EXPLORADOR N° 2: ALEMANIA

La Alemania de Angela Merkel

Por Günther Maihold*
Pese al rechazo que sus políticas despiertan en el resto de Europa, el triunfo de Merkel en las elecciones de septiembre de 2013 responde al deseo de estabilidad de los alemanes en tiempos de crisis. En un contexto de agotamiento del sistema de partidos, la canciller ha desplegado un incuestionable liderazgo político, tejiendo hábiles alianzas en un complejo entramado de poder. 
© Julian Stratenschulte / Latinstock / Corbis

“Crear el futuro de Alemania”, tal es el título del acuerdo de coalición que firmaron el 16 de diciembre de 2013 los tres partidos que integran el nuevo gobierno de Angela Merkel (2013-2017). Las negociaciones duraron tres meses y la decisión final requirió de un referéndum entre los miembros del Partido Socialdemócrata alemán, puesto que sus dirigentes querían estar seguros de no tomar una decisión en contra de la voluntad de sus afiliados. Así, quedó constituida por tercera vez en la historia de la Alemania de la posguerra una “gran coalición”, opción política reservada, según los propios actores políticos, a situaciones de emergencia y crisis profundas. La capacidad de sellar un acuerdo entre adversarios de la campaña electoral es característica de la historia política de este país, y obedece al afán de no permitir situaciones de desgobierno y de mantener en funcionamiento el sistema político. Al mismo tiempo, aumentan las expectativas en la población de que un gobierno con una holgada mayoría del 70% de los votos realmente produzca resultados y no se estanque en bloqueos mutuos.

Eterno juego de coaliciones

Desde la fundación de la República Federal de Alemania, en el año 1949, el país ha tenido 23 gobiernos de coalición de diferentes colores políticos. Después de la experiencia de la República de Weimar y el ascenso del nacionalsocialismo se procuró establecer regulaciones institucionales que garantizasen que ningún partido pudiera lograr una posición hegemónica, a fin de evitar que se cambiaran con tanta facilidad los fundamentos del sistema de gobierno, tal como lo había hecho el nazismo. Uno de los dispositivos implementados para ello fue la introducción del umbral del 5% de los votos en las elecciones, requerido para que un partido logre tener representación en el Parlamento. El otro, fue evitar opciones de carácter plebiscitario, por lo que se optó por la elección del canciller federal a través del propio Bundestag. De esta manera se les encomendó a las bancadas de cada partido en el Parlamento la tarea de buscar un acuerdo de mayorías tal que les permitiesen un gobierno estable.

Tales medidas, que resumieron las experiencias de un parlamentarismo fracasado antes de la Segunda Guerra Mundial, han llevado a un eterno juego de coaliciones en el sistema político alemán. Una constelación crítica incluso para los propios ciudadanos, puesto que su participación en esta definición central se limita a un voto estratégicamente depositado, lo cual, sin embargo, no garantiza que los actores políticos se mantengan fieles en materia de alianzas a sus promesas electorales.   

Así, el país ha vivido en tres períodos “grandes coaliciones” entre los dos partidos mayoritarios de la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia, y en su abrumadora mayoría “pequeñas coaliciones” entre un partido mayoritario y un partido pequeño (como los Liberales o los Verdes). Para este último tipo de alianzas se ha recurrido a menudo al símil del cocinero (partido grande) y el mesero (partido pequeño), lo cual demuestra las secuelas de estos acuerdos asimétricos, no solamente en el diseño del programa de gobierno, sino también en la distribución de las carteras que cada actor puede reclamar para sí. 

El actor central de este juego de coaliciones ha sido el Partido Democrático Liberal (FDP), el partido que ha logrado mantener durante la mayor cantidad de tiempo su presencia en el gobierno, a través de distintas coaliciones desde 1949. Excepto en el gobierno de Gerhard Schröder (1998-2005), cuando los socialdemócratas pactaron con Los Verdes, tanto los socialdemócratas como los conservadores se han apoyado en este partido, el cual, sin embargo, tuvo que pagar en las elecciones de 2013 por su indefinición programática con la salida del parlamento, al no superar el umbral del 5% mínimo necesario para lograr la representación en el Bundestag. 

