LA IZQUIERDA ITALIANA

La pesada herencia del berlusconismo

Por Francesca Lancini*
Antaño poderosa y protagonista, la izquierda italiana busca resurgir de décadas de marasmo. Lentamente, se produce un recambio generacional, que lucha sin embargo por deshacerse de la marca impresa por el berlusconismo en la política nacional: un personalismo carente de referencias culturales sólidas.
Silvio Berlusconi durante una sesión del Parlamento, 14-9-11 (Pizzoli / AFP / Dachary)

Pastas frescas rellenas de carne –casoncelli– y pollo al curry: en Brescia, el principal círculo (1) del Partido Demócrata (PD) ofrece un menú de “colores y sabores”. Detrás de la barra atiende solícitamente una joven senegalesa. Todo un símbolo aquí donde la Liga Norte, conocida por sus posiciones xenófobas, gobierna la ciudad y la provincia en el seno de una coalición de derecha desde 2008. Sentados alrededor de un expresso, varios viejos militantes, casi todos ex comunistas, comentan las noticias de actualidad, desde el “Rubygate” (2) hasta la condición de los obreros de la automotriz Fiat. En este barrio popular, al igual que en el centro, los extranjeros conviven desde hace veinticinco años con la población local. Representan el 15% de los habitantes de la provincia y su fuerza de trabajo constituye el motor de la industria pesada, el sector servicios y la ganadería. En el norte de Italia, la inmigración extranjera –un fenómeno que se remonta a los años 1970– es un tema prioritario para el PD, el único partido de centroizquierda con representación en el Parlamento, donde es apoyado por otros dos partidos que consideran superada la división derecha-izquierda: Italia de los Valores y los Radicales italianos.
Nacido en 2007 de la unión de los progresistas de izquierda y de los católicos demócratas, el PD cuenta, después de cuatro años, con setecientos mil miembros y más de siete mil círculos. En sus estatutos, se presenta como reformista, europeo y de centroizquierda. Pero sus propios partidarios lo acusan a menudo de ser nebuloso, demasiado conciliador, con frecuencia provocador, y de desinteresarse por los más débiles. En pocas palabras, de haber renunciado al sueño de cambiar el mundo. “Yo también fui inmigrante –cuenta Ugo Zecchini, un obrero jubilado de 68 años–. Venía de Toscana y me trataban de modo denigrante, como un meridional. Por eso me identifico con los extracomunitarios que trabajan en el Norte. Las discriminaciones impuestas por la Liga son un problema serio que la izquierda actual no ha sabido medir en su verdadera dimensión.” En el marco de un intento de diálogo con la Liga Norte, el secretario del PD, Pierluigi Bersani, se mostró algo complaciente: “Digo que la Liga no es racista, pero cuidado: promoviendo determinadas pulsiones, se puede producir racismo” (3).


