INSEGURIDAD, POBREZA, VIOLENCIA Y DESENCANTO POLÍTICO

Desafío electoral en el Congo

Por Tristan Coloma*
A casi un mes de las elecciones presidenciales del 28 de noviembre pasado en la República democrática del Congo, aún no se han publicado los resultados definitivos. Marcados por las acusaciones de fraude, estos comicios son el reflejo de una sociedad donde la corrupción y la violencia están a la orden del día.
(Eric Feferberg/AFP)

Kinshasa, tristeza de asfalto, laterita y miseria, deja oír los gemidos de la calle hambrienta, de la ciudad que padece la urgencia de sobrevivir. El pasado jueves 13 de octubre, en el bulevar 30 de Junio de la capital de la República Democrática del Congo (RDC), la ciudad se preparaba para una nueva jornada de tensión (1). A un mes y medio de los comicios presidenciales y legislativos que se preveían para el 28 de noviembre pasado, la Unión para la Democracia y el Progreso Social (UDPS), principal partido de oposición, organizaba su marcha semanal de protesta. Con un fervor casi religioso, frente al correo, unos cincuenta partidarios, enfrentados por policías armados, cantaban a todo volumen “¡Combatientes hasta la muerte!”.
Con rapidez, las tropas arremetieron contra los manifestantes. Los policías lanzaron al unísono la misma orden a los periodistas: “¡Bolongwa wana, bolongwa wana!” (“¡Apártense, apártense!”). Siguieron ráfagas de disparos de dispersión –por suerte al aire, ese día–, gases lacrimógenos y brutalidad. Los cueros cabelludos explotaron, los civiles cayeron. En medio de la violencia, una nerviosa voz protectora se alzó en dirección a las fuerzas del orden, seguras de su impunidad: “¡Tikaye, tikaye, press!” (“¡Déjenlo, déjenlo, es periodista!”).
En este período electoral, el régimen del presidente Joseph Kabila Kabange, electo en 2006, no respetó el derecho de manifestar. Y está lejos de ser el único derecho burlado. El 7 de noviembre, el gobierno congoleño prohibió nuevamente un canal de televisión opositor, Radio Televisión Lisanga (RLTV); la víspera, este canal había transmitido un comunicado de Etienne Tshisekedi, candidato al cargo supremo y figura histórica de la vida política local, en donde incitaba a sus partidarios a “derribar las puertas de las prisiones” para liberar a los manifestantes encarcelados de la UDPS. Esa intolerancia relativiza las intenciones que exhibió Alexis Thambwe, el ministro congoleño de Relaciones Exteriores, quien, durante una entrevista con su homólogo belga Steven Vanackere, realizada en Nueva York el pasado 22 de septiembre, aseguró: “Queremos probar que somos capaces de organizar elecciones que puedan ser un modelo para el continente”. Pero la consigna machacada por el presidente congoleño, “Por elecciones libres, transparentes y pacíficas”, se parece más a un mito que a una realidad.
Por cierto, el Presidente puede enorgullecerse de una tasa de crecimiento anual del 7%, una inflación “controlada” del 22,9% por año y una deuda externa casi extinguida tras haber cumplido todas las condiciones de la iniciativa Países Pobres Muy Endeudados (PPME) (2). Además, los cinco puntos que configuraban el programa de Kabila en los comicios de 2006 (3) (infraestructuras, empleo, acceso al agua potable y a la electricidad, educación y salud) efectivamente se pusieron en marcha, pero sin resultados convincentes.
¿Los congoleños vieron mejorar su nivel de vida? La tasa de desempleo alcanza el 90%, tan sólo un niño de cada dos está escolarizado, tres cuartas partes de los habitantes viven por debajo del umbral de pobreza y cerca del 58% de la población no come lo suficiente. En 2011, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ubicó a la RDC en el último lugar en la clasificación 2011 de países según su índice de desarrollo humano. Lo cual no parece desestabilizar al jefe de Estado, quien el 14 de septiembre pasado se comprometió en una prosopopeya profética en Kingakati-Buene: “Hoy les prometo hacer del Congo un país emergente y, con vuestra ayuda y la ayuda de Dios, así será”. Para lograrlo, habría incluso que mostrarse financieramente responsable. Pero en ese aspecto el gobierno fue sancionado una vez más: la Fundación Mo Ibrahim (4), al evaluar la buena gestión de 53 países africanos, acaba de ubicar a la RDC en el puesto 50º.
En una choza, al borde de una piscina del Grand Hôtel de Kinshasa, la orquesta acompaña las conversaciones con la ejecución de un tango que inspira al abate Apollinaire Malu Malu a brindar un discurso lúcido e intrépido. El ex presidente de la Comisión Electoral Independiente –de 2003 a febrero de 2011– bailó durante mucho tiempo un pas de deux republicano con el mundo político. Su conclusión resuena junto con la melancolía del bandoneón. “Hay una verdadera crisis, lo que se hizo desilusionó a la población”. Franck Mériaud, analista francés que vive en RDC, agrega: “El Estado rengo es de tipo leopoldino con sus dos grandes muletas: la depredación y la opresión. El pueblo no espera nada del Estado ni de la política institucional”.
Y el abismo entre el pueblo y sus representantes sigue profundizándose. Así lo atestigua el voto, en enero pasado, de una revisión constitucional que limita la elección de presidente a una sola vuelta (5). Kabila, que se beneficia con el relevo de la administración y el apoyo de once gobernadores de provincias, todos de su partido –el Partido del Pueblo para la Reconstrucción y la Democracia (PPRD)–, intenta así asegurarse su reelección frente a una oposición incapaz de federarse. Quienquiera que sea el vencedor del escrutinio del 28 de noviembre, el futuro presidente podrá ser elegido con menos del 50% de los sufragios emitidos: ¿de qué legitimidad podrá gozar para garantizar la unidad del país?

