EL FIN DE LAS “LAS GUERRAS DEL 11 DE SEPTIEMBRE”

El mundo occidental en crisis

Por Ignacio Ramonet*
Las crisis se suceden, unas tras otras, demostrando el agotamiento del cada vez más excluyente modelo neoliberal, que ha subordinado la política a los poderes económico y financiero.
Nueva York, 11-9-01 (Aaron Milestone / AFP)


Cuando se acaban de cumplir diez años de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y tres años de la quiebra del banco Lehman Brothers ¿cuáles son las características del nuevo “sistema mundo”?
La norma actual son los seísmos. Seísmos climáticos, seísmos financieros y bursátiles, seísmos energéticos y alimentarios, seísmos comunicacionales y tecnológicos, seísmos sociales, seísmos geopolíticos como los que causan las insurrecciones de la “Primavera árabe”…
Hay una falta de visibilidad general. Acontecimientos imprevistos irrumpen con fuerza sin que nadie, o casi nadie, los vea venir. Si gobernar es prever, vivimos una evidente crisis de gobernanza. Los dirigentes actuales no consiguen prever nada. La política se revela impotente. El Estado que protegía a los ciudadanos ha dejado de existir. Hay una crisis de la democracia representativa: “No nos representan”, dicen con razón los “indignados”. La gente constata el derrumbe de la autoridad política y reclama que vuelva a asumir su rol de conductor de la sociedad por ser la única que dispone de legitimidad democrática. Se insiste en la necesidad de que el poder político le ponga fin al poder económico y financiero. Otra constatación: una carencia de liderazgo político a escala internacional. Los líderes actuales no están a la altura de los desafíos.
Los países ricos (América del Norte, Europa y Japón) padecen el mayor terremoto económico-financiero desde la crisis de 1929. Por primera vez, la Unión Europea ve amenazadas su cohesión y su existencia. Y el riesgo de una gran recesión económica debilita el liderazgo internacional de Estados Unidos, amenazado además por el surgimiento de nuevos polos de poderío (China, India, Brasil) a escala internacional. 
En un discurso reciente, el presidente de Estados Unidos anunció que daba por terminadas “las guerras del 11 de septiembre”, o sea las de Irak, Afganistán y contra el “terrorismo internacional”, que marcaron militarmente esta década. Barack Obama recordó que “cinco millones de americanos han vestido el uniforme en el curso de los últimos diez años”. A pesar de lo cual no resulta evidente que Washington haya salido vencedor de esos conflictos. Las “guerras del 11 de septiembre” le costaron al presupuesto estadounidense entre 1 billón (un millón de millones) y 2,5 billones de dólares. Carga financiera astronómica que ha tenido repercusiones en el endeudamiento de Estados Unidos y, en consecuencia, en la degradación de su situación económica.
Esas guerras han resultado pírricas. En cierta medida, finalmente Al Qaeda se ha comportado con Washington del mismo modo que Reagan respecto a Moscú cuando, en los años 1980, le impuso a la URSS una extenuante carrera armamentística que acabó agotando al imperio soviético y provocando su implosión. El “desclasamiento estratégico” de Estados Unidos ha empezado.

Nueva geopolítica mundial

En la diplomacia internacional, la década ha confirmado la emergencia de nuevos actores y de nuevos polos de poder sobre todo en Asia y en América Latina. El mundo se “desoccidentaliza” y es cada vez más multipolar. Se destaca el rol de China que aparece, en principio, como la gran potencia en ciernes del siglo XXI. Aunque la estabilidad del Imperio del Medio no está garantizada, pues coexisten en su seno el capitalismo más salvaje y el comunismo más autoritario. La tensión entre esas dos fuerzas causará, tarde o temprano, una fractura. Pero, por el momento, mientras declina el poderío de Estados Unidos, el ascenso de China se confirma. Ya es la segunda potencia económica del mundo (delante de Japón y Alemania). Además, debido a la importante parte de la deuda estadounidense que posee, Pekín tiene en sus manos el destino del dólar…
El grupo de Estados gigantes reunidos en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ya no obedece automáticamente a las consignas de las grandes potencias tradicionales occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia), aunque éstas se sigan autodesignando como la “comunidad internacional”. Los BRICS lo han demostrado recientemente en las crisis de Libia y de Siria, oponiéndose a las decisiones de las potencias de la OTAN y en el seno de la ONU.

