¿POR QUÉ NO ACUERDAN ALBERTO FERNÁNDEZ Y RODRÍGUEZ LARRETA?

El inepto es el otro

Por Ernesto Calvo*
La respuesta a las crisis suele complicarse en los sistemas federales, sobre todo si el gobierno nacional y el provincial pertenecen a partidos distintos. En estos casos, al mandatario opositor le conviene mostrarse ambiguo, cooperar con el gobierno federal para no enfrentarse abiertamente pero también diferenciarse, y trasladar la responsabilidad al otro. Esto se acentúa en la crisis generada por el Covid por dos motivos: la dificultad para evaluar la eficacia de las respuestas sanitarias y la polarización política.
Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta en conferencia de prensa por la pandemia, 2020.

En la escuela aprendemos que el federalismo es un sistema de ciudadanía dual, en el cual las responsabilidades de gobierno son distribuidas entre un orden nacional y un orden provincial. Para todo aquel que entra en la política, en cambio, el federalismo es una máquina de asignar premios y castigos, donde los logros son propios y los costos son ajenos. Toda crisis, tanto epidemiológica como económica, es procesada por esta máquina de atribuir culpas, y la respuesta de los actores es primariamente defensiva. Por un lado, los oficialismos locales buscan disminuir los costos que afectan directamente a sus votantes. Por otro lado, todos los políticos buscan deslindar responsabilidades a los “otros” por el daño infligido por la crisis. Es por ello que la ineptitud es siempre el otro.

El resultado de este juego cruzado de intervenciones locales y acusaciones públicas es que la respuesta ante desastres económicos, ambientales y epidemiológicos de los países federales es particularmente débil. Esto es todavía más visible cuando los gobiernos provinciales son de un color político distinto al del gobierno nacional. Ante una crisis, la mejor respuesta de un gobierno provincial opositor es mostrarse ambiguo, cumplir parcialmente las medidas mientras se critica la respuesta nacional. “Edge your bets”, se dice en inglés: apostar algunos recursos a la política nacional y tomar distancia, al mismo tiempo, de sus consecuencias negativas.

Esto ocurre también en los sistemas no federales, unitarios, en donde la oposición tiene los mismos incentivos para remarcar las consecuencias negativas de la crisis que pueden ser atribuidas al gobierno nacional. La diferencia entre un gobierno federal y uno unitario reside en la autoridad legal con la que cuentan los mandatarios opositores para evadir las recomendaciones federales.

Si por ejemplo, el gobierno nacional establece restricciones a la circulación, los oficialismos provinciales criticarán los costos económicos de la medida y cumplen muy parcialmente con las recomendaciones. Si el gobierno nacional elimina la cuarentena, los oficialismos provinciales cuestionarán las consecuencias de una respuesta sanitaria débil. Si el gobierno distribuye recursos para estimular el consumo y refuerza la cuarentena, hablarán de los costos inflacionarios.

Por supuesto, esta es también la respuesta del gobierno federal para denunciar una implementación inapropiada de sus medidas. Cuando los casos de Covid se disparan, los oficialismos federales que enfatizaron la respuesta sanitaria acusarán a la oposición de no acatar las medidas y acentuar la crisis. Si el oficialismo federal minimizó la respuesta sanitaria, entonces acusará a la oposición de exagerar los costos sanitarios en desmedro de una recuperación económica, como hizo Donald Trump. El federalismo debilita la coordinación de una respuesta sanitaria en política pública.

Un estudio reciente de investigadores de la Brown University, American University y Barnard College, que se publicará en breve, analizó en detalle las diferencias en las respuestas sanitarias de los gobiernos subnacionales de Estados Unidos, Brasil y México, evaluando cómo los estados alineados con el oficialismo o la oposición desplegaron políticas notablemente distintas. Los resultados son dramáticos: la principal explicación de las diferencias sanitarias en los tres países es el alineamiento político de sus gobernadores.

Cuatro encuestas que realizamos desde la Universidad de Maryland entre alrededor de 10.000 votantes de Argentina, Brasil y México mostraron patrones similares, con percepciones de riesgo económico y sanitario muy distintas entre los votantes de los distintos partidos políticos. Dos ciudadanos brasileños sociodemográficamente idénticos perciben distintas probabilidades de perder su trabajo o enfermarse de Covid en función de sus alineamientos políticos: los seguidores de Jair Bolsonaro tienen más miedo al desempleo, los opositores a la enfermdad. La inversión de la relación causal es tan dramática que se puede resumir en una frase: “Cuando los políticos dicen salud, los votantes estornudan”.