Violencia e inseguridad

La ruptura es manifiesta sobre todo en el Este, que constituyó el apoyo más importante a Kabila en la elección de 2006. El candidato había centrado su mandato en la pacificación y reconstrucción de un país arruinado por dos guerras (1996-1997, 1998-2003). Si puede creérsele al jefe de Estado quien, en su discurso del pasado 14 de septiembre en Kingakati-Buene, afirmó que ya no hay “incendios en el Este, tan sólo algunas hogueras”, las revelaciones de un ejecutivo de la ex Misión de las Naciones Unidas en el Congo (Monuc) –que finalizó en 2010– traicionan la agnosia presidencial: “¿Qué país pos-conflicto puede reivindicar la muerte de 385 soldados por año? Desde los shege (niños de la calle) o los kuluna (bandidos de Kinshasa) pasando por los que cortan los caminos y los chantajistas en el campo, hasta los grupos armados en el Este, la población vive en permanente inseguridad y regularmente es víctima de exacciones de todo tipo”. En primer lugar, las violencias sexuales. Al respecto, las cifras varían de 1 a 25. Las Naciones Unidas estiman sus víctimas en 16.000 mujeres, pero un estudio de la revista The American Journal of Public Health lleva ese número a 400.000 tan sólo en 2006-2007 (6). Los enfrentamientos armados arrojarían también más de 1.700.000 víctimas civiles en los caminos (7).
En este contexto, asegurar el correcto desarrollo de los comicios constituye un desafío. Sin embargo, la población, que fue privada de sus derechos cívicos durante los treinta años de dictadura del mariscal Joseph Mobutu y la década siguiente, decidió involucrarse a través de asociaciones, organismos comunitarios, agrupaciones profesionales, sindicatos, órdenes religiosas, prensa, etc. Son miríadas de movimientos que gravitan en torno a los partidos políticos y se atribuyen los nombres más pintorescos y los campos de acción menos probables: “Las mamás kabilistas por la paz”, “Los aficionados al fútbol de salón kabilista”, etc. Algunos observadores tienen en cuenta cerca de medio millón de asociaciones de todo tipo; la Misión de Estabilización de la Organización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (Monusco) –que sucedió a la Monuc– catalogó 3.000, con un estatuto oficial o en fase de inscripción. Si, como recuerda el sociólogo François Polet, “la abundancia de asociaciones no impidió ni la perpetuación de la arbitrariedad en la política ni la agravación de los niveles de pobreza y desigualdad social” (8), ese dinamismo da prueba de la capacidad de resiliencia de la sociedad congoleña.
En Goma, a orillas del lago Kivu, en el minúsculo local del Baraza La Wazee (el Consejo de Sabios), se sientan humildemente, en sillas destartaladas, los diez representantes de las etnias de la provincia de Kivu del Norte. El Baraza –que designa al ‘árbol de la palabra’ en swahili– fue iniciado en 1993 por los “Gandhi de Kivu del Norte” (9) para evitar que la ciudad se incendiase. Una vez que cada uno se instaló, lo exiguo de la pieza apenas hubiera permitido que un bonsái se desarrollase. Sin embargo, los miembros del consejo aseguran posicionarse como “la iglesia en medio de la aldea”. Deo Tusi Bikanaba, vicepresidente del Baraza La Wazee, estima que, en las elecciones, la seguridad constituye el mayor de los desafíos: “Hemos querido sensibilizar a la población para que ejerzan su libre arbitrio. Debido a la presencia de grupos armados que tienen su propio candidato, los concurrentes no pueden acceder a ciertos territorios. Dichos elementos no están controlados y permiten que haya grupos que imponen a un candidato. He aquí por qué la resolución de los conflictos y la pacificación de la región se revelan tan importantes, y por qué en Kivu del Norte el Baraza juega un importante rol en el proceso electoral”.

