PRESENTACIÓN REVISTA EXPLORADOR N° 2

Brasil construye su futuro

Por Luciana Rabinovich*
El siglo XXI se presenta promisorio. Brasil vive un asombroso crecimiento económico y es uno de los protagonistas en el nuevo orden internacional. Pero las desigualdades y el atraso social le impiden ser un país verdaderamente rico: económica, social y culturalmente.
© Christopher Pillitz / In Pictures / Latinstock / Corbis

¿Qué es lo que hace que un país sea grande? ¿Es la extensión de su territorio, su PIB, la riqueza de su suelo, su poder militar, su lugar en la configuración geopolítica mundial? ¿O debería ser, además, la erradicación del hambre de su pueblo, el nivel de educación de sus habitantes, la igualdad social, la equidad en la distribución de la renta y el acceso a la vivienda? 

Más allá de la inmensidad de su territorio (Brasil es el quinto país del mundo en cuanto a extensión, después de China), si se toman en cuenta indicadores económicos, entonces Brasil es uno de los grandes: su PIB ha crecido en promedio un 4% anual en la primera década de este siglo y su economía podría alcanzar el quinto puesto mundial en los próximos años; sus empresas nacionales figuran entre las más grandes del mundo (Petrobras, Camargo Correa, Embraer, Vale); el descubrimiento del área del pre-sal podría elevarlo al lugar de potencia mundial en producción de hidrocarburos, y ha logrado convertirse en un jugador global de peso y un referente regional (miembro de IBSA y el BRICS, persistente en su intento de obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, Brasil es, además, la economía más fuerte de su región).

Ahora bien, si se miden los indicadores sociales, el balance es menos alentador, a pesar de los innegables avances de la última década. En efecto, según un estudio de la Fundación Getúlio Vargas, el país estaría cerca de alcanzar el menor nivel de desigualdad desde la década del 60, cuando comenzaron a contabilizarse estos datos. Pero la pobreza y la desigualdad estructurales de Brasil no se resuelven ni con un asombroso superávit comercial ni con todo el petróleo del pre-sal. La contracara de ese indudable crecimiento es múltiple: el narcotráfico, la violencia, la corrupción y los problemas en la distribución de la tierra. La mayoría de las víctimas de la violencia son negros, pobres y habitantes de favelas, una combinación explosiva en Brasil que saca a la luz, además, un problema a menudo silenciado: la fuerte discriminación racial, heredada del pasado esclavista y de su estructura latifundista y patriarcal, aún vigentes. 

 

El lastre de la esclavitud


La tardía abolición de la esclavitud (en 1888, la última de América Latina) en un país que concentra, incluso actualmente, la mayor población negra fuera de África (1), sin dudas tuvo y sigue teniendo implicancias en la conformación de la sociedad brasileña, en su imaginario social y en su realidad económica. Víctimas de la violencia policial, los negros y mulatos perciben salarios más bajos que los blancos, ocupan empleos menos calificados y tienen una visibilidad muy poco significativa o prácticamente nula en cargos públicos. 

Resulta sorprendente aún hoy la desidia de las elites políticas respecto a este tema. Prueba de ello es la Enmienda 438 a la Constitución –que prohíbe el trabajo en condiciones de esclavitud–, que desde hace 17 años espera su aprobación en el Congreso.  


Sin embargo, hay que destacar algunos avances en este sentido. En materia de educación, por ejemplo, la ley sancionada por Dilma Rousseff en agosto de 2012, que exige reservar la mitad de las plazas en las universidades federales a estudiantes de escuelas públicas y, dentro de esa cuota, una distribución entre negros, mulatos e indígenas, proporcional a la composición de la población en cada Estado. La ley, sin embargo, suscitó todo tipo de críticas que tienen su origen, entre otras cosas, en la negación del racismo como problema.

Así, como dice Caetano Veloso en “Noites do Norte”: “La esclavitud permanecerá por mucho tiempo como la característica nacional de Brasil”. 

 

Ruptura y continuidad

Ahora bien, ¿cómo llegó Brasil al lugar que ocupa hoy? Su historia está marcada por rupturas y continuidades. De ahí el carácter híbrido, contradictorio, difícilmente clasificable de la idiosincrasia del país. Se trata, de hecho, de una potencia económica emergente con una estructura social atrasada.


Tal vez una de las explicaciones del desarrollo del país esté en su historia moderna, que tuvo al Estado como actor central. Fue Getúlio Vargas quien ubicó al Estado como eje de un proyecto nacionalista, desarrollista e industrializador. Petrobras lleva su sello, y es hoy una de las empresas más grandes del mundo. La larga dictadura militar que tuvo lugar entre 1964-1985, provocó un quiebre cívico pero no económico, puesto que los gobiernos de facto no lograron –ni se propusieron– tirar por la borda el esfuerzo industrializador.

Más tarde, la ola neoliberal de la década del 90 llegó a las costas de este país, aunque con un poco de retraso respecto a sus pares latinoamericanos. En ese marco, fue Fernando Henrique Cardoso quien marcó un hito con su reconocido Plan Real de lucha contra la inflación, que dejaría como resultado un país socialmente agrietado y económicamente destruido.

 

La guerra contra la pobreza

El 1º de enero de 2003, en su discurso de asunción, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva se refería al “cambio” como palabra clave de su gestión. Con su liderazgo, Brasil comenzó a resolver algunas vergonzosas cuentas pendientes, marcando un quiebre histórico en materia de política social. En el contexto de una “guerra contra la pobreza”, como él mismo la definió, Lula adoptó una batería de programas sociales de lo más revolucionarios (Bolsa Familia es el plan faro del lulismo y un ejemplo a nivel mundial de política redistributiva) combinada con una gestión económica ortodoxa, que continuó la línea de Cardoso, lo cual le costó fuertes críticas en el seno de su partido. 


Este delicado equilibrio de fuerzas dejó un balance positivo, tanto a nivel macroeconómico como social, sentando las bases de un modelo de crecimiento con inclusión social. Sin embargo, no hay que desdeñar las consecuencias de la prolongada crisis financiera internacional en Brasil, puesto que el país enfrenta una sobrevaluación del real que está afectando la competitividad y enfriando su economía en general.

Brasil tiene una historia de eterno desencuentro con ese destino de grandeza que, según cree, le está predestinado. Ciertamente hoy está más cerca de ser un grande, y no por el lugar –que no hay que desestimar pero tampoco sobrevalorar– que ha sabido hacerse en el sistema internacional, sino sobre todo por el progreso en materia de equidad. Ese es su mayor logro y, todavía hoy, su mayor desafío.  

1. Según el Censo 2010 (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, IBGE), sobre un total de más de 190 millones de habitantes, 97 millones son negros o mulatos.

 

** Este artículo forma parte de la nueva colección de revistas del Dipló: EXPLORADOR

Este número está enteramente dedicado a Brasil. LEER MÁS AQUÍ!

 

* © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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