Polarizados

¿Por qué los políticos ofrecen políticas sanitarias tan diferentes frente a la crisis del Covid? En primer lugar, por la enorme dificultad para medir el efecto de las respuestas sanitarias y económicas. Y, en segundo lugar, por la imposibilidad de evaluar “que hubiera pasado si” otra política sanitaria y económica hubiera sido implementada.

Todos los políticos pueden afirmar que, frente a una crisis de esta magnitud, hubieran implementado una política que habría resultado en un menor número de muertes, un menor costo económico y un menor costo en calidad de vida. Pero la afirmación es indemostrable.

Como en toda buena novela de ciencia ficción, existen infinitos universos en los cuales las consecuencias de la crisis hubieran sido dramáticamente distintas. Sin embargo, solo vivimos en este, por lo que la crisis es “por culpa de” o “gracias a” el gobierno nacional o la oposición. Cuanto mayores son los vacíos informativos, mayores son las diferencias en los resultados que esperaríamos en estos universos posibles. La cantidad de muertes y los costos económicos hubieran sido dramáticamente inferiores en ese universo paralelo en el cual Mauricio Macri fue reelecto, dice la oposición. La cantidad de muertes y los costos económicos hubieran sido notablemente superiores en ese universo paralelo en el que Cambiemos ganó la elección, sostiene el oficialismo.

Esa inhabilidad para anticipar una crisis o para encontrar información que permita atribuir responsabilidad es llamada “retrospección ciega”. Los políticos, dicen Chris Achen y Larry Bartels en un trabajo clásico sobre el tema (1), son a menudo penalizados por eventos que no están bajo su control. Sequías y pandemias son algunos de los ejemplos más visibles. “Si yo estoy mal”, razona el votante, “alguien tiene que pagar”.  Sin embargo, contraofertan los detractores de Achen y Bartels, aun cuando los políticos no pueden anticipar el Covid, deberían poder dar una mejor o peor respuesta ante la crisis. Los votantes no castigan el “infortunio” sino la ineptitud. El problema, por supuesto, es como medir la ineptitud.

La calidad de la respuesta sanitaria es difícil de medir. Los costos relativos de abrir o cerrar escuelas no cambian si el presidente es Alberto Fernández o Mauricio Macri y, más importante aún, solo vivimos en un mundo en el cual se abrieron o se cerraron las escuelas. ¿Hubiera Macri reducido el tiempo de cuarentena en caso de haber sido presidente cuando estalló la pandemia? Si Macri hubiera minimizado los costos de la epidemia, como Bolsonaro o Trump, ¿estaría la economía en un mejor lugar? Por otro lado, si Macri hubiera optado, como Alberto Fernández, por una cuarentena estricta, ¿hubiera el peronismo aceptado los costos económicos de esta decisión? Un peronismo en la oposición seguramente habría enfatizado el peso económido del confinamiento en los sectores más vulnerables.

Los costos de la polarización

Para todos aquellos que viven para y de la política, políticos y políticas profesionales como decía Max Weber, la descripción de las consecuencias de la crisis no es realmente novedosa. Existe poco control sobre las alternativas que tanto los oficialistas como los opositores pueden proponer. Dado que solo observamos un resultado, elegir el menor de dos males sigue siendo políticamente costoso. En un sistema federal, la primera movida es siempre del gobierno nacional, y la respuesta de los opositores. El juego tiene pocas variantes: si el gobierno dice salud la oposición grita economía, y viceversa.

Sin embargo, tanto el gobierno como la oposición cuentan con flexibilidad para definir el grado de agresividad con el que quieren jugar sus cartas. Este tono más o menos polarizado a menudo depende del nivel de competencia interna de cada grupo. Una oposición dividida puede verse tentada a tomar posiciones más duras y polarizantes, dado que el votante propio, decisivo para controlar al partido, suele ser más extremo que el votante medio. No es extraño que los cacerolazos y la intensidad opositora inauguren el ciclo electoral del 2021, en el que empiezan a definirse los posibles futuros de Cambiemos.

En el caso del Covid, sin embargo, las respuestas motivadas por necesidades puramente políticas son problemáticas. Producen consecuencias sanitarias que se miden en cantidad de vidas y trivializan el sufrimiento de los ciudadanos. A veces, los costos humanitarios son suficientes para forjar grandes coaliciones y romper los ciclos del juego político. Por ahora, este no es el caso de la Argentina.

1. Democracy for Realists.

* Profesor de la Universidad de Maryland.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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