Desafíos técnicos

Los problemas comenzaron en la fase de “empadronamiento electoral” –es decir, la constitución de listas y la entrega de tarjetas para votar–. Las diferencias entre el número de inscriptos en el padrón electoral según las provincias crean dudas entre la población. La Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI) censó a 32.020.000 votantes contra 25.700.000 cinco años antes, es decir un aumento del 25%, superior al crecimiento demográfico. Y en particular, las zonas consideradas favorables al presidente saliente son las que aumentaron más… Además, cuando se publicaron los padrones, la asociación Actuar para unas Elecciones Transparentes y Tranquilas (AETA) constató más de 119.941 irregularidades. (10). Pero las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) locales también se favorecerían con las inscripciones. “Decepcionados por la política a escala nacional, muchos congoleños ya no querían la tarjeta para votar. La Nueva Sociedad Civil Congoleña [NSCC, una red de asociaciones de defensa de los derechos humanos] organizó una campaña sobre el terreno para incitar a la gente a votar –relata Ganéli Nkongolo, quien representa al Frente Común de Congoleños en Lucha contra la Balcanización (FCCB) en el seno de la NSCC–. Resultado: tan sólo en la ciudad de Kinshasa se pasó de 2.500.000 a 3.200.000 votantes. Sin la intervención de la sociedad civil, la tasa de empadronamiento hubiera disminuido fuertemente”.
Más allá del desafío técnico, estas elecciones se convierten en un rompecabezas logístico: las urnas proceden de Alemania, los cuartos oscuros de Líbano, los kits electorales de China, las boletas de Sudáfrica. Luego hay que distribuirlos en 62.000 colegios electorales, en un territorio del tamaño de Europa Occidental, con muy pocos aviones y caminos inexistentes, o casi.
En el hotel Memling, Jérôme Bonso, el presidente de AETA, defendió durante una conferencia pública la evaluación técnica del trabajo de la CENI que su organización acababa de realizar. Su fervor de titiritero contrasta con el ambiente confortable del palacio de Kinshasa. “Está bien creer que se pueden respetar los plazos electorales, pero no basta la fe del pastor Daniel Ngoyi Mulunda [presidente de la CENI]. La CENI es una cocinera a quien no hay que pedirle demasiado. No se tuvieron en cuenta los cortes de electricidad y demás problemas técnicos de gran repercusión. Si la cocinera recibe tarde los productos del mercado, la comida no será rica o no estará lista a tiempo”. Su arenga da en el blanco porque también se cuestiona la independencia de la institución. Georges Tshionza, el secretario general del Servicio de Refuerzo de los Apoyos a las Comunidades de base de África Central (Seracob), comparte esas reservas. Creado en 1993, el Seracob agrupa a las ONG que promueven la experiencia técnica de las asociaciones. “Ya prevenimos a la CENI –señala– que el proceso electoral tal como está llevado a cabo no obtendrá un resultado aceptable. La Asamblea Nacional, el Senado y el Presidente son sus responsables. La CENI debería componerse de personalidades independientes, pero cuando la sociedad civil propuso quince candidatos realmente independientes, se los rechazó”. Una amargura tan estimulante como una nuez de Kola para los militantes de una democracia en construcción.

