Después de la crisis, la crisis
Después de la aplastante victoria del Partido Liberal Demócrata (PLD) en la elección de senadores de julio de 2013, el primer ministro japonés Shinzo Abe dispone de la mayoría absoluta en las dos Cámaras. En un país que ha conocido años de deflación (desde la crisis de 1997), el desastre del terremoto y el histórico accidente de la central nuclear de Fukushima (marzo de 2011), el gobierno de Shinzo Abe se concentró desde que llegó al poder, el 28 de diciembre de 2012, en la recuperación económica. Un fenómeno bautizado por los medios como “Abenomics”, en referencia al “Reaganomics” que marcó el primer período del neoliberalismo estadounidense bajo la presidencia de Ronald Reagan en los años 80. El poder se abocó así a salir de la deflación mediante tres tipos de medidas: aumentar la liquidez, es decir poner en marcha la máquina de emitir billetes, con el objetivo de alcanzar de aquí a dos años una tasa de inflación del 2%; reactivar la inversión pública; implementar una estrategia de crecimiento basada en las exportaciones, las privatizaciones y la desregulación del mercado laboral.
Romper con la ortodoxia no basta
El derrame poco ortodoxo de liquidez de enero de 2013, impuesto al Banco de Japón, al principio estimuló la economía bursátil –con tanta mayor rapidez puesto que las cotizaciones habían empezado a subir durante el mes anterior a las elecciones de senadores–. Ante la insistente demanda de los grandes exportadores, se bajó la cotización del yen, en especial en relación con el dólar y el euro. Las exportaciones se vieron así estimuladas (+16% de octubre de 2012 a octubre de 2013), pero mucho menos de lo esperado (sólo 4% en volumen), debido particularmente al escaso crecimiento económico de los países clientes y las importantes deslocalizaciones operadas en el curso de las últimas décadas. En suma, sólo aumentaron las ganancias de los exportadores.
La depreciación de la moneda japonesa, por otra parte, provocó una fuerte alza en los precios de las importaciones. Según el Ministerio de Finanzas de Japón (1), el déficit comercial jamás había sido tan importante desde 1979: más de 9.000 millones de euros en noviembre de 2013 (1,293 billones de yenes), contra un excedente superior a 11.000 millones de euros en 2007.
Tan endeudado estaba el Estado (224% del PIB en 2013), que la estimulación de obras públicas –un tabú presupuestario en años anteriores– fue aclamada por las empresas locales, que sufren la desaceleración de su actividad. La idea de una reactivación mediante el gasto público –a pesar de que en todas partes, en especial en Europa, la doxa neoliberal ordena su reducción– logró seducir a los partidarios del voluntarismo político y a los economistas hostiles a la austeridad, como el economista Joseph Stiglitz: “Las ‘Abenomics’ representan el camino correcto para reactivar la economía nipona. Europa y Estados Unidos tendrían que inspirarse en ellas” (2).
Sin embargo, ese parcial retorno al keynesianismo no tuvo el efecto esperado. La tasa de crecimiento anual del PIB, que entre enero y marzo de 2013 alcanzaba el 4,3%, en el tercer trimestre (de julio a octubre) cayó al 1,9%. La tasa de inversión productiva de las empresas, que estos últimos años aceleraron las deslocalizaciones, sigue siendo baja (3). El balance es tan poco alentador, que a comienzos de octubre de 2013 Shinzo Abe anunció un nuevo paquete de financiamiento por un monto total de 40.000 millones de euros.
Pero para reactivar la economía, no basta con romper con la ortodoxia y derramar dinero sobre las empresas. En el ámbito social, el balance de las “Abenomics” es netamente negativo. El número de familias que reciben ayuda social bate un récord histórico, con 1.600.000 hogares en agosto de 2013 (4).
Detrás de un índice de desempleo entre los más bajos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) del orden del 4%, se oculta una silenciosa pero profunda degradación del empleo, con la consolidación de la precariedad y la intensificación del trabajo. Hoy, el 35% de los empleos se precarizaron (trabajo a tiempo parcial, temporario…), y el ingreso real de los salarios está en regresión: -1,3% entre octubre de 2012 y octubre de 2013, según el Ministerio de Salud, Trabajo y Seguridad Social de Japón.
Además, cayó la tasa de sindicalización (18% contra 24% a comienzos de 1990). Pero en Japón, generalmente, no son los sindicatos los que se encargan de reivindicar a los trabajadores precarizados sino las asociaciones. Desde el año 2012, éstas publican la lista negra de las empresas que imponen a sus asalariados condiciones de trabajo inhumanas. El premio anual a la “compañía negra” (burakku kigyou), fue otorgado en 2013 a Watami, un importante grupo nacional de fast food, cuyo fundador y ex presidente, Watanabe Miki, acaba de ser electo senador por el partido oficialista. Su famoso mandamiento dirigido a los empleados “Trabaja trescientos sesenta y cinco días al año y veinticuatro horas por día, hasta tu muerte”, enriqueció la lista de los dichos del neoliberalismo japonés, de los cuales el más antiguo es: “Cuenta con tus propias fuerzas” (“Jijo Doryoku”).
