LOS FUNDAMENTOS MORALES DE LA AUSTERIDAD

Las virtudes del sacrificio

Por Mona Chollet*
La Unión Europea acordó el 21 de febrero pasado una nueva ayuda financiera a Grecia. Pero es posible que este plan agrave aún más la recesión en ese país exangüe. La obstinación en preconizar el rigor se explicaría por convicciones morales más fuertes que la propia razón…
Mariana Vidal, s/t (Gentileza Galería Elsi del Río / Arte Contemporáneo)

“Rigor”, “austeridad”, “esfuerzos”, “sacrificios”, “disciplina”, “reglas estrictas”, “medidas dolorosas”… A fuerza de invadir nuestros oídos con sus fuertes connotaciones moralizantes, el vocabulario de la crisis termina provocando intriga. En enero pasado, en vísperas del Foro Económico de Davos, su presidente, Klaus Schwab, hablaba claramente de “pecado”: “Pagamos los pecados de estos últimos diez años”, diagnosticaba, antes de preguntarse “si los países que pecaron, en particular los del Sur, tienen la voluntad política de emprender las reformas necesarias” (1). En la revista francesa Le Point, bajo la pluma de Franz-Olivier Giesbert, el saldo de nuestras bacanales desenfrenadas es mayor: el editorialista lamenta “treinta años de tonterías, locuras e imprevisión, en los que hemos vivido por encima de nuestros recursos” (2).
Dirigentes y comentaristas repiten el mismo discurso puramente fantasioso: mostrándose perezosos, despreocupados y dispendiosos, los pueblos europeos habrían atraído hacia sí, como un justo castigo, la plaga bíblica de la crisis. Ahora deben expiar. Es necesario “ajustarse el cinturón”, honrar las buenas y viejas virtudes del ahorro y la frugalidad. El periódico Le Monde (17-1-12) cita el ejemplo de Dinamarca, país modelo al cual una “dieta de papas” le permitió gozar nuevamente de los favores de las agencias de calificación. Y en su discurso de asunción, en diciembre pasado, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, arengaba a sus compatriotas: “Nos enfrentamos a una tarea ingrata, como la que atraviesan esos padres que se las ingenian para dar de comer a cuatro con el dinero de dos”.

Soluciones frente a la crisis

Muchos observadores se oponen a la impostura de ese razonamiento que pretende asimilar el comportamiento de un Estado al de una familia. Razonamiento que escamotea la cuestión de la responsabilidad de la crisis en el peso insoportable que la austeridad hace recaer sobre las poblaciones, cuyo único error es haber querido curarse o pagar la educación de sus hijos. Para un particular, el rigor presupuestario puede ser una fuente de orgullo y satisfacción; para un Estado, significa la ruina de millones de ciudadanos, cuando no conduce, como en el caso de Grecia, a un sociocidio liso y llano. En Dinamarca, precisaba Le Monde, la “dieta de papas” se tradujo en una explosión del desempleo y una reducción drástica de los programas sociales; “sesenta mil familias perdieron su vivienda”. Así, no sólo este falso sentido común elimina mágicamente las desigualdades sociales y esconde los estragos de la austeridad, sino que preconiza, frente a la crisis, una política económica que sólo conduce a agravarla impidiendo toda reactivación a través del consumo. “Ahorrar e invertir son virtudes para las familias; es difícil para la gente imaginar que a nivel de las naciones demasiada frugalidad pueda causar problemas”, señala Peter Coy, editorialista de Business Week (26-12-11).
Irracionales, propiamente delirantes, los llamados a la contrición no guardan ninguna relación con el menor elemento de realidad. ¿Cómo explicar entonces que sigan resonando de un extremo al otro del espacio europeo? Porque sirven a los intereses dominantes, responderán. Y, de hecho, con el pretexto de la deuda, brindan la oportunidad de coronar la destrucción de las conquistas sociales de la posguerra, iniciada hace unos treinta años.
Antes de eso, ya habían permitido, en la Francia de Vichy, enterrar el funesto recuerdo del Frente Popular. El “proceso de Riom”, que tuvo lugar en 1942 en esa pequeña ciudad de Puy-de-Dôme, apuntaba a demostrar que los dirigentes “revolucionarios”, tales como Léon Blum y Edouard Daladier, eran responsables de la derrota de junio de 1940 frente al ejército alemán. La reducción de la jornada laboral a cuarenta horas semanales en las fábricas de armamento, y no las decisiones de los Estados mayores, habría sido fatal para las tropas francesas… Con vistas a la “recuperación nacional”, el mariscal Pétain había querido reemplazar el “espíritu de disfrute” por el “espíritu de sacrificio”. En la apertura del proceso, el diario Le Matin se refería a Blum como al “hombre que inoculó el virus de la pereza en la sangre de un pueblo” (3). Los franceses, setenta años antes que los griegos… y que los portugueses, a quienes su primer ministro, Pedro Passos Coelho, reprendía en estos términos: “Ustedes seguramente recuerdan ese episodio grotesco, cuando, mientras la Troika (europea) trabajaba en Lisboa para elaborar un programa de ayuda a Portugal (en 2011), todo estaba cerrado en el país, porque todo el mundo aprovechaba algunos feriados puente. La Troika, que prestaba dinero a Portugal, trabajaba; el país aprovechaba los feriados puente. Afortunadamente, lo que sucedió a partir de entonces se contrapuso a esta primera imagen, muy mala” (4).

