INTRODUCCIÓN

La explotación perpetua

Por Creusa Muñoz*
El auge económico que vive Perú desde hace diez años, sin precedentes en la historia del país, comienza a mostrar señales de agotamiento. Un crecimiento sin desarrollo ni inclusión social, que saquea las riquezas naturales y deja a la población sumida en la inequidad.

La pérdida [del guano y del salitre] nos reveló trágicamente el peligro de una prosperidad económica apoyada o cimentada casi exclusivamente sobre la posesión de una riqueza natural, expuesta a la codicia y al asalto de un imperialismo extranjero o a la decadencia de sus aplicaciones por efecto de las continuas mutaciones producidas en el campo industrial por los inventos de la ciencia” (1). Esta crítica al vasallaje de la economía peruana, fundada sobre un modelo primario exportador, fue escrita hace casi un siglo por José Carlos Mariátegui cuando la Guerra del Pacífico, librada entre Perú y Bolivia contra Chile, dejaba al primero inerme frente a la pérdida de las materias primas sobre las que giraba toda la nación. Hoy lo único que cambió fueron los recursos. El sistema económico peruano sigue fielmente anclado sobre riquezas tan endebles como fugaces.

Crecimiento sin desarrollo

Durante el dominio español el crecimiento económico peruano estuvo garantizado por la extracción del oro y de la plata; a mediados del siglo XIX, por el guano y el salitre; cincuenta años después, por el caucho; otros cincuenta años más, por la harina de pescado, y hoy, casi como una réplica de la época colonial, nuevamente por la minería. Este sistema, sin embargo, llevó a un boom económico sin precedentes en la historia del país. En la llamada década de oro (2003-2013), a la que algunos califican como generadora de un “milagro”, Perú casi duplicó el Producto Interno Bruto (PIB), con un crecimiento promedio de 6,4%, o 7,1% si no se contempla el año 2009, que recibió los coletazos de la recesión internacional (2). Estas cifras históricas fueron propulsadas por factores externos azarosos, que afortunadamente esta vez inclinaron la balanza a favor de la economía peruana, como el aumento exponencial del precio internacional de las materias primas, las bajas tasas de interés (que impulsaron el financiamiento, la inversión y la expansión empresarial) y la creciente y voraz demanda china por los commodities.

Pero el crecimiento no condujo indefectiblemente al desarrollo y mucho menos a la inclusión social. Y es que la productividad del país continúa siendo insignificante comparada con el brutal y sostenido auge económico de la última década (entre 2002 y 2013, la productividad sólo representó un 25% del crecimiento del PIB (3)). Tampoco se realizaron avances significativos en materia de educación, empleo formal, acceso al financiamiento, desarrollo tecnológico, innovación e infraestructura. La extranjerización del aparato productivo seguramente sirva como respuesta: de las 30 empresas más grandes en 2010, 17 eran extranjeras, reteniendo éstas el 54,6% de las utilidades. Un dato no menor es que entre 2003 y 2012 ingresaron al país 56.751 millones de dólares al tiempo que salieron unos 74.078 millones de dólares en concepto de repatriación de utilidades (4).

En cuanto al desarrollo social, si bien la pobreza monetaria disminuyó sustancialmente del 52% al 27% de 2005 a 2013, el crecimiento no tuvo el mismo impacto sobre la pobreza multidimensional que contempla la educación, la salud y la vivienda (véase Lynch y Fernández-Maldonado, pág. 82). La emergencia de una clase media más importante numéricamente y consolidada, tampoco contribuyó a resquebrajar la rampante desigualdad social que asola al país desde tiempos inmemoriales. Según las estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el ingreso del 20% más rico de la población es 18,5 veces mayor que el ingreso del 20% más pobre (5).

Concentración de la riqueza, extranjerización del aparato productivo, desindustrialización del país… Los principales cuestionamientos al modelo primario exportador quizás no sean tan falaces.

