INTRODUCCIÓN REVISTA EXPLORADOR N° 5: ÁFRICA

En el centro del Sur

Por Pablo Stancanelli*
África sufre de guerras, miseria y epidemias. Pero África no se reduce a sus males. Es un continente diverso, dinámico, joven. Hoy, vive un ciclo de crecimiento inédito, y sus recursos, abundantes, lo posicionan en el centro de las relaciones de fuerza globales.
Alejandro Chaskielberg (Gentileza del autor)

En el África subsahariana están los albores y el futuro del capitalismo (1). Las potencias coloniales forjaron sus economías con la savia de sus bosques, las entrañas de sus tierras, el dolor y sudor de sus pueblos. “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros”, señalaba Karl Marx, para quien la trata de esclavos  era “el método de acumulación originaria” que exigía “la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa” (2). 

La barbarie civilizatoria occidental alcanzó en el continente negro su máxima expresión. Usurpó a los africanos su futuro, diezmando y dispersando a sus poblaciones, desgarrando civilizaciones, negándoles por siglos todo atisbo de desarrollo propio. No se trata de un pasado remoto: el Estado Libre del Congo, ese campo de explotación atroz en el que el chicote era ley, dominio privado del rey Leopoldo II de Bélgica, recién dejó de existir en 1908, cuando fue cedido a… Bélgica. Sus fronteras coincidían con la actual República Democrática del Congo (RDC), hoy el país más rezagado en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. En Sudáfrica, el régimen racista del apartheid fue abolido hace apenas dos décadas. 

El ejemplo de la RDC es paradigmático del eterno saqueo de los recursos africanos y de la compleja construcción de entidades nacionales sobre tierra arrasada que siguió a la Segunda Guerra Mundial. El proceso de descolonización fue víctima a su vez de injerencias neocoloniales, cuando África, como el resto del Tercer Mundo, se convertía en tablero de la Guerra Fría. Pero las clases dirigentes africanas, a menudo formadas en Occidente, no fueron sólo víctimas; partícipes necesarias, en muchos casos aceptaron el rol periférico del continente en la división internacional del trabajo destruyendo producción y trabajo local, engendraron regímenes corruptos y asesinos, y atizaron conflictos mortíferos por riquezas y poder tras la máscara de luchas interétnicas. Fue justamente el caso del dictador Joseph-Désiré Mobutu en RDC –denominada Zaire en su megalomanía–, uno de los países más ricos en recursos minerales del continente, que redujo a la miseria mientras amasaba multimillonarias cuentas bancarias en Suiza. Los sueños de emancipación y de unidad panafricana sufrieron entonces la suerte de sus líderes: asesinato de Patrice Lumumba en 1961, golpe de Estado a Kwame Nkrumah en 1966, asesinato de Thomas Sankara en 1987… 

A partir de la década del 70, la crisis de la deuda, la expansión en el continente de los planes de ajuste estructural promovidos por los organismos financieros internacionales y las ayudas que se cobran con creces acabaron con el entusiasmo de las independencias. Las promesas de desarrollo se desvanecieron, los índices sociales y económicos empeoraron y las desigualdades crecieron, deslegitimando a las elites políticas de la región. Pero lo que fracasó en África no fue la democratización –afirma Mwayila Tshiyembe, director del Instituto Panafricano de Geopolítica de Nancy– sino “la imposición del modelo occidental de Estado-Nación, cuyo postulado de unificación étnica, cultural e identitaria constituye en sí mismo una fuente de conflicto” (3) en un continente donde las fronteras representan más un lugar de encuentro que de demarcación.

Fuerzas en pugna

“En el fondo –señala la periodista Anne-Cécile Robert–, África es la entropía de nuestro mundo, la unidad de medida del caos social y humano que lo caracteriza” (4). Y en este sentido, el futuro del capitalismo y del desarrollo global se encuentra en el continente negro. Los antropólogos sudafricanos Jean y John L. Comaroff sostienen que las “exclusiones [de la modernidad capitalista] resultan indispensables para su funcionamiento interno”, y plantean una tesis provocativa: los países centrales están evolucionando hacia África (5). 

Esto puede entenderse de distintas maneras. Por una parte, la crisis del Estado de Bienestar en Occidente, que no por casualidad se produce al tiempo que los países del Sur generan nuevas formas de resistencia y reafirman su soberanía, lleva a los países desarrollados al camino inexorable de la marginalidad. De no mediar cambios, a largo plazo sus sociedades terminarán pareciéndose a las sociedades africanas empobrecidas. Por otra, el proceso en curso en las relaciones internacionales está “reubicando en el Sur –y, desde luego, también en Oriente– algunos de los modos más innovadores y dinámicos de producción de valor” (6). Lo que hoy es centro, será algún día periferia.

Desde comienzos del siglo XXI, el África subsahariana vive un ciclo de crecimiento inédito, que coincide, a pesar de los múltiples conflictos aún en curso, con un avance en la pacificación y democratización de la región. El aumento en los precios de las materias primas, el descubrimiento de enormes reservas petroleras y la demanda de los países emergentes explican en parte esta evolución. El continente vive asimismo un crecimiento demográfico acelerado. En 2009, su población superó los 1.000 millones de habitantes –el 15% del total mundial frente al 7% en 1950– y se estima que alcanzará los 2.000 millones para el año 2050, con un aumento sostenido de la clase media. Al sur del Sahara, un 60% de la población tiene menos de 20 años. 

Sin embargo, los retos siguen siendo gigantescos. Las mejoras económicas se concentran en los países “útiles” y aún no se reflejan en las condiciones de vida. Los jóvenes, precarizados, desesperanzados, viven tentados de volcarse a la violencia identitaria, confesional o sencillamente criminal. El crecimiento urbano es desenfrenado y caótico, y la falta de agua, endémica en algunas zonas, podría agravarse en razón del cambio climático. Pero sobre todo, la región carece de un modelo de explotación sustentable de sus valiosos recursos. Las multinacionales cosechan allí ganancias extraordinarias. El informe 2013 del Panel para el Progreso de África que preside el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, señala que entre 2008 y 2010 la falsificación de declaraciones de ganancias de empresas con negocios en África le hizo perder al continente unos 38.000 millones de dólares anuales (7).

Como en la época de la trata de esclavos, el África subsahariana es hoy el eje de la globalización. Allí se dirime la pulseada entre las potencias emergentes y decadentes. Brasil, Corea del Sur, India, Turquía y, principalmente, China desembarcan con fuerza en el continente, desplazando a las antiguas metrópolis. Proponen relaciones comerciales y de cooperación innovadoras, aun cuando buscan asegurarse mercados y recursos. La historia dirá si se repiten las mismas formas de explotación y dependencia con otros actores, o si éstos pretenden realmente ayudar al continente negro a encontrar la senda de un desarrollo autónomo. 

El nuevo orden mundial se juega en África.  

 

1. Por razones históricas, culturales y geopolíticas, esta edición de Explorador se ocupa del África situada al sur del Sahara.

2. Karl Marx, El Capital, tomo I, cap. XXIV, FCE, México, 1972, pág. 646. 

3. Véase “¿Conflictos étnicos o luchas por el poder?”, El Atlas de Le Monde diplomatique III, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009.

4. Anne-Cécile Robert, “Un enjeu mondial”, Manière de voir, N° 108, “Indispensable Afrique”, París, diciembre de 2009-enero de 2010.

5. Jean y John L. Comaroff, Teoría desde el sur, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013.

6. Idem.

7. www.africaprogresspanel.org


EXPLORADOR N° 5: África

 

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* Editor de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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