Purificación

Pero la invitación al trabajo, a la mortificación y la abnegación ¿no es acaso un ardid para que la mayor cantidad de gente acepte su expoliación? Sus tonos sinceros, apasionados, llevan a pensar que esta idea no sólo es producto del cinismo, y que se arraiga en un fondo cultural sólido. “Ese humor ‘sacrificial’, tanto del orden del ethos como del razonamiento, suscita en muchos comentaristas una suerte de júbilo morboso, como si el sufrimiento popular también tuviera una dimensión ‘purificadora’”, constata el sociólogo Frédéric Lebaron a propósito de la situación actual (5). De igual manera, Pétain quería recordar a los franceses que “desde Adán, el castigo es un llamado al renacimiento, una promesa de regeneración” (6). Más cercano en el tiempo, Rajoy profetiza: “El esfuerzo no será inútil. Desaparecerán los nubarrones, levantaremos la cabeza y llegará de nuevo el día en que se hable de España y se hable para bien; el día en que volvamos la vista atrás y ya no recordemos los sacrificios”.
El reclamo de condiciones de vida decentes por parte del pueblo no hace más que alarmar a aquellos cuyos intereses contraría: les inspira una suerte de terror supersticioso, como si representara una transgresión impensable. Durante la derrota de 1940, relataba el historiador y miembro de la Resistencia Marc Bloch, los cuadros militares, provenientes de la alta sociedad, habían “aceptado el desastre porque encontraban en él ese atroz consuelo: aplastar, bajo las ruinas de Francia, un régimen deshonrado; arrodillarse frente al castigo que el destino había enviado a una nación culpable” (7).
Sin embargo, entre aquellos que, por su posición en la sociedad, no tendrían ningún interés objetivo en adherir a esta lectura de los acontecimientos, muchos son los que se muestran receptivos. Con respecto a los daños infligidos a la colectividad, los movimientos de “indignados” pueden aparecer incluso como una respuesta muy tímida, dejando entrever que la retórica de la expiación necesaria encuentra, a pesar de todo, un terreno favorable. En mayo de 2011, una funcionaria griega cuyo salario se había reducido de 1.200 a 1.050 euros para una jornada de trabajo que aumentó, por su parte, de 37,5 a 40 horas semanales, aseguraba por ejemplo estar “dispuesta a hacer esfuerzos adicionales” (8).
Algunos no dejaron de señalar que un sustrato cultural, incluso religioso, determina las actitudes de los protagonistas de la crisis del euro. “Expertos y políticos ignoran un factor: Dios. Finalmente, la religión y, en este caso, el protestantismo luterano. Hija de un pastor, [la canciller alemana] Angela Merkel tiene sentido del pecado, como muchos de sus compatriotas. Hay una manera alemana de hablar del euro que huele a la influencia del Templo. Y que evidentemente no carece de consecuencias en las soluciones presentadas para socorrer a la unión monetaria europea”, escribe Alain Frachon en Le Monde (23-12-11).
Sin embargo, puede dudarse de que la influencia del protestantismo se limite a la zona geográfica donde tuvo su auge en el siglo XVI. El sociólogo alemán Max Weber mostró en un célebre ensayo de 1905 cómo la ética protestante contribuyó a “darle una mano” al capitalismo, creando un “espíritu” que le era favorable (9). Más tarde, y hasta nuestros días, ese espíritu perduró y prosperó de manera autónoma, fuera de todo referente religioso. Terminó volviéndose tan omnipresente e invisible como el aire que respiramos. La historiadora Janine Garrisson menciona el ejemplo de Jean-Paul Sartre, quien ironizaba sobre la fe protestante de su abuelo materno, estando él mismo “mucho más cerca de él, de su puritanismo, de su gusto por el conocimiento, que lo que quería admitir. ¿No es el mismo Sartre quien proclama alto y claro que un intelectual que no trabaja al menos seis horas por día no puede reivindicar ese prestigioso título?” (10).