Una nueva generación
Según Zecchini, antiguo militante comunista, hoy miembro del PD y partidario de una izquierda reformista, esta ceguera tuvo un efecto paradójico: si en los últimos años muchos trabajadores votaron a la Liga Norte, es porque la izquierda ha ido perdiendo poco a poco el contacto con las capas más desfavorecidas. Así, el populismo que se expresa en el eslogan “Patrones en nuestra casa” aparentemente habría seducido a los empleados que llegan a duras penas a fin de mes. “La izquierda de antes era otra cosa –continúa Zecchini–. En medio de los escombros de la posguerra, trabajaba para la cohesión social. Nos ayudaba a vernos como protagonistas del renacimiento del país. Nuestra formación política comenzaba en la adolescencia con el ingreso a la fábrica y la afiliación al sindicato, que a menudo coincidía con la adhesión al Partido. La fábrica era nuestra universidad. A través de las asambleas, tomábamos conciencia de nuestra condición y de lo que estaba sucediendo afuera. Sentíamos de modo muy directo que podíamos salir de la miseria y de la desigualdad.”
Pero a partir de la década de 1980, Brescia, al igual que el resto de Italia, sufrió importantes cambios: grandes industrias fragmentadas en pequeñas empresas, sindicatos cada vez más divididos y desconectados de los partidos políticos; el movimiento obrero, disperso, perdió lo que le daba su fuerza. Y con la globalización, los nuevos trabajadores precarios se quedaron solos y sin voz. “Durante un año envié cartas pidiendo trabajo y no recibí ninguna respuesta”, confía Tommaso Gaglia, un licenciado en literatura de 27 años que busca volver a insuflar vida a este círculo del PD organizando actividades culturales (“cine-fórum”, comidas multiétnicas, conciertos, etc.). “Nosotros, los jóvenes, no sabemos qué nos depara el futuro, pero no debemos caer en el individualismo –agrega–. Me dedico a la política desde la escuela secundaria, porque estoy buscando un camino que me permita concretamente cambiar las cosas, como lo hizo la generación de Zecchini.” El tiempo de las escuelas de partido ha quedado muy lejos: “Tuvimos más suerte que nuestros padres. Pudimos estudiar y vivir nuestra juventud con desahogo, pero no tenemos ninguna formación política. El partido no invierte lo suficiente en esta área y los sitios de encuentro se han ido reduciendo”.
Por el piso superior del círculo, que alberga las espaciosas oficinas del PD, transitan permanentemente militantes y líderes. Entre ellos, Pietro Bisinella, de 45 años, secretario regional y alcalde de una comuna que se convirtió en símbolo de la coexistencia entre autóctonos, indios y paquistaníes que trabajan en las explotaciones agrícolas, o Michele Orlando, de 35 años, que administra una ciudad bastión de la izquierda y que, como los jóvenes dirigentes del PD, llamados rottamatori –“desmanteladores”– espera una renovación de su dirigencia. Una de las militantes más activas, Gloria Bargigia, de 29 años, espera que este rejuvenecimiento también afecte a la base: “Mis padres eran socialistas y me transmitieron la pasión por la política, pero me siento una extranjera. Entre la gente de mi edad, pocas personas están afiliadas a un partido. La acción militante se sigue delegando a los mayores”, cuenta antes de reanudar su distribución diaria de folletos.
En un café literario del centro, cerca de la universidad, los jóvenes del pequeño sindicato estudiantil Sinistra per (literalmente “Izquierda Por”) parecen más confiados. Crecieron después de la caída del Muro de Berlín, durante la operación “Manos Limpias” –el sismo judicial que provocó la crisis de los partidos históricos y el surgimiento de la II República Italiana– y con el “berlusconismo” (4), pero tienen sus esperanzas puestas en una reafirmación de los valores fundantes de la izquierda: hay que “comenzar por la igualdad de las condiciones iniciales –explica Federico Micheli, estudiante de filosofía–. La reforma universitaria que busca la ministra de Educación, Mariastella Gelmini, que se graduó aquí en Brescia, reduce los fondos públicos, es decir, el acceso a becas de estudio, al alojamiento en residencias, a los comedores. ¿Cómo recompensar el mérito, fundamento de la democracia, si no tenemos todos las mismas oportunidades?”. El actual gobierno de derecha presta poca atención a la cultura, considera Micheli, quien se vale de conciertos, cursos de fotografía, fiestas, debates, un periódico universitario y Facebook para promover su concepción de la izquierda. “A veces –continúa–, me deprime ver que a los jóvenes no les interesa la defensa del bien común. Pero resisto, porque, como decía Antonio Gramsci: ‘Odio a los indiferentes’.”


