CHINA Y UN DILEMA DE DIFÍCIL RESOLUCIÓN

Ser o no ser imperialista

Por Michael Klare*
China busca despegarse de la imagen de los países colonialistas del pasado, pero su insaciable necesidad de materias primas y su creciente influencia en África la colocan en un papel por lo menos ambiguo y complejo, como al prestar ayuda militar a regímenes absolutamente desprestigiados como los de Sudán y Zimbabwe.

Ubicándose ella misma entre “los países en vías de desarrollo”, China promete a los países del Sur que no reproducirá el comportamiento depredador de las antiguas potencias coloniales. Durante el Foro para la Cooperación entre China y África celebrado en Pekín el 19 de julio de 2012, el presidente Hu Jintao señaló: “China es el más grande de los países en vías de desarrollo, y África el continente que posee el mayor número de éstos. […] Los pueblos chino y africanos entablan relaciones de igualdad, sinceridad y amistad, y se apoyan mutuamente en su desarrollo común” (1).

Aun cuando esta declaración pueda ser producto de un ejercicio de estilo diplomático, los chinos conservan en la memoria las humillaciones soportadas cuando sufrían el dominio de las potencias europeas y de Japón. Sin embargo, sus dirigentes se encuentran frente a un dilema: para sostener el crecimiento económico (su prioridad), deben obtener de sus proveedores extranjeros cada vez más materias primas, de las cuales el país se volvió muy dependiente tras su despegue económico, en los años 80. Y, para asegurarse un abastecimiento ininterrumpido, se ven envueltos en relaciones con gobiernos a menudo corruptos y autoritarios –el mismo tipo de relaciones que antes que ellos cultivaban las grandes potencias occidentales–.

En efecto, algunos países pobres conocen “la maldición de los recursos naturales”: están gobernados por regímenes autoritarios preocupados por la renta minera y mantenidos en el poder por fuerzas de seguridad generosamente remuneradas. Por su parte, los principales países compradores no escapan a una “maldición de los recursos invertida”, en cuanto se vuelven cómplices de la supervivencia de Estados autocráticos (2). Cuanto más dependen de las materias primas de sus proveedores, más se ven inducidos a asegurar la supervivencia de sus gobiernos. 

Este esquema prevaleció en las relaciones entre Estados Unidos y las monarquías petroleras del Golfo, por ejemplo. El presidente Franklin Delano Roosevelt (1933-1945) sentía una profunda aversión por el imperialismo y el feudalismo. Sin embargo, una vez alertado por sus asesores sobre el bajo nivel de las reservas estadounidenses de petróleo y la necesidad de encontrar otra fuente de abastecimiento, aceptó durante la Segunda Guerra Mundial acercarse a Arabia Saudita, por entonces el único productor de Medio Oriente que escapaba al control británico. Cuando Roosevelt se reunió con el rey Abdelaziz Ibn Saud, en febrero de 1945, celebró con él un acuerdo informal: Estados Unidos garantizaría la protección militar del reino a cambio de un acceso exclusivo a su petróleo (3). Aunque sus términos se hayan modificado desde entonces –los yacimientos petrolíferos pertenecen actualmente a la familia real, no a empresas estadounidenses–, dicho acuerdo siguió siendo uno de los pilares de la política de Washington en la región.

La hereje realidad

Si pudiera elegir, Estados Unidos preferiría sin duda comprar sus hidrocarburos a países amigos, estables y seguros, como Canadá, México, Reino Unido u otros miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Pero la dura realidad de la geología se lo impide. La mayoría de los yacimientos se encuentran en África, Medio Oriente y la ex Unión Soviética. Según el gigante British Petroleum (BP), el 80% de las reservas petroleras están ubicadas fuera de la zona OCDE (4). Washington se abastece pues en otras partes, en naciones inestables, interfiriendo en las políticas locales, negociando alianzas con los dirigentes y reafirmando su tranquilidad energética a través de diversas formas de asistencia militar.

A comienzos del siglo XX, para garantizar el control de países ricos en petróleo, carbón, caucho y diversos minerales, y para facilitar su extracción, las grandes potencias imperiales crearon u otorgaron franquicias a gigantescas compañías de derecho público o privado. Después de las independencias, éstas continuaron sus actividades, forjando a menudo relaciones sólidas con las élites locales y eternizando la posición de la que gozaban bajo la administración colonial. Es el caso de BP (antiguamente Anglo-Iranian Oil Company), la francesa Total (fusión de diversas empresas petroleras del Estado) o incluso del Ente Nazionale Idrocarburi (ENI, antiguamente Agenzia Generale Italiana Petroli).