El individualismo como obstáculo

En la redefinición de la vida política congoleña y el necesario aprendizaje de la búsqueda del interés general, pervertido por los años de dictadura, esta movilización de las asociaciones constituye una etapa indispensable. Hay quienes llegan incluso a evocar la “Primavera Árabe” como fuente de inspiración. “En 2006 –recuerda el abate Malu Malu–, la población hacía turismo electoral y estaba persuadida de que, tras las elecciones, todo iba a cambiar. Ahora hemos comprendido que la vida democrática es un proceso que tiene lugar antes, durante y después de los comicios”. Pero la urgencia social y las carencias del sistema educativo generan una forma de “analfabetismo político” que impulsa a la población hacia una religiosidad reconfortante, tranquilizadora y desresponsabilizante.
La comuna de Bumbu, en Kinshasa, parece instalada sobre un basural a cielo abierto donde calles ficticias son obstruidas por carcasas de autos abandonados a la lenta destrucción de un tiempo inmóvil, estancado como el agua corrompida que, incluso en las casas, forma parte de la familia. Allí la electricidad está tan ausente como el Estado. Es un terreno propicio a la implantación de empresas esperanzadoras, como la Iglesia del Despertar “Tierra Prometida”, donde el “big profeta” Michée, con su traje azul de dandy, predica detrás de su pupitre adornado de falsas reliquias y un arreglo de flores de plástico “made in China”. A pesar del desperfecto del grupo electrógeno y la falta de música, el pastor apostrofa con prestancia a sus ovejas adormecidas bajo el techo de chapas recalentadas por el sol. También aquí los comicios ocupan el centro de la prédica. “Si el país sigue siendo laico, no puede haber elecciones pacíficas. Recemos por estas elecciones. ¡Aleluya! La ofrenda es la llave que abre la puerta de la alianza con Dios. Amén”. La Iglesia del Despertar es una empresa con fines de lucro, donde la Biblia es un medio capitalista. No hay que engañarse: el profeta no transforma el agua en vino y aun menos las ofrendas en dividendos. Ninguna bendición general, sino profecías personalizadas, otorgadas contra múltiples retribuciones, lo que prueba el flagrante individualismo de la sociedad. “Incluso en la esfera familiar ya no existe solidaridad voluntaria”, nos explica Mériaud, que desde hace treinta años reside en el Congo. Según Michel Luntumbue, encargado de investigación en el Grupo de Investigación e Información sobre la Paz y la Seguridad (GRIP), la sociedad congoleña “tiende a la fragmentación o a comunitarismos que contrarían la formación de movimientos sociales coordinados y permanentes” (11).
En la oficina de la NSCC en Kasa-Vubu, más de trescientas personas escuchan el discurso del coordinador transmitido mediante un megáfono que conoció demasiadas horas de exhortación. Allí también, al pie del Estadio de los Mártires, el sonido y las cuerdas vocales del orador son víctimas del eclipse del hada electricidad. Después de todo, el objetivo del lanzamiento de la campaña de educación cívica de la NSCC, ¿no es alentar a los ciudadanos a alzar la voz para que los escuchen los políticos? Frente a una platea de unos pocos candidatos a la diputación nacional y una muy solitaria cámara de televisión, Jonas Tshiombela se muestra intransigente: “Queridos candidatas y candidatos, nuestra boleta en la urna en vuestro favor tiene ese precio. ¿Lo sabían? El pueblo congoleño ya no necesita discursos vacíos. Ahora vuestras camisetas, cervezas y demás prebendas ya no podrán seducirnos. Están al mismo tiempo advertidos e interpelados. La población espera vuestro firme compromiso para elecciones libres, democráticas, transparentes y pacíficas”.