Valores perdidos
En Prato, la principal municipalidad de la Italia central, la tramontana sopla desde hace dos días. Un sentimiento compartido de resignación se hace sentir. Se espera que pase la tormenta, así como la que desde hace unos años asola esta ciudad de la resistencia al fascismo, antaño fortaleza de la izquierda en la región “roja” de Toscana (5). En 2009, después de sesenta y tres años de gobierno de izquierda, el municipio pasó a la centroderecha, en pleno auge de la crisis económica que azotó a la región textil más grande de Italia. En los últimos seis años, desaparecieron más de diez mil puestos de trabajo en el sector textil. La Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL), el sindicato italiano más antiguo, tradicionalmente ligado a la izquierda, y sus 5,7 millones de afiliados intentan encontrar soluciones, pero no se quieren ilusionar: “En los años 1970, cuando me convertí en delegado sindical, pensaba, tal vez ingenuamente, que con la actividad militante podría trabajar por un mundo mejor –declara Manuele Marigolli, el quincuagenario secretario de la Bolsa de Trabajo de la CGIL–. Sin la acción colectiva, mis aspiraciones hubieran sido vacilantes. Pero el sentimiento de pertenencia depende de la capacidad para intervenir en las luchas. Con la internacionalización de los mercados, los derechos de los trabajadores se ven cada vez más amenazados y la política ya no desempeña ningún papel”.
Hasta la década pasada, Prato nunca dormía. Sus fábricas estaban abiertas las veinticuatro horas. Con la llegada de la competencia china e india y la automatización de algunas tareas de producción, disminuyó el número de empleos y el turno nocturno se suprimió en casi todas las empresas. Sin embargo, la atención de los medios de comunicación y del mundo político se concentró en los chinos que crearon en la ciudad lo que se presentó como un “sector paralelo” de la confección, donde prosperaron el tráfico ilegal y el trabajo en negro (6). Para ganar las elecciones municipales, la centroderecha tocó la fibra de la seguridad y de la legalidad. “La crisis que atraviesa Prato no puede imputarse a los veinticinco mil chinos que viven aquí, sino más bien a los de República Popular –afirma enfático Marigolli–. ¡Basta de mentiras! En Prato, los chinos no se dedican al sector textil, sino al de indumentaria. No son competidores, podrían ser clientes. La solución de la crisis radica en la sinergia: nosotros producimos los tejidos y, en lugar de hacer que la confección se haga en Rumania, podríamos confiársela a ellos.” Esta es la idea de izquierda y de progreso del sindicalista: “Construir una relación con los chinos equivale a regularizarlos y liberarlos de su condición de esclavitud. Para lograr que Prato reviva, se necesita un proyecto de emancipación que incluya a todos”. Mientras su teléfono sigue sonando, insiste: “Aquí ganó la derecha porque la izquierda vivió demasiado tiempo de sus laureles y no supo restaurar la fe en el futuro. Resultado: los obreros no fueron a votar”. En un país donde el abstencionismo no deja de crecer desde fines de los setenta (19,5% en las últimas elecciones legislativas de 2008) –aunque en el referéndum del 12 y 13 de junio de 2011 se alcanzó el quórum–, la secretaria provincial del PD, Ilaria Bugetti, de 37 años, dice tener una idea clara de qué es de izquierda: “La escuela y la salud públicas, el acceso a los servicios esenciales, la integración de los inmigrantes. En los años 1990 –añade–, vivimos un terremoto cuyas consecuencias aún estamos pagando, con la crisis de las ideologías y de los partidos y el ingreso de Berlusconi a la política. Él inventó un modelo social e introdujo el personalismo en la política, lo que hace que el líder tenga más importancia de lo que se dice”.
Sentada en una cafetería del centro, Bugetti se emociona al evocar el recuerdo de un guía carismático de otro temple: Enrico Berlinguer, secretario del Partido Comunista Italiano (PCI) entre 1972 y 1984, año en que murió. Actualmente es uno de los líderes de la izquierda más añorados, un elemento de referencia hoy lejano, recordado con nostalgia: a pesar de su carácter reservado, era muy estimado por su visión del futuro, por su pasión por la política y por su estatura moral. En la “casa del pueblo” de Coiano, corazón de la actividad militante de izquierda en la ciudad, se encuentra colgado un retrato de él en blanco y negro. “Fui yo quien construyó esta casa en 1975 –cuenta el septuagenario Mario Bensi, pilar histórico de la militancia y de este círculo del PCI que cuenta con quinientos cincuenta miembros–. Este es un momento difícil para la actividad militante. Hasta hace diez años, los ‘camaradas’ venían a tomar un café y se lanzaban en discusiones interminables. Hoy, los partidos ya no tienen vínculos con la población. Más que la ideología, lo que se perdió fueron los valores, sobre todo el de la solidaridad. Es el sálvese quien pueda. Tal vez el berlusconismo esté en cada uno de nosotros. El Primer Ministro, con su política, sus televisores, sus leyes talladas a medida, logró ahogar el pensamiento crítico. Los militantes se desengañaron y se volvieron indiferentes. ‘De todos modos, es lo mismo en todas partes’, eso es lo que dicen.” Muchos piensan que la izquierda le dejó la vía libre a Berlusconi, al no eliminar su conflicto de intereses cuando estaba en el gobierno.
El berlusconismo –entendido como culto a la apariencia y al bienestar, espectacularización de la vida y generación de hinchas que se parecen a un público de fans de la televisión– habría contaminado a la izquierda también de otra forma: “Por su nepotismo, los líderes que hoy tienen sesenta años eliminaron a los jóvenes más valiosos. Por eso se dice que hoy no hay jefes de talla como para hacer frente a la derecha”, explica Sergio Puggelli, un militante de izquierda autor de dos libros sobre el tema (7). Cae la noche y, sentados a las mesas de este círculo acondicionado como un gran chalet de montaña, decenas de ancianos juegan a las cartas. Otros juegan una partida de billar tras otra, mientras jóvenes del barrio miran un partido de fútbol en la televisión. Después de cenar, se proyectará una película sobre la deportación nazi y, al día siguiente, se servirá una comida a trescientos discapacitados. A pesar de las dificultades, “la casa del pueblo” sigue siendo un importante lugar de encuentro, abierto también a los matrimonios de las comunidades de inmigrantes. Esto permite que la izquierda vuelva a tener esperanzas una vez más, en esta ciudad donde la Liga Norte tuvo un buen resultado electoral y donde hizo su aparición la extrema derecha de Azione Giovani y de Casa Pound.