Shinzo Abe, mientras reduce los impuestos sobre las empresas, exhorta públicamente a los empresarios a aumentar los salarios para estimular el consumo. Conserva las exenciones fiscales al tiempo que aumenta el impuesto al valor agregado (IVA), que pesa sobre los hogares, y que pasaría del 5% al 8% a partir del 1° de abril de 2014, para aliviar el déficit de la seguridad social. Pero Shinzo Abe bien podría, aunque no lo hace, aumentar el índice de los aportes empresariales que hoy es el más bajo del mundo: un poco más del 5% del PIB, contra el 11% promedio para los países de la Unión Europea (5).
Al mismo tiempo, lleva adelante una ofensiva política comercial, muy mediatizada en Japón, para exportar centrales nucleares, productos alimenticios de lujo y equipamientos militares de alta tecnología. Hasta ahora la venta de estos últimos al exterior estaba estrictamente limitada por tres principios más o menos respetados desde 1967: no vender armas a los países en conflicto, no vender armas a los países que están en riesgo de guerra, no promover la exportación de equipamientos militares.
Querer vender centrales nucleares puede parecer incongruente. Aunque el 7 de septiembre de 2013 el Primer Ministro haya declarado, ante el comité de los Juegos Olímpicos, que la central de Fukushima estaba controlada y que todo estaría en regla antes de los Juegos de Tokio que se celebrarán en 2020, todavía no se logró la evacuación del agua contaminada. Esta demora no hace más que suscitar la ira de los habitantes, campesinos, horticultores y pescadores de la región.
En cuanto a las exportaciones agrícolas, la agresiva política preconizada por el gobierno se considera una táctica para desviar la atención de los detractores del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (Trans-Pacific Partnership, TPP), en curso de negociación. Muchos temen que ese texto anuncie la muerte de la agricultura familiar y de las normas de seguridad alimentaria, más estrictas en Japón que en Estados Unidos (6).
El giro que toma esta nueva política económica inquieta. Más aun cuando en la historia de Japón, la respuesta al malestar social siempre consistió en restringir libertades. Como por ejemplo, en ocasión de la crisis económica de los años 1920-1930, frente al aumento de las reivindicaciones democráticas de los trabajadores rurales y urbanos, se adoptaron medidas que favorecieron la militarización y la represión, contribuyendo al desarrollo de un nacionalismo expansionista.
Tras el velo de la patria
La posguerra inauguró una era de fuerte crecimiento distributivo, beneficiando a la mayoría de la población. El mito de la clase media ascendente se derrumbó definitivamente en las dos “décadas perdidas” (así se llama al período signado por la crisis de 1997), mientras que la esfera social reivindicativa se reduce cada vez más. En tiempos de crisis económica, el nacionalismo y las políticas identitarias constituyen instrumentos eficaces para eludir las exigencias sociales: enriquecidos y empobrecidos trabajan juntos por su patria, todos unidos contra los países vecinos.
El recrudecimiento de los incidentes territoriales con China por las islas Senkaku (Diaoyu en chino) en el mar de la China Oriental, y con Corea del Sur –otra discordia territorial muy mediatizada– por la isla de Takeshima (Dockdo en coreano) brinda al gobierno de Shinzo Abe una ocasión soñada para movilizar el nacionalismo. No es casualidad que el proyecto que en 2012 publicara el PLD para revisar la Constitución comúnmente llamada “Constitución de la Paz”, suprima en el Preámbulo la referencia al “principio universal de la humanidad”, e integre fórmulas como “El Estado [está] fundado sobre la patria y la familia, el respeto y la armonía”. El constitucionalista Higuchi Yoichi se declara preocupado por el futuro de la democracia japonesa: “Un Estado que privilegia cada vez más el derecho de sangre [hoy el sistema se complementa con el derecho de suelo bajo ciertas condiciones] corre el riesgo de convertirse en xenófobo”.
Esta revisión, para Shinzo Abe, apunta a “salir del régimen de posguerra” y a cuestionar el orden internacional surgido de las Conferencias de Yalta y Potsdam (1945), que sancionaron a las potencias fascistas. Pero el Primer Ministro no busca retomar sus distancias con Estados Unidos en nombre de la soberanía nacional: por el contrario, insiste en reforzar la alianza militar y justifica la presencia de importantes bases estadounidenses, como las de las islas Okinawa.