Cambios en el sistema de partidos  

Los efectos del juego de coaliciones en el sistema de partidos resultan bien visibles. De las ocho bancadas representadas en el primer Bundestag, entre 1949 y 1961, solamente han quedado tres: la bancada unida de demócratacristianos y socialcristianos de Baviera, la socialdemócrata y la liberal –cuadro que se mantuvo hasta 1983, cuando Los Verdes lograron entrar en el Parlamento y, en 1990, después de la reunificación el Partido del Socialismo Democrático (PDS) de la ex RDA, hoy convertido en el partido Die Linke–. Así, el sistema de partidos en Alemania ha visto a lo largo de su historia dos tendencias enfrentadas: en la era de la posguerra, una dinámica de convergencia que implicó la reducción del número de partidos con una creciente centralidad de los partidos mayoritarios y, desde la década del 80, una mayor diversificación de la oferta partidaria a costa de los grandes partidos y el aumento a cinco bancadas, hecho que empezó a complicar la formación de gobiernos.

El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) es quien ha sufrido especialmente una erosión de su electorado. Históricamente siempre logró acaparar alrededor del 40% de los votos, pero en las últimas elecciones de 2013 se ha visto reducido a un 25,7%. Esta pérdida puede explicarse en parte por las mismas razones que aquejan a los demás representantes de esta corriente política en Europa. Así, el SPD no escapa al desgaste de sus principios ideológicos: la pérdida de esa “gran narrativa” que lograba fundamentar valores e identidades; el vaciamiento de la vida intrapartidaria ante la pluralidad de identificaciones desarrolladas entre sus miembros; la desarticulación de la base tradicional de “obreros” y sindicatos; los cambios en la cultura política, acompañados por nuevos ambientes políticos como el ecológico, lo alternativo, etc.; la incapacidad de encontrar contrapartes estratégicas en la sociedad, y la pérdida del internacionalismo como fuente de proyección y retroalimentación. 

El partido está muy lejos de los tiempos de Willy Brandt, cuando a nivel internacional era un modelo de referencia para muchos partidos afines. Hoy en día, el SPD se encuentra a 16 puntos de distancia de su rival tradicional, la coalición entre los partidos Demócrata Cristiano y Social Cristiano CDU/CSU liderada por Angela Merkel. Con el surgimiento del partido Los Verdes, en 1980, y Die Linke (La Izquierda), en 1990, han aparecido dos actores políticos que le impiden estructuralmente al Partido Socialdemócrata alcanzar niveles de votación que se acerquen a los de antaño.  

Hoy estamos ante una gran cantidad de diferentes pequeños partidos que –en el caso de la euroescéptica Alternativa para Alemania (AfD)– casi logran cruzar la barrera del 5% que garantiza la representación en el Parlamento. El agotamiento del sistema de partidos de Alemania es –a pesar del éxito importante de Angela Merkel en las elecciones de septiembre de 2013– una amenaza real, que abre un espacio importante para las siempre presentes tentaciones populistas y cortoplacistas. 

Movimientos sociales institucionalizados

La vida social y política no se desarrolla únicamente en los circuitos partidarios, aunque es cierto que en Alemania los actores y movimientos sociales intentan alcanzar relativamente pronto una expresión política. Casos ejemplares son la transformación parcial del movimiento ecologista y del movimiento de paz en el partido Los Verdes o la conformación del partido Piraten como expresión de la sociedad informática, los digital natives que buscan garantizar la libertad en las redes. Aunque Los Piratas solamente lograron representaciones a nivel subnacional, son expresión de aquellos movimientos sociales centrados en un solo tema, que logran acaparar la adhesión temporal de un número suficiente de votos como para impactar en la composición general del Parlamento. Esta tendencia pone de relieve la dificultad de los grandes partidos para desarrollar programas que satisfagan las muy diferenciadas preferencias de la ciudadanía; optan, por tanto, por ofrecer alternativas sociales y electorales más cercanas a los intereses del momento. 

