 es sencillamente falsa (2).

El veredicto popular produjo un desplazamiento del foco político. Si hace dos años la incertidumbre giraba en torno a la posibilidad de que el macrismo ganara las elecciones, y si hasta el 22 de octubre la duda consistía en su capacidad para garantizar la gobernabilidad, hoy el debate se condensa en una pregunta inquietante: ¿y si funciona? Por supuesto que el endeudamiento externo tiene un límite y que las consecuencias socialmente regresivas del programa económico en algún momento se harán insoportables, pero ¿qué pasa si el gobierno consigue reducir gradualmente el défict fiscal, disminuir la necesidad de endeudamiento, atraer inversión privada para empujar a los sectores dinámicos de la economía y relanzar el crecimiento? ¿Y si además, como en Chile, consigue reducir (un poco) la pobreza? Aunque el modelo macrista es insustentable en el largo plazo (3), nada indica que no pueda funcionar durante media o incluso una década, y en el camino cambiar Argentina. 

1.Francisco J. Cantamutto y Martín Schorr, “Rumbo claro, límites crecientes”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur N° 215, mayo de 2017.

2. “¿Por qué arrasó?”, Revista Anfibia.

3.Claudio Scaletta, La recaída neoliberal. La insustentabilidad estructural del modelo macrista, Capital Intelectual, 2017.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Edición NOVIEMBRE 2017
Destacadas del archivo