El reinado del poder financiero

Decimos que hay crisis cuando, en cualquier sector, algún mecanismo deja de pronto de funcionar, empieza a ceder y acaba por romperse. Esa ruptura impide que el conjunto de la maquinaria siga funcionando. Es lo que está ocurriendo en la economía desde que estalló la crisis de las sub-primes en 2007.
Las repercusiones sociales del cataclismo económico son de una brutalidad inédita: 23 millones de desocupados en la Unión Europea y más de 80 millones de pobres… Los jóvenes aparecen como las víctimas principales. Por eso, de Madrid a Tel Aviv, pasando por Santiago de Chile, Atenas y Londres, una ola de indignación levanta a la juventud del mundo. Pero las clases medias también están asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las abandona al borde del camino. En Israel, una parte de ellas se unió a los jóvenes para rechazar el integrismo ultraliberal del gobierno de Benjamin Netanyahu.
El poder financiero (los “mercados”) se ha impuesto al poder político, y eso desconcierta a los ciudadanos. La democracia no funciona. Nadie entiende la inercia de los gobiernos frente a la crisis económica. La gente exige que la política asuma su función e intervenga para enderezar los entuertos. No resulta fácil; la velocidad de la economía es hoy la del relámpago, mientras que la velocidad de la política es la del caracol. Resulta cada vez más difícil conciliar tiempo económico y tiempo financiero. Y también crisis globales y gobiernos nacionales.
Los mercados financieros sobrerreaccionan ante cualquier información, mientras que los organismos financieros globales (Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial de Comercio, Banco Mundial, etc.) son incapaces de determinar lo que va a ocurrir. Todo esto provoca frustración y angustia en los ciudadanos. La crisis global produce perdedores y ganadores. Los ganadores se encuentran, esencialmente, en Asia y en los países emergentes, que no tienen una visión tan pesimista de la situación como la de los europeos. También hay muchos ganadores en el interior mismo de los países occidentales cuyas sociedades se hallan fracturadas por las desigualdades entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres.
En realidad, no estamos soportando una crisis, sino un haz de crisis, una suma de crisis mezcladas tan íntimamente unas con otras que no conseguimos distinguir entre causas y efectos. Porque los efectos de unas son las causas de otras, y así hasta formar un verdadero sistema. O sea, nos enfrentamos a una crisis sistémica del mundo occidental que afecta a la tecnología, la economía, el comercio, la política, la democracia, la guerra, la geopolítica, el clima, el medio ambiente, la cultura, los valores, la familia, la educación, la juventud, etc.

¿El fin de la globalización?

Vivimos un tiempo de “rupturas estratégicas” cuyo significado no comprendemos. Hoy, el vector de la mayoría de los cambios es internet. Casi todas las crisis recientes tienen alguna relación con las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información. Los mercados financieros, por ejemplo, no serían tan poderosos si las órdenes de compra y venta no circulasen a la velocidad de la luz por las autopistas de la comunicación que internet ha puesto a su disposición. Más que una tecnología, internet es pues un actor de las crisis. Basta con recordar el rol de WikiLeaks, Facebook y Twitter en las recientes revoluciones democráticas en el mundo árabe.
Desde el punto de vista antropológico, estas crisis se están traduciendo en un aumento del miedo y del resentimiento. La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los choques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad generalizada… Todo ello constituye un desafío para las democracias. Porque ese terror se transforma a veces en odio y en repudio. En varios países europeos, ese odio se dirige hoy contra el extranjero, el inmigrante, el diferente. Está subiendo el rechazo hacia todos los “otros” (musulmanes, gitanos, subsaharianos, “sin papeles”, etc.) y crecen los partidos xenófobos.
Otra grave preocupación planetaria: la crisis climática. La conciencia del peligro que representa el calentamiento global se ha extendido. Los problemas ligados al medio ambiente se están volviendo altamente estratégicos. La próxima Cumbre Mundial del Clima, que tendrá lugar en Río de Janeiro en 2012, constatara que el número de grandes catástrofes naturales ha aumentado así como su carácter espectacular. El reciente accidente nuclear de Fukushima ha aterrorizado al mundo. Varios gobiernos ya han dado marcha atrás en materia de energía nuclear y apuestan ahora –en un contexto marcado por el fin próximo del petróleo– por las energías renovables. 
El curso de la globalización parece como suspendido. Se habla cada vez más de desglobalización, de descrecimiento… El péndulo había ido demasiado lejos en la dirección neoliberal y ahora podría ir en la dirección contraria. Ya no es tabú hablar de proteccionismo para limitar los excesos del libre comercio y poner fin a las deslocalizaciones y a la desindustrialización de los Estados desarrollados. Ha llegado la hora de reinventar la política y de reencantar el mundo.

* Periodista, semiólogo, ex director de  Le Monde diplomatique, edición española.

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