Las alegaciones de corrupción contra parlamentarios avanzan a buen ritmo. La prensa denuncia regularmente a aquellos que negocian sus votos. “Para votar una ley, el gobierno corrompe a los diputados, es un escándalo”, se rebela Tshionza. Por lo tanto, no causa asombro que los partidos políticos broten como hongos tras la lluvia, en un desorden difícil de controlar. Si la democracia se midiese por su número, la RDC caracolearía en el primer puesto del palmarés mundial: ¡se cuentan 417! Y a menudo adquieren existencia sólo al momento de las elecciones. Así, para las legislativas la CENI registró 18.386 candidatos para 500 escaños. Tan sólo el distrito de Tshangu en Kinshasa propone 1.548 candidatos para proveer quince puestos. Josiah Batabiha Bushoki, ex ministro provincial de Agricultura de Kivu del Norte, brinda su interpretación del fenómeno: “La política es un mercado donde hay empleo con un salario que uno mismo garantiza, ya que son los diputados quienes votan su propia remuneración. Todo el mundo quiere ir al mismo comedero sin la mínima preocupación por ayudar a que la patria se recupere”. La sociedad civil se erige pues en “demófilo” [amigo del pueblo] para defender el interés colectivo frente a una clase dirigente venal.
“Ya en 1997 la diáspora congoleña, que había regresado con la intención de participar en el ejercicio del poder, mostró sus debilidades acaparando los recursos. Fue calificada como diaspourrie (diáspora corrupta), recuerda Jean-Claude Mashini, director adjunto del gabinete del Primer Ministro. Utilizó las armas clásicas del tribalismo, pero, contrariamente a lo que se practica en las tribus, nunca redistribuyó los recursos. Cuando Mashini recibe a alguien en su oficina, se instala en un elegante sofá y no abandona su “bastón de peregrino”, como le gusta calificar al cetro que le fuera entregado en una ceremonia tradicional. “Lo obtuve en ocasión de uno de mis viajes a Bandundu, mi región natal –explica–. Uno de los jefes locales me entregó este bastón, expresión de la adhesión de las poblaciones al poder que simboliza. Me señalaron que este bastón, que recuerda mis orígenes, podía ser discriminante, pero es sobre todo signo de adhesión a los valores. Es como la corbata que uso, es roja porque representa mis afinidades políticas.”
La búsqueda del equilibrio identitario dio origen a la tradición congoleña de los gobiernos de unidad nacional, que a veces se revelan frágiles. Las identidades étnicas son hilos que los actores políticos manejan con facilidad –una forma de clientelismo electoral–. El voto por un “hermano” se explica por el extendido sentimiento de que sólo se puede estar representado por alguien del mismo origen que el propio. Además, frente a las dificultades cotidianas, se intenta saber qué es lo que puede ganarse personalmente al votar por uno u otro.