El legado de Schröder 

Diez años después de su anuncio formal, La Agenda 2010 –el programa de reformas que comprendía al sistema social alemán y al mercado laboral–sigue alimentando los debates en el país. Esta pieza central de las reformas llevadas a cabo durante el gobierno de Gerhard Schröder (1998-2005) fue, para unos, un golpe de timón necesario para alcanzar la competitividad de la economía alemana, mientras que, para otros, fue la expresión del recorte del Estado de Bienestar y de la “neoliberalización” del proyecto socialdemócrata. La lógica del programa consistía en reactivar la economía alemana, que se encontraba estancada. Pero ello implicaba reducir aun más el gasto público. Los sindicatos y el ala izquierda de su propio partido rechazaban la reducción de las asignaciones para programas sociales y pedían revertir aquellas medidas que afectaran la protección del empleo. Los efectos políticos de este programa fueron inmediatos: el Partido Socialdemócrata no solamente perdió una elección tras otra a nivel subnacional, sino también gran parte de sus militantes, lo cual implicó a su vez la pérdida de apoyo de Schröder en su propio partido. El saneamiento de las finanzas públicas y la anhelada reducción del déficit del Estado no tuvieron efecto hasta después de la salida de Schröder de su cargo como canciller federal en 2005, dejándole a su sucesora, Angela Merkel, la posibilidad de cosechar los frutos de una política impopular, implementada cinco años antes de la implosión de la crisis del euro y del endeudamiento en la Unión Europea.  

La privilegiada posición económica de Alemania en la crisis europea y su capacidad de imponer salidas (por cierto controversiales) a las difíciles situaciones fiscales de algunos países miembros son de alguna manera resultado de una política de ajustes temprana asumida por Schröder. El costo social y político de esta decisión fue evidente: desmantelamiento del Estado de Bienestar –modelo para muchos otros países– y profundización de la desigualdad en la distribución del ingreso. Sin embargo, al desentenderse de las supuestas aberraciones neoliberales del pasado reciente, los debates que actualmente bregan por un retorno a la tradición parecen carecer de fuerza para trazar un camino viable para el futuro.

¿Merkel for ever

No cabe duda: Angela Merkel se encuentra, después de las elecciones de septiembre de 2013, en el mejor momento de su carrera política. Con un crecimiento del 8% en las elecciones, ha logrado cosechar un indudable éxito en las urnas, a las cuales acudió el 72% del electorado alemán. De esta manera, la canciller goza de la amplia aceptación que ya reflejaban las encuestas de muchas consultoras de opinión pública. Merkel encarnó la voluntad de la gran mayoría de los electores alemanes, quienes expresaron una preferencia por su persona en aquel voto favorable del 41,5% para su Partido Demócratacristiano y un 49,2% en el caso de Baviera, en favor de su aliado, el Partido Social Cristiano. Sin embargo, no hubo “cartón lleno” –ciertamente una perspectiva ajena a la historia electoral de Alemania– porque no todo sigue igual: Merkel perdió a su aliado de la última gestión gubernamental, el Partido Democrático Liberal (FDP). Para lograr una mayoría absoluta se le presentó una situación paradójica: la gran ganadora tenía que entrar en negociaciones con el Partido Socialdemócrata (SPD), a fin de garantizar una mayoría suficiente en el Bundestag.  

Aunque no haya correspondido a sus preferencias, Merkel tuvo que optar por una nueva gran coalición después de la experiencia de 2005-2009. Su partido aceptó esta opción rápidamente, no sólo por el dominio casi total que la canciller ejerce en su propia formación política. Con un instinto de poder insuperable, ha logrado un alto nivel de “domesticación” en el Partido Demócrata Cristiano, congelando todo el personal político que podría hacerle competencia y estableciendo condiciones de lealtades que le garantizan un ejercicio controlado de su agrupación. Su experiencia en el juego de poder le ha permitido coordinar exitosamente sus esfuerzos en la gestión gubernamental con actividades partidarias y el control de la coalición gubernamental. Este oficio es altamente valorado por el electorado alemán ya que su pragmatismo parece garantizarle una política sin sobresaltos ni soluciones abruptas ante situaciones de crisis como las de la Unión Europea o la ucraniana. En efecto, el hecho de que actualmente se esté discutiendo sobre la continuidad de Merkel como canciller más allá de 2017 es una clara señal de la relevancia incuestionable que ha adquirido en la función pública. 