A los chinos, en cambio, les gustaría escapar de ese esquema histórico (5). Durante el último Foro entre China y África, el presidente Hu anunció un préstamo de 20.000 millones de dólares a tres años a los países africanos para la agricultura, la infraestructura y las pequeñas empresas. Los altos responsables chinos evitan toda injerencia en los asuntos internos de los países proveedores. Pero a Pekín le cuesta escapar al engranaje establecido antes que él por Japón y las potencias occidentales. 

Hasta 1993, China pudo conformarse con sus propios recursos petroleros. Pero, más tarde, sus compras de oro negro se dispararon, pasando de 1,5 millones de barriles por día en 2000 a 5 millones de barriles por día en 2010, es decir, una suba del 330%. Si las previsiones actuales se confirman, deberían aumentar un 137% de aquí a 2035 para alcanzar 11,6 millones de barriles por día. Con la rápida expansión del parque automotor, algunos analistas predicen incluso, de aquí a 2040, un consumo más o menos equivalente al de Estados Unidos (6). Pero, mientras que este último podría satisfacer dos tercios de sus necesidades (contando con la producción de su vecino Canadá), China sólo cubriría un cuarto de su consumo con sus propios recursos. Deberá pues encontrar el resto en África, Medio Oriente, América del Sur y en los países de la ex Unión Soviética.

Más gas, más cobre, más níquel

Si Pekín mantiene su objetivo de triplicar su producción de electricidad de aquí a veinticinco años, las importaciones de gas, que no existían en 2005, alcanzarán los 87.000 millones de metros cúbicos por día en 2020, principalmente provenientes de Medio Oriente y el Sudeste Asiático, bajo la forma de gas natural licuado (GNL), y de Rusia y Turkmenistán, por gasoducto (7). China podría satisfacer sus necesidades de carbón, pero los cuellos de botella en la producción y el transporte hacen que sea más eficaz económicamente para las provincias costeras, en pleno desarrollo, traerlo desde Australia o Indonesia. Inexistentes en 2009, las importaciones alcanzaron los 183 millones de toneladas dos años más tarde (8). La demanda de minerales importados (hierro, cobre, cobalto, cromo, níquel…), indispensables para la electrónica de punta y la fabricación de aleaciones de alta resistencia, también aumenta. 

A medida que esta dependencia se incrementa, la continuación del abastecimiento se impone como la principal preocupación de los dirigentes. “El deber de China –declaró Le Yucheng, viceministro de Relaciones Exteriores– es asegurar una vida decente a sus 1.300 millones de habitantes. Pueden imaginar el desafío que ello representa y la enorme presión que ejerce sobre el gobierno. Creo que nada es más importante. Todo lo demás debe subordinarse a esta prioridad nacional” (9). Fortalecer los lazos con los proveedores internacionales de materias primas se vuelve pues un objetivo central de la política exterior.

Las autoridades son conscientes de los riesgos de interrupción del abastecimiento que pueden generarse como consecuencia de guerras civiles, cambios de régimen o conflictos regionales. Para prevenirse, China, siguiendo el camino trazado desde hace mucho tiempo por los occidentales, se esforzó por diversificar sus fuentes de aprovisionamiento, desarrollar relaciones políticas con sus principales proveedores y adquirir participaciones en los yacimientos de minerales e hidrocarburos. Estas iniciativas cuentan con el apoyo de toda la administración: los bancos del Estado, las empresas nacionales, el cuerpo diplomático y el ejército (10).

En el caso del petróleo, el gobierno presionó a las tres compañías estatales –China National Petroleum Corporation (CNPC), China National Petrochemical Corporation (Sinopec) y China National Offshore Oil Corporation (CNOOC)– para que invirtieran en yacimientos petrolíferos en el extranjero, asociadas con las empresas nacionales locales como Saudi Aramco, Petróleos de Venezuela SA (PDVSA) o la Sociedade Nacional de Combustíveis de Angola (Sonangol). La misma política desarrolla en la industria minera, donde compañías estatales como China Minmetals Corporation (CMC) y China Nonferrous Metals Mining Group (CNMIG) multiplicaron sus inversiones en minas en el extranjero. 