La tesis de Weber es en efecto que el protestantismo “hizo que la ascesis saliera de los conventos” donde el catolicismo la había confinado. La doctrina calvinista de la predestinación, según la cual cada ser humano es elegido o condenado por Dios desde tiempos inmemoriales, sin que ninguno de sus actos pueda modificar nada al respecto, habría podido conducir a una forma de fatalismo. Produjo el efecto contrario: sometiendo toda su vida a una disciplina estricta, los fieles invirtieron toda su energía en el trabajo, buscando en el éxito económico una señal de su salvación. La fortuna dejó entonces de ser condenable; muy por el contrario. Sólo el hecho de disfrutar de ella era reprensible. Weber menciona el caso de un rico fabricante a quien su médico le había aconsejado comer cada día, para su salud, algunas ostras, pero que no podía permitirse semejante suntuosidad, no por avaricia, sino por escrúpulo moral.
“La idea del deber profesional, escribe el sociólogo, está presente en nuestra vida como un fantasma de las creencias religiosas de antaño”. Ya que los trabajadores también debieron aprender a “hacer el trabajo como si fuera un fin absoluto en sí mismo, una ‘vocación’”. Esa mentalidad, actualmente dominante, no se impuso sino al precio de un “pesado combate contra un mundo de fuerzas hostiles”, y en particular con la ayuda de una política de bajos salarios: Juan Calvino estimaba que la masa de obreros y artesanos “debía mantenerse en estado de pobreza para seguir siendo obediente a Dios”. El protestantismo abrió entre elegidos y condenados “una brecha a priori más infranqueable y más preocupante que la que separaba del mundo al monje de la Edad Media, una brecha que dejó una huella profunda en todos los sentimientos sociales”. El puritanismo inglés forjó también “una legislación sobre la pobreza cuya dureza contrastaba radicalmente con las disposiciones anteriores”.
Rico o pobre, en adelante, descansar, disfrutar de la vida, “perder tiempo”, ya no podía hacerse sin mala conciencia. Uno dimensiona lo que el mundo actual debe a esta concepción cuando lee que el pastor luterano Philipp Jakob Spener, fundador del pietismo, denunciaba como moralmente condenable “la tentación de jubilarse prematuramente”…
En suma, tal como lo había observado en el siglo XVI el humanista alemán Sebastian Franck –citado por Weber–, la Reforma “impuso a cada hombre ser un monje a lo largo de toda su vida”. La influencia del cristianismo y su descalificación de la vida terrenal aumentó fuertemente. Puede presumirse que esta herencia espiritual y cultural no dejó de inhibir las posibles respuestas a los ataques perpetrados contra las sociedades. Tras la laicización de los Estados, ¿qué pensar de la laicización del espíritu?

1. Entrevista de L’Hebdo, Lausana, 18-1-12.
2. Le Point, 23-11-11. Véase Mathias Reymond, “Les éditocrates sonnent le clairon de la rigueur”, Acrimed.org, 12-12-11.
3. Citado por Frédéric Pottecher, Le Procès de la défaite. Riom, février-avril 1942, Fayard, París, 1989.
4. Expresso.pt, Lisboa, 6-2-12.
5. Frédéric Lebaron, “Un parfum d’années 30…”, Savoir/Agir, N° 18, diciembre de 2011.
6. Citado por Gérard Miller, Les Pousse-au-jouir du maréchal Pétain, Seuil, col. “Points Essais”, París, 2004 (Primera edición: 1975).
7. Marc Bloch, L’Etrange défaite, Gallimard, col. “Folio Histoire”, 1990.
8. “Comment les Grecs se sont mis au régime sec”, La Croix, París, 8-5-11.
9. Max Weber, La ética protestante y el espíritu del Capitalismo, varias ediciones.
10. Janine Garrisson, L’Homme protestant, Complexe, Bruselas, 2000.

* De la redacción de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Gustavo Recalde

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