La estabilidad económica como meta 

Merkel parece responder ampliamente al deseo de estabilidad y seguridad social de sus conciudadanos, especialmente en tiempos de la crisis del euro y de la deuda soberana. La preservación del estatus social parece ser el valor central del electorado alemán y ello logra soslayar otros temas de la agenda política. Su decisión de no asumir compromisos financieros que pudieran poner en jaque la apreciada estabilidad del país o generar dinámicas de inflación que pusieran en peligro el equilibrio de los precios es expresión clara de esta disposición. Su preferencia por implementar políticas de ajuste en países como Grecia, Italia, España y Portugal no solamente se apoya en la propia experiencia alemana de la Agenda 2010, sino que también busca evitar que la crisis afecte la situación económica y social de los ciudadanos de su país. Aunque provocó un rechazo generalizado en el resto de la Unión Europea, esta actitud –criticada por su sesgo nacional– fue aprobada en las elecciones alemanas. Sin embargo, aunque la opción de la “vía alemana” como receta a seguir por Europa sigue siendo una coincidencia entre Merkel y la ciudadanía, algunos temen que se convierta directamente en una “hegemonía alemana”.

Hacia un cambio del modelo energético 

La transición energética –el programa de reforma más ambicioso desde de la reunificación– anhela modificar a fondo la matriz energética alemana. Proyecto defendido a ultranza por Merkel, quien se comprometió personalmente con las políticas de mitigación de los efectos del cambio climático, representa un giro radical en su posición, tras años de promover y defender el uso de la energía nuclear en el país. Sin duda, la catástrofe nuclear de Fukushima (como consecuencia del tsunami del año 2011 en Japón) ha guiado este cambio de paradigma en la política energética alemana. 

La meta de esta transición se centra en lograr una economía sustentable en Alemania a través del uso de energías renovables, la eficiencia energética y el desarrollo sustentable, sustituyendo el carbón y otras fuentes de energía no renovables. La superación de la dependencia del país respecto de energías fósiles y el fomento de la energía eólica, geotérmica y de los paneles solares constituyeuna reforma central, asumida ya en el gobierno anterior. Sin embargo, dadas las fuertes resistencias por parte de las empresas energéticas y los sindicatos mineros, aún no se ha dado el paso esperado, especialmente ante la tendencia al alza de los precios energéticos y de electricidad. Aunque se ha logrado aumentar la participación de la energía eólica del 5% en 1999 al 22,9% en 2012, sigue habiendo dificultades en lo que respecta a la infraestructura de transmisión de las costas de los mares en el norte del país a los consumidores y la industria en el sur. La transición energética sigue siendo una asignatura pendiente de Angela Merkel, quien se está enfrentando a los intereses de los conglomerados más fuertes del país. 

Con todo ello, Alemania continúa en el proceso de búsqueda de una fórmula para la convivencia armónica entre mercado y Estado, entre una población mayoritariamente envejecida y un escaso número de jóvenes, entre desarrollo sustentable y estructuras industriales tradicionales. Ninguna fuerza política ha logrado todavía presentarle un proyecto convincente al electorado o siquiera impulsar un debate social profundo sobre el futuro del envejecido modelo social alemán. Se trata de un proceso de búsqueda sin un destino claro, ni un camino fijado de antemano. Una búsqueda sin brújula, pero al menos una búsqueda… 


EXPLORADOR N° 2: Alemania

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Este artículo forma parte de la segunda serie de la colección de revistas de EXPLORADOR

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* Subdirector del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP), Berlín/RFA; actualmente es titular de la Cátedra Guillermo y Alejandro von Humboldt en el Colegio de México, México, D.F.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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