EL ACERCAMIENTO A EE.UU. Y LA UE

Tiempos de distensión

Por Sarah Ganter*
En paralelo a la emblemática normalización de relaciones con Estados Unidos, Cuba también está discutiendo acuerdos de cooperación con la Unión Europea. Más allá de los diferentes  ritmos y condiciones de cada proceso, lo que prima en la isla es el interés por obtener inversiones extranjeras, y en las contrapartes, el deseo de hacer buenos negocios.
© Anthony Behar/AdMedia / Latinstock

Tanto Estados Unidos como Europa han modificado la estrategia en sus relaciones con Cuba. Alejándose de la política de aislamiento y de sanciones para recurrir al poder blando y a un acercamiento, reaccionan así frente a un cambio que ya se inició hace tiempo en la isla. A través de los lineamientos para una nueva política económica y social, el gobierno de Raúl Castro implementa desde 2006 un proceso integral de reformas. La introducción restringida de elementos del mercado pretende dar viabilidad al socialismo tropical e impulsar un nuevo sector privado con la fuerza de trabajo liberada a partir de los masivos despidos sufridos en las maltrechas empresas estatales. Sin embargo, hasta ahora, esta “actualización de la Revolución” no se refleja demasiado en mejoras concretas de la realidad cubana.

El acercamiento a Estados Unidos y Europa abriga especialmente la esperanza de obtener inversiones extranjeras directas, que se requieren con urgencia y podrían estimular el crecimiento económico (que en 2014, con alrededor de 1,2%, se situó muy por debajo del promedio regional). Como contrapartida de las privatizaciones y las medidas adoptadas para aumentar la productividad, ya se observan nuevas desigualdades sociales.
La modificación en esas relaciones repercutirá en el proceso de reformas y en el tejido social del país. En el marco de sendas negociaciones, uno de los puntos más sensibles sigue siendo la protección de los derechos humanos, un tema en el que hasta ahora solo hay coincidencia precisamente sobre la falta de coincidencias básicas. Más allá de esto, los procesos paralelos de negociación muestran diferencias en cuanto a las condiciones, la constelación de actores, los intereses en juego, los objetivos y el ritmo.

El fin de las hostilidades

El acercamiento a Estados Unidos se pone en escena con una gran simbología, marcada no sólo por la acción del 17 de diciembre de 2014 concertada entre Barack Obama y Raúl Castro, sino también por el intercambio de prisioneros políticos. Se trata, ni más ni menos, del fin de una relación de hostilidad y de la eliminación de una de las últimas reliquias de la Guerra Fría, veinticinco años después de la caída del Muro de Berlín.

Por encima de todas las emociones prevalecen, en ambas partes, claros intereses políticos y económicos: Estados Unidos exige un resarcimiento por las empresas estadounidenses expropiadas por la Revolución; el gobierno cubano hace sus propios cálculos y estima en miles de millones las pérdidas sufridas durante años por su economía como consecuencia del bloqueo. La administración de la isla reclama compensaciones, el fin de la política del embargo y la devolución de la zona de Guantánamo, en la que se encuentra la base militar.

En última instancia, la decisión sobre la supresión de las sanciones depende del Congreso estadounidense de mayoría republicana, que no ofrece ningún tipo de respaldo a la incursión política solitaria de la Casa Blanca. De todos modos, en Estados Unidos e incluso entre los exiliados cubanos, cada vez adquieren mayor fuerza las voces que abogan por un levantamiento del bloqueo debido a los cambios en la isla. Mientras el gobierno cubano anuncia al mundo una nueva ley para inversiones extranjeras, las empresas estadounidenses temen volver a quedarse afuera en el reparto de la torta. Hasta las propias compañías del sector agrícola, caracterizado por una posición conservadora, ahora hacen lobby para normalizar las relaciones comerciales y lograr así el acceso a un mercado con once millones de potenciales consumidores.

Para Estados Unidos, el acercamiento a Cuba también tiene que ver con cuestiones políticas globales y con la propia reintegración a la región. Desde hace tiempo la isla ha dejado de estar perdida como tras la caída de la Unión Soviética, a comienzos de la década de 1990. A partir de entonces, el gobierno cubano ha diversificado activamente sus relaciones internacionales, que van mucho más allá de la unión con Venezuela y los países tradicionalmente aliados del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). No obstante, una reconstrucción de las relaciones con Rusia resultaría poco oportuna para Estados Unidos.