La denuncia de esta subordinación militar, política y económica con respecto a Estados Unidos durante mucho tiempo fue monopolio del Partido Comunista Japonés (PCJ), que hablaba del país como de una “colonia de Estados Unidos”. Hoy, la crítica proviene fundamentalmente de liberales y ex funcionarios que nunca siguieron los pasos del PCJ. Coautor de una reciente obra titulada Interminable “Occupation” (7), Magosaki Ukeru, ex diplomático y ex profesor en la Escuela de Defensa Nacional, preconiza una autonomía relativa con respecto a Estados Unidos y una revisión del tratado militar, así como la creación de una comunidad de Asia del Este.
Este posicionamiento de una parte de los liberales contrasta con la línea política del gobierno de Shinzo Abe, tanto sobre el acuerdo de seguridad como sobre el TPP, al que el partido en el poder se había opuesto bajo los anteriores gobiernos. Estiman que este acuerdo de librecomercio sólo favorecería a las empresas estadounidenses que, en caso de litigio, podrían llevar al gobierno japonés a ser juzgado y condenado según las normas jurídicas estadounidenses (Investor-State Dispute Settlement). Disposición más que simbólica de renuncia a la soberanía nacional.
Pero los detractores de la dependencia se inquietan más por el tema de la política de defensa. Lejos de aportar más autonomía, la ambiciosa revisión de la Constitución que propugna Shinzo Abe permitiría la participación en operaciones de defensa colectiva junto con el ejército estadounidense, lo que actualmente está prohibido.
Esa voluntad de cambios constitucionales y crecimiento de las exportaciones de material militar esclarece particularmente las “Abenomics” que, como escribió el 22 de julio de 2013 Süddeutsche Zeitung, sólo constituyen un medio para que Shinzo Abe eleve a Japón al rango de gran potencia militar.
Así, Japón y China rivalizan en nacionalismo, con una creciente militarización de ambos lados. De parte de la derecha japonesa, eso va acompañado de provocaciones sobre la historia moderna de Asia del Este: hombres de Estado japoneses visitan el muy controvertido santuario de Yasukuni, donde reposan las almas de los soldados que murieron por el emperador, incluidas las de los más grandes criminales de guerra (8); niegan la prostitución forzada de las mujeres asiáticas organizada por el ejército imperial durante la Segunda Guerra Mundial.
Para evitar que la tensión regional culmine en confrontación armada, habría que revisar a fondo las “Abenomics”. La prioridad debería ser desactivar el malestar social y favorecer un sensible aumento de los salarios, así como reforzar los derechos laborales, con el fin de corregir serias desigualdades. Además, Shinzo Abe tendría que detener definitivamente el programa de energía nuclear: las continuas fugas de agua radiactiva en Fukushima confirman todos los días su bochornoso fracaso. Una contaminación que podría suscitar un conflicto mayor con los países costeros del Océano Pacífico.
Más aun, en lugar de pensar en una reactivación del crecimiento productivista apoyándose en grandes empresas que acaparan todos los privilegios, sería mejor que Shinzo Abe considerara la mutación de la estructura social, como lo señala Kosuke Motani. Este economista insiste en la continua disminución de la población activa, que en 2035 rondaría las 44.200.000 personas, cuando en 1995 contaba con 81.200.000, y en la escasa propensión al consumo de la clase acomodada (9). Lo que también subraya a su manera otro economista, Tachibanaki Toshiaki, especialista en el análisis de las desigualdades sociales. Las “Abenomics”, que intentan crear riqueza a cualquier precio, agravan las desigualdades en una lógica sistémica donde “los ganadores se llevan todo”. Lo que, según él, no puede ni siquiera funcionar, teniendo en cuenta el envejecimiento de la población y la evolución de los valores de los japoneses, que cada vez más tienden a buscar la “felicidad” antes que a consumir (10).
2. Entrevista en Asahi Shimbun, Tokio, 15-6-13.
3. “Japan growth slows on weakness overseas”, The Wall Street Journal Online, 13-11-13, http://online-wsj.com
4. “Nouveau record du nombre de ménages recevant l’aide sociale”, Nihon Keizai Shimbun, 13-11-13.
5. Itoh Shuhei, “Le grand tournant de la sécurité social”, Sekai, Tokio, noviembre de 2013.
6. Lori M. Wallach, “Un tifón que amenaza a Europa”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2013.
7. Magosaki Ukeru y Akira Kimura, Interminable “Occupation”, Houritsu Bunkasya, Kioto, 2013.
8. Tetsuya Takahashi, “Yasukuni o la memoria colectiva”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2007.
9. Tokyo Shimbun, Tokio, 17-11-13.
10. Tachibanaki Toshiaki, “Faut-il ignorer la société inégalitaire? ”, Sekai, Tokio, agosto de 2013.
* Economista, profesor en la Universidad Meiji Gakuin (Tokio), presidente del Centro de Estudios Internacionales por la Paz.
Traducción: Teresa Garufi