Necesidad de una refundación

Sin embargo, parece que en la República Democrática del Congo la fuerte connotación tribal del voto tiende a relativizarse sobre un fondo de nacionalismo vacilante. Por definición, los once candidatos a la presidencia no pueden representar a las 365 tribus con que cuenta el país. Además, los congoleños siguen siendo mendigos de sus propios derechos. Por esa razón, se trata sobre todo de encontrar “un héroe que sepa defender al país, dar de comer a la gente y hacerse oír a nivel internacional –descifra el historiador congoleño Jean-Marie Mutamba–. Se necesita un elombe [hombre valeroso, en lingala] para limpiar los establos de Augias [eliminar la corrupción y restablecer el orden]”. Según el politólogo Philippe Biyoya, las actuales incertidumbres “están vinculadas a nuestro acceso no preparado a la independencia. Los congoleños abrazaron la democracia sin una cultura democrática. Aquí, estamos en instancia de refundación tanto del Estado como de la sociedad, de manera que ambos no pueden encontrarse”.
La reconciliación entre política y sociedad era, sin embargo, una de las mayores apuestas de la Constitución de 2006. Pero las elecciones locales que debían mostrar a la población que la gestión de la cosa pública los concernía directamente, nunca tuvo lugar. Deberían organizarse para marzo o abril de 2012, pero el presupuesto nunca fue votado.
Por más que el sol se levante sobre Bukavu antes de despertar a Kinshasa, hoy, la lluvia tropical se hincha como un pitón ahíto tras haber devorado las ruinas de una ciudad decrépita. Implacable, no libera de su húmedo abrazo la sala de conferencias donde están reunidos los actores de la sociedad civil de Kivu del Sud. Las trombas de agua golpean la cubierta del techo de plástico, y hacen inaudibles los intercambios en las mesas redondas sobre la seguridad en período electoral. La moderadora propone criticar un documento que enumera las actividades propuestas (foro con candidatos a diputados, diálogo social sobre la securización de las elecciones, debate sobre el tema “la violencia sexual y otros tipos de molestias [sic] y discriminaciones de las que son víctimas las mujeres”, etc.) Pero cuando los ponentes emiten sus recomendaciones, el coordinador provincial de Kivu del Sud, Charles Sadi Omari, de la sociedad Development Alternative Incorparated (DAI) interrumpe, imperioso, las discusiones. Anuncia que todas esas actividades ya están acordadas con la CENI y, por lo tanto, no es posible modificarlas. Una mañana de trabajo perdida contra una comida y una compensación por el transporte. En su informe de misión, la DAI podrá confirmarle a su empleador, UK Aid (la cooperación británica), que la sociedad civil fue correctamente consultada. El contrato está concluido.
En las reformas liberales que sugirieron las instituciones de Bretton Woods a los países africanos –y que hallaron eco en las grandes agencias de desarrollo–, los capitalistas internacionales más poderosos realmente aprecian a la sociedad civil, donde ven la matriz de un nuevo leadership. Su crecimiento contribuye a debilitar las soberanías estatales. Al lado de la descentralización, las privatizaciones y la implicación de los actores de la ayuda, en la mente de muchos analistas la sociedad civil es la nueva señal de una democracia sana… Entre las asociaciones y los capitalistas se establecen ineluctablemente relaciones de subordinación, e incluso de dependencia, que la competencia entre las ONG exacerba.
La sociedad civil congoleña intenta, con enorme dificultad, modificar las prácticas del aparato estatal. Ya no se trata tan sólo de estrategias de lobbing ante gobiernos, organizaciones subregionales e internacionales, ni de sustitución social de los poderes públicos. Se trata, por ejemplo, de establecer una cooperación directa con el gobierno para trabajar en la redacción de un proyecto de ley. “La sociedad civil no trabajó para debilitar el Estado, al contrario: trabaja para que el Estado recupere su existencia –confirma Tshionza–. No tomamos como referencia al neoliberalismo que nos proponen las instituciones de Bretton Woods; queremos devolver sentido al Estado para que se recupere”.

1. El 30 de junio de 1960 es la fecha de la independencia del Congo Belga.
2. Programa conjunto del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial destinado a los países más pobres para la gestión de sus deudas.
3. Prosper Nobirabo, “Fragile gestation de la démocratie en République démocratique du Congo”, Le Monde diplomatique, junio de 2007.
4. Creada en 2006 por Mo Ibrahim, un magnate de las telecomunicaciones, la fundación epónima apunta a “reafirmar la excelencia del liderazgo en África”.
5. El artículo 71 modificado de la Constitución estipula: “El presidente de la República es elegido por simple mayoría de los sufragios emitidos”.
6. Amber Peterman, Tia Palermo y Caryn Bredenkamp, “Estimates and Determinants of Sexual Violence Against Women in the Democratic Republic of Congo”, American Journal of Public Health, vol. 101, Nº 6, junio de 2011, p. 1060-1067.
7. Oficina de la coordinación humanitaria de las Naciones Unidas al 31 de marzo de 2011.
8. François Polet, Etat des résistances dans le Sud-Afrique, Alternatives Sud-Centre tricontinental – Syllepse, Louvain-la-Neuve-París, 2010.
9. Josiah Batabiha Bushoki (Nyanga), Sinzi Kiramuka (Hutu congoleño), Musumba Mathe (Nande), Azile Tanzi (Ituri) y Mpirikanya Forongo (Tutsi congoleño)
10. Un informe confidencial de la sociedad belga Zetes sugiere incluso que estarían registrados 700.000 falsos electores.
11. Michel Luntumbue, “République démocratique du Congo: une société en mouvement ?”, en Etat des résistances dans le Sud-Afrique, op. cit.

* Periodista (enviado especial).

Traducción: Teresa Garufi

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