Tierra fecunda

La reprimarización de la economía fue impulsada por el gobierno de Alberto Fujimori que en los años noventa se encargó de implementar un modelo neoliberal, privatizando y concentrando la economía en pocas manos, principalmente extranjeras, que cooptaron al Estado, resucitando una de las peores características de un gobierno oligárquico: el patrimonialismo. Este sistema, que parecía subsistir gracias a la mano dura de una dictadura, al clientelismo y a una retórica que postulaba al gobierno como el salvador de la hiperinflación y de la violencia desatada por el grupo guerrillero maoísta-leninista Sendero Luminoso, continúa hasta el día de hoy. Todos los gobiernos que le sucedieron, inclusive el de Ollanta Humala Tasso (2011-2016), ferviente crítico del proyecto neoliberal, optaron por el continuismo económico y político, y nada parecería indicar un cambio rotundo del sistema con la elección de Pedro Pablo Kuczynski como Presidente en junio de 2016, que representa el ala más dogmática de la derecha liberal.

El signo político del gobierno tradicionalmente de derecha, la debilidad institucional, el neopatrimonialismo, los escándalos de corrupción que envuelven a la clase política peruana son tierra fecunda para el desarrollo de una economía manejada por el capital transnacional que saquea las riquezas naturales y deja a gran parte de la población inerme frente a la inequidad.

La única esperanza quizás sea la resistencia de los oprimidos que están comenzando a alzar la voz fundamentalmente en la sierra y en la selva, donde la pobreza está por encima del promedio nacional (46% en el ámbito rural mientras en las áreas urbanas es del 15,3% (6)) y donde, paradójicamente, se encuentran los distritos mineros que perciben un canon por esa actividad. Mientras tanto, el gran capital apoyado por una clase política parasitaria de una economía netamente exportadora de metales (la minería representa más del 12% del PIB, 60% de las exportaciones y 21% de la IED (7)), seguirá libando las últimas utilidades de un modelo que ya muestra señales de agotamiento por el fin del superciclo de los precios de los commodities.

Hasta que los rezagados de la economía peruana hagan suyo el grito de aquel legendario insurrecto Túpac Amaru, descendiente de los incas, que al sublevarse contra la corona española, exclamó: “¡Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza!” (8). Pero en toda la historia contemporánea sólo una izquierda (la del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, 1968-1975) llegó al poder en Perú reivindicando verdaderamente a los oprimidos, y hoy el pueblo peruano, adormecido por el “milagro”, sigue apostando a las migajas de una sociedad jerárquica anquilosada.  

1. José Carlos Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Capital intelectual, Buenos Aires, 2009.
2. Carlos Ganoza Durant y Andrea Stiglich Watson, El Perú está calato, Planeta, Lima, 2015.
3. Las mediciones comparativas de productividad son referencias más que indicadores exactos. Los autores las citan para indicar que la productividad en Perú es inferior a países que registraron verdaderos “milagros económicos” como Hong Kong (54%) y Corea del Sur (58%). Ibídem nota 2.
4. Véase Nicolás Lynch, “Perú: la prosperidad falaz”, Nueva Sociedad, Buenos Aires, noviembre-diciembre de 2013.
5. “Panorama social de América Latina”, Cepal, Santiago de Chile, 2011.
6. “Población en situación de pobreza monetaria, según ámbito geográfico, 2004-2014”, INEI, Lima, 2014.
7. José de Echave, “La minería ilegal en Perú”, Nueva Sociedad, Buenos Aires, mayo-junio de 2016.
8. Juan Velasco Alvarado, La revolución peruana, Eudeba, Buenos Aires, 2014.


Este artículo forma parte de Explorador Perú

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* Editora de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur. Esta nota fue publicada en el Suplemento de Cultura y libros de La Capital de Rosario bajo el título “Conjurar el horror” el 2 de agosto de 2020.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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