Los vecinos latinoamericanos, sobre todo, han cerrado filas en la última década detrás del país caribeño para exigir con vehemencia la readmisión de Cuba en la OEA y el fin del bloqueo. A comienzos de 2014 fueron en definitiva Estados Unidos y Canadá los que quedaron excluidos del “encuentro familiar” regional de jefes de Estado, celebrado en La Habana en el marco de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

“Todos somos americanos”, la frase pronunciada en español por Obama el 17 de diciembre, fue un mensaje dirigido a toda la región y significó el preludio de un reordenamiento de las relaciones en el continente americano. Por cierto, poco después, con su posicionamiento respecto a Venezuela, la administración estadounidense dejó en claro dónde estaba el límite del cambio en su política. Lo que en América Latina se tomó como una agresión, Obama quiere que sea entendido como la muestra de haber asumido una nueva responsabilidad en la región.

Su segundo mandato representa una oportunidad histórica para la política de distensión entre Estados Unidos y Cuba. En buena medida, el acercamiento ha tenido un ritmo intenso porque ambas partes saben que el giro político de la Casa Blanca no cuenta con el apoyo de amplias mayorías y que las relaciones podrían ser muy distintas tras las próximas elecciones presidenciales [en noviembre de 2016]. En el discurso pronunciado en la Cumbre de Panamá en abril de 2015, Obama dio en el clavo cuando dijo: “No estamos atrapados por la ideología”, para luego completar la frase señalando: “Al menos yo no lo estoy”.

El fracaso de la “Posición común”

A diferencia de esta gran pirotecnia de orden mundial, la política de distensión entre Cuba y la Unión Europea (UE) muestra un tono más calmo. Por un momento, el acercamiento con Europa incluso pareció quedar atascado. A comienzos de 2015, argumentando una pérdida de confianza, el gobierno cubano había suspendido las negociaciones con Bruselas por tiempo indeterminado. Mientras las delegaciones estadounidenses se reúnen abiertamente en La Habana con representantes de la disidencia, la parte negociadora cubana reacciona con una sensibilidad muy distinta frente a acciones similares adoptadas por la UE.

La Unión Europea negocia desde comienzos de 2014 un acuerdo de cooperación, dirigido a poner fin a la denominada “Posición común”. Este instrumento, que establece como objetivos para un diálogo con Cuba la democratización y la mejora en la situación de derechos humanos, pero también la apertura económica del país, ha sido rechazado por el gobierno en La Habana, que lo considera un planteo orientado al cambio de sistema. Ese contexto impidió durante las últimas dos décadas una colaboración constructiva en la UE. Por ejemplo, Cuba es el único país de América Latina y el Caribe con el cual la UE no ha firmado un acuerdo bilateral. La “Posición común” demostró de todos modos ser ineficaz, en gran medida porque cada vez fueron más los Estados miembros de la UE que la eludieron mediante la celebración de acuerdos bilaterales.

Entretanto, ya predominan las sinergias entre los procesos paralelos de negociación, y el deshielo de las relaciones con Washington también impulsa el acercamiento a Europa. Federica Mogherini viajó a La Habana como máxima representante diplomática de la UE para reafirmar los intereses continentales en la celebración de un acuerdo de cooperación. A su vez, más de cuarenta empresarios acompañaron al secretario de Comercio español para poder asegurarse una participación en el mercado cubano antes del levantamiento del bloqueo. El 11 de mayo de 2015, con la llegada de François Hollande, se concretó asimismo la primera visita a Cuba de un jefe de Estado de Francia. El objetivo era lograr un acuerdo antes de fin de año, aunque el jefe negociador de la UE, Christian Leffler, destaca una y otra vez que ambas partes prefieren alcanzar un buen acuerdo a uno rápido. A diferencia de Estados Unidos, Europa nunca cortó por completo las relaciones con La Habana, ni siquiera en los momentos más gélidos, y tanto la UE como sus países miembros siempre mantuvieron embajadas en la isla.

Mientras el acercamiento a Estados Unidos busca poner fin a una confrontación de décadas y establecer instrumentos fundamentales para la resolución de conflictos entre ambos países, la UE y Cuba ya negocian una futura cooperación. Europa es, después de Venezuela, el principal socio comercial de Cuba. Gran parte de las inversiones extranjeras en la isla proceden actualmente de Estados miembros de la UE, y alrededor de un tercio de los turistas son europeos. En el marco de estas relaciones ya establecidas, la UE puede ofrecer un apoyo constructivo al proceso de reformas en Cuba.

De manera similar a lo que ocurre con los enfoques políticos progresistas provenientes de países latinoamericanos vecinos, también podrían ser de gran utilidad los modelos sociales europeos y algunas enseñanzas obtenidas a partir de las propias experiencias de transformación en Europa Oriental. 

Traducción: Mariano Grynszpan
Texto extraído de Nueva Sociedad, junio de 2015.


Este artículo forma parte de Explorador Cuba

Otros textos de la publicación:

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* Representante de la Fundación Friedrich Ebert para Cuba, con sede en la República Dominicana.

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