Comunicación sin programa
Dejemos Prato para ir a Bari, en Apulia, en el sur de Italia. Allí, la izquierda siempre estuvo menos establecida, pero en 2005 llegó por primera vez al poder, gracias a los votos que obtuvo Nicola Vendola (Nichi), actualmente en ejercicio de su segundo mandato como presidente de región. Este político, que se declara abiertamente homosexual y católico, se ha convertido en uno de los protagonistas más populares de la escena política nacional. Luego de dejar el partido Refundación Comunista, en 2010 creó Izquierda Ecología y Libertad (SEL, en italiano), un nuevo partido que se propone “contribuir a la construcción de una nueva y amplia izquierda en Italia y en Europa” y que, en noviembre del mismo año, ya contaba con 45.000 miembros y más de 500 secciones locales, las “Fábricas”. Los principios fundamentales del SEL funcionan por pares: paz y no violencia, trabajo y justicia social, conocimiento y reconversión ecológica de la economía y de la sociedad. Es difícil prever qué tipo de alianza cerrará con el Partido Demócrata en un eventual nuevo gobierno, pero el hecho es que en él se reconocen los huérfanos de una debilitada Refundación Comunista, de Demócratas de Izquierda que no apoyaron el desplazamiento del PD hacia el centro católico, de movimientos altermundialistas y de una izquierda más radical.
En Bari, la capital regional donde echó raíces la militancia a favor de Vendola, la situación es la contraria de la que prevalece en los círculos del PD. Así como en Brescia se dan a la autocrítica, aquí lo que reina es el entusiasmo, sobre todo respecto del líder. Entre los partidarios más activos, se encuentran muchos jóvenes que militan en la “Fábrica di Nichi”, un pequeño grupo con el nombre del gobernador que, en menos de tres años, se extendió por toda Italia e incluso en el extranjero. Aquí, Vendola, que podría presentarse como candidato al cargo de primer ministro en las próximas elecciones, es visto como un fenómeno totalmente nuevo. “Nacimos como comité electoral para apoyar a Nichi, inspirándonos en Organizing for America de Barack Obama” (8), explica Ed Testa, un artista canadiense de 32 años que se ocupó de la concepción gráfica de la Fábrica de Bari. “Tras la reelección de Nichi como gobernador, nos convertimos en un nuevo laboratorio de militancia”, agrega otro treintañero, Roberto Covolo. En la Fábrica, todos son voluntarios y no necesariamente están afiliados al partido. La sede es acogedora, clara y colorida. Todos los muebles están hechos con materiales reciclados: armarios de cartón, iluminación con bidones de nafta, cajones de leche que sirven como banquetas. Unos veinte jóvenes, en su mayoría treintañeros, pasan casi todo su tiempo en internet para mantener contacto con las otras Fábricas. “Nuestra página de fans cuenta con ochenta mil followers; la de Nichi con cuatrocientos mil. Pero sólo hay cien suscriptores al newsletter de la Fábrica de Bari”: Covolo reconoce que a ellos también les resulta difícil atraer a nuevos militantes, especialmente sin recurrir a la marca “Nichi”, impresa en remeras, toallas playeras y otras chucherías. Muchos analistas consideran que al secretario del PD, Pierluigi Bersani, le falta carisma, pero acusan a Vendola de “populismo” o de actuar como un “Berlusconi rojo” (9). A lo que los miembros de la Fábrica responden: “Nosotros explotamos la dimensión positiva de la personalización de la política para involucrar a más personas. Hoy, es más fácil reconocerse en un individuo que en referencias culturales. Sin contar con que Vendola es un buen tipo, cosa que en Italia no es algo dado de antemano”. Los militantes están fascinados por su inventiva, es decir, por su capacidad para hablar de política en un lenguaje cálido y poético, que a la vez se muestra arduo y barroco. En comparación con los partidarios del PD, dicen ser más laicos, ecologistas y comprometidos con el respeto de los derechos de los trabajadores, pero sus actividades se relacionan básicamente con la comunicación. El eslogan optimista “Existe una Italia mejor” se repite como un mantra, al punto de que se tiene la impresión de estar en una agencia de publicidad. Sus propagandistas presentan al vendolismo como una novedad en el vacío de la izquierda, pero los miembros de la Fábrica dudan en desarrollar contenidos, programas, una estrategia de desarrollo del mundo.
Para encontrar algo así, hay que desplazarse hasta la sede de SEL, más despojada y menos radiante que la de la Fábrica, donde Annalisa Pannarale, la secretaria regional de 35 años, hace hincapié en los esfuerzos realizados para integrar a mujeres y jóvenes en la vida política de un país demasiado viejo y machista. Para ella, hay una prioridad absoluta: reforzar las energías renovables que Apulia exporta al resto del país. La buena gobernanza vendoliana también se asocia con la confiscación de los bienes de la Mafia y el crecimiento del turismo. No obstante, en esta región, que se encuentra entre las más bellas de Italia en términos de patrimonio natural y artístico, subsisten problemas importantes.
El sistema de salud, actualmente sometido a una investigación de la fiscalía de Bari, atraviesa una crisis grave (10), y el plan regional que prevé cerrar dieciocho hospitales provoca descontento en muchas personas. Varios servicios de excelencia corren el riesgo de desaparecer. Muchos médicos siguen trabajando con contratos precarios y tiempos de guardia mal remunerados. Las guardias están sobrepobladas y las listas de espera son interminables. El desarrollo de la energía eólica es combatido por algunos ecologistas debido a su impacto ambiental. El sector agrícola está en decadencia. Las propias políticas en favor de la juventud, que los vendolianos aprecian, casi no tuvieron efecto en la tasa de desocupación, que alcanza el 34% en la franja de edad de los 15-24 años. Los jóvenes con los que uno se encuentra en la ciudad dicen no tener muchas esperanzas: “Sí, conozco a Vendola. Aunque soy de derecha, me gusta porque es un buen orador –declara un adolescente sentado con sus amigos en un bar del centro–. Pero no creo que haya futuro para mí, ni aquí ni en el Norte. Todos nosotros nos vamos a ir a vivir al extranjero”. No muy lejos de allí, en la entrada del burgo del Viejo Bari, un ex vendedor expresa su frustración: “En este mercado cubierto no entra nadie. Nosotros, los meridionales, tenemos la costumbre de quedarnos en la calle. ¿Pero quién nos escucha?”. En el puerto, los puestos de pescaderos de cemento siguen vacíos. Los viejos pescadores exponen su mercadería a dos metros de distancia, en cajas de madera, como se hacía en otros tiempos. “Este tipo de modernidad, implementada no se sabe cuándo por los políticos, es vista como una desnaturalización”, comenta un transeúnte. Vistos desde aquí, los militantes de “Nichi”, por ahora parecen muy lejanos.