“Lubricar” las relaciones

Con el fin de favorecer estas operaciones, los dirigentes realizaron grandes maniobras diplomáticas, a menudo acompañadas de la promesa de ventajas, préstamos a baja tasa de interés, suntuosas cenas en Pekín, proyectos prestigiosos, complejos deportivos y asistencia militar. Otorgaron al gobierno angoleño un préstamo de 2.000 millones de dólares a baja tasa de interés, para “facilitar” la adquisición por parte de Sinopec de la mitad de una perforación offshore prometedora. Prestaron 20.000 millones de dólares a Venezuela para “ayudar” en las difíciles negociaciones entre la CNPC y PDVSA (11). Otros países, entre ellos Sudán y Zimbabwe, recibieron un apoyo militar a cambio del acceso a sus riquezas naturales. 

Este tipo de acuerdos empuja inevitablemente a Pekín a implicarse cada vez más en los asuntos políticos y militares de los Estados en cuestión. En Sudán, China, preocupada por proteger las inversiones de la CNPC, fue acusada de ayudar al régimen brutal de Omar Al Bashir proveyéndole a la vez armas y un apoyo diplomático en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Es el “mayor inversor en Sudán, señalaba el International Crisis Group en junio de 2008. Su voluntad de proteger sus inversiones y garantizar su seguridad energética, combinada con su tradicional política de no injerencia, contribuyó a poner a Sudán al abrigo de las presiones internacionales” (12). Últimamente, los chinos redujeron su apoyo a Al Bashir. Sobre todo, desde la creación del nuevo Estado independiente de Sudán del Sur, donde se encuentra la mayor cantidad de petróleo (13)…

Olvidando tal vez que la propia China no es un modelo de gobierno democrático e incorruptible, se criticó también el apoyo de Pekín a regímenes autoritarios o corruptos tales como los de Irán y Zimbabwe. Además de militar, la ayuda al régimen iraní es diplomática, en particular en Naciones Unidas, donde Teherán fue puesta bajo vigilancia. En Zimbabwe, China habría ayudado al régimen represivo de Robert Mugabe armando y entrenando a sus fuerzas de seguridad, con la esperanza de obtener a cambio tierras cultivables, tabaco, minerales preciosos.

Aun en el caso de países menos aislados en la escena internacional, Pekín tiende a tratar con las empresas nacionales de los gobiernos aliados, contribuyendo inevitablemente a enriquecer a las élites locales antes que al resto de la población, que rara vez se beneficia de los efectos de estos acuerdos. En Angola, se entablaron estrechos lazos con Sonangol, empresa estatal controlada por personalidades cercanas al presidente José Eduardo dos Santos. Si bien los principales directivos de la empresa sacan provecho de ello, la mayoría de los angoleños, en cambio, sobrevive con menos de 2 dólares por día (14). Chevron, ExxonMobil y BP siguen sin embargo ellas también tratando con el régimen angoleño, y con otros similares.

Cambios necesarios

Aunque la naturaleza tiránica o feudal de los regímenes con los cuales trata no le preocupe demasiado, a China le gustaría enmendarse otorgando ayudas a los pequeños agricultores y otros empresarios de las clases menos favorecidas. En las regiones en las que se encuentra muy involucrada, como en África subsahariana, invirtió masivamente en la construcción de ferrocarriles, puertos y oleoductos. Sin embargo, mientras espera algún día beneficiar a otros sectores, esta infraestructura sirve principalmente para satisfacer las necesidades de las compañías mineras y petroleras asociadas.

“A primera vista, el apetito chino por las riquezas naturales aparece como una bendición para África”, estima un informe encargado por la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo (15). En efecto, Pekín habría contribuido al crecimiento económico del continente. Un análisis profundo revela sin embargo una imagen más contrastada. En 2005, sólo catorce países, todos productores de petróleo y minerales, tuvieron una balanza comercial positiva –principalmente basada en la exportación de materias primas– con China. Treinta, que tienen una balanza comercial deficitaria, ven sus mercados inundados de tejidos chinos y otros bienes de consumo baratos, en perjuicio de los productores locales. 