1. Se denomina “círculos” a las secciones locales del Partido Demócrata.
2. En enero de 2011 estalló un escándalo que compromete a Silvio Berlusconi, quien habría mantenido relaciones sexuales pagas con una menor.
3. La Padania, Milán, 15-2-11.
4. El término “berlusconismo” designa el poder personal, político, económico y mediático de Berlusconi y su influencia en la sociedad.
5. Se consideran “rojas” –es decir, con fuerte implantación de la izquierda–, las regiones de Emilia-Romaña, Las Marcas, Umbría y Toscana.
6. Según los fiscales, en Prato se concedió el permiso de residencia a trece mil chinos. Pero esta cifra no tiene en cuenta a los “clandestinos” y a quienes obtuvieron el permiso de residencia en otras ciudades de Italia. Según fuentes locales, serían alrededor de veinticinco mil.
7. Militanza di base. La metamorfosi della Sinistra tra anfitrioni et camaleonti, Bastogi, Foggia, 2002; Oltre i portoni. La caduta, annunciata, del centrosinistra, Bastogi, 2010.
8. Comunidad virtual nacida en los comienzos de la administración Obama con el fin de reunir apoyo para la campaña electoral a favor de las prioridades legislativas del Presidente.
9. Véase Ernesto Galli Della Loggia, “L’orecchino populista”, Corriere della Sera, Milán, 21-12-10, y Marco Travaglio, “Il Berlusconi rosso”, Antefatto.it, 8-8-09.
10. La amplia investigación por malversaciones en el sector de la salud en Apulia también afectó al gobierno regional de Vendola, especialmente a dos legisladores del PD: Sandro Frisullo, ex vicepresidente del Consejo Regional, y Alberto Tedesco, ex asesor de Salud.

* Periodista, Milán.

Traducción: Gabriela Villalba

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