En los intercambios sino-africanos, la brecha entre países ganadores y perdedores se incrementó considerablemente, provocando aquí y allá un vivo resentimiento. El informe concluye: “Para la mayoría de los países africanos, el discurso chino sobre el desarrollo generó grandes esperanzas, pero no creó las condiciones para un crecimiento económico duradero”.

Si China sigue colocando el acceso a las materias primas por encima de todo lo demás, se comportará cada vez más como las antiguas potencias coloniales, acercándose a los “gobiernos rentistas” de los países abundantemente dotados de riquezas naturales, haciendo lo mínimo por el desarrollo general. El presidente sudafricano Jacob Zuma no dejó de señalarlo durante el foro de julio pasado “El compromiso de China con el desarrollo de África”, según él, habría consistido sobre todo en “abastecerse de materias primas”; una situación que considera “insostenible en el largo plazo” (16).

Pero todo cambio significativo en las relaciones comerciales entre Pekín y África –o los países en desarrollo en general– necesitará una transformación profunda de la estructura económica china, un vuelco de las industrias de alto consumo energético hacia producciones más ahorrativas y hacia los servicios, de las energías fósiles hacia las energías renovables. Los dirigentes parecen conscientes de este imperativo: el XII plan quinquenal (2010-2015) hace hincapié en el desarrollo de medios de transporte alternativos, energías renovables, nuevos materiales, biotecnologías y otras actividades propicias para un cambio de esta naturaleza (17). De lo contrario, los dirigentes chinos corren el riesgo de enredarse en relaciones mediocres con los países en desarrollo. 

1.Hu Jintao, “Open Up New Prospects for a New Type of China-Africa Strategic Partnership”, Ministerio de Relaciones Exteriores, Pekín, 19-7-02, www.fmprc.gov.cn/eng

2. Cf. Michael L. Ross, The Oil Curse: How Petroleum Wealth Shapes the Development of Nations, Princeton University Press, 2012.

3. Cf. Blood and Oil, Metropolitan Books, Nueva York, 2004, y Daniel Yergin, The Prize, Simon and Schuster, Nueva York, 1993.

4. “Statistical Review of World Energy”, British Petroleum, Londres, junio de 2012.

5. Léase Colette Braeckman, “Pekín frustra el mano a mano entre África y Europa”, El Atlas IV de Le Monde diplomatique, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012. 

6. “The rise of China and its energy implications: executive summary”, Foro sobre Energía, Baker Institute, Houston, 2011.

7. Cf. “China”, US Energy Information Administration (EIA), Country Analysis Brief, noviembre de 2010, www.eia.gov.

8.. “China to Boost Coal Imports on Wider Price Gap”, Bloomberg, 23-4-12.

9. Le Yucheng, “China’s relations with the world at a new starting point”, discurso pronunciado en el Foro del China Institute for International Studies (CIIS), 10-4-12.

10. “China’s thirst for oil”, International Crisis Group (ICG), Asia Report, Nº 153, 9-6-08.

11. Jeffrey Ball, “Angola Possesses a Prize as Exxon, Rivals Stalk Oil”, The Wall Street Journal, Nueva York, 5-12-05; Simon Romero, “Chávez says China to lend Venezuela $20 billion”, The New York Times, 18-4-10.

12. “China’s thirst for oil”, op. cit.

13.Léase Jean-Baptiste Gallopin, “Amargo divorcio en Sudán”, nota web, junio de 2012, www.eldiplo.org

14. Léase Alain Vicky, “Contestation sonore en Angola”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2012.

15. Jonathan Holslag et al., “Chinese resources and energy policy in Sub-Saharan Africa”, informe de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo, 19-3-07.

16. “Zuma warns on Africa’s trade ties to China”, The Financial Times, Londres, 19-7-12.

17. Léase Any Bourrier, “China, un gigante enfermo de carbón”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2011.

*Este artículo fue tomado de la revista Explorador, publicada en marzo de 2013 por Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

Más información sobre la revista EXPLORADOR aquí

* Profesor en el Hampshire College, Amherst (Massachusetts). Autor del libro The Race for What’s Left. The Global Scramble for the World’s Last Resources, Metropolitan Books, Nueva York, 2012.

Traducción: Gustavo Recalde

Más notas de contenido digital
Destacadas del archivo