Kazajstán en huelga
Para obtener algunas migajas más de la torta que representa este país –cinco veces más grande que Francia y dueño de un subsuelo muy rico–, miles de trabajadores del petróleo (nieftianiki) del oeste de Kazajstán lanzaron, en mayo de 2011, el movimiento de huelga más importante desde la independencia del país, en 1991. Siete meses después, el 16 de diciembre, en la pequeña ciudad de Janaozen –ciento cincuenta kilómetros al este de Aktau, la capital regional a orillas del mar Caspio–, la policía disparó sin intimación previa a una muchedumbre exasperada. Balance oficial: diecisiete muertos, todos civiles; según fuentes locales, unos cuarenta.
Durante toda la huelga, a pesar de las presiones y los 2.500 despidos arbitrarios, los nieftianiki se comportaron de manera pacífica. Habían querido una huelga “seca” (sin alcohol) y limpia; todas las tardes barrían la plaza central de Janaozen, donde venían celebrando sus asambleas desde el verano. El poder kazajo comenzó las negociaciones sobre la cuestión de los despidos y las reivindicaciones salariales, mientras la sangre vertida calmaba el ardor de los huelguistas.
En esta ex república soviética, el poder, para retomar la expresión de la politóloga Marlène Laruelle, adquiere la forma de un “autoritarismo consultivo”, que intenta obtener cierta adhesión por parte de los dieciséis millones de kazajos. ¿Se mantendrán los programas socioeconómicos lanzados tras la tragedia del 16 de diciembre? Nada más dudoso.
Los nieftianiki esperaban que los gobiernos extranjeros condenaran la matanza y alentaran a Astana, la capital, a paliar los fracasos de su gobernanza corrupta y su gestión autocrática, aunque más no fuera para preservar la estabilidad del país y la seguridad de las inversiones. Nada de eso ocurrió. Las compañías petroleras –Total, ExxonMobil, Ente Nazionale Idrocarburi (ENI)– y los gigantes mineros –Areva, Arcelor-Mittal, etcétera–, muy presentes en la estepa kazaja, se muestran en general más dispuestos a alabar la política del presidente Nursultan Nazarbaiev (72 años), al frente de la república desde 1989, que a cuestionar su autoritarismo. El 18 de enero de 2012, tres días después de unas elecciones parlamentarias muy criticadas por la misión de observación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), el diario Kazakhstanskaya Pravda reprodujo las declaraciones del senador francés Ayméri de Montesquiou (Unión Centrista), quien viajó a Janaozen como observador de las elecciones, a pedido del presidente kazajo: “En todos los lugares a los que fui durante las elecciones, en todos los centros electorales, todo se celebraba en un marco de orden y respeto de la ley”.
El día del drama, la ex república soviética conmemoraba los veinte años de su independencia. Para celebrar el acontecimiento –y consentir al presidente– las autoridades locales se propusieron desalojar a los manifestantes de la plaza central. Fue así como la situación se agravó. En agosto, la policía había prohibido a los huelguistas instalar carpas. Poco importa si la temperatura alcanza los 40 grados en verano y baja –clima continental obliga– a los 30 grados bajo cero en invierno. El ayuntamiento de Janaozen, por su parte, pudo instalar todas las yurtas [tiendas de campaña] que quiso. Una provocación típica del funcionamiento político kazajo, según entendieron los huelguistas; un acto altruista, según el edil municipal: “Quería que todo el país estuviera alegre –alegó el alcalde Orak Sarbopeiev ante una periodista rusa–. Habíamos gastado mucho dinero en los preparativos. Nunca antes habíamos instalado yurtas, y por eso les pedí a los huelguistas que nos dejaran armarlas: para sostener un poco el espíritu del pueblo. Después de todo, hacía ya siete meses que estaban ocupando la plaza” (1).
El origen del conflicto
La cuestión salarial está en el centro de las reivindicaciones de los nieftianiki de Manguistau, región que concentra gran parte de las reservas de crudo del país (Kazajstán podría entrar en el club de los diez principales productores de petróleo de aquí a 2020). OzenMunayGas (OMG) es una filial de KMG-EP, la empresa de exploración y producción de la compañía petrolera nacional kazaja KazMunayGas (KMG), 100% pública. La huelga se impulsó en solidaridad con la de otra empresa de la región, KarajanbasMunay (KBM), también propiedad de KMG-EP y de la empresa pública de fondos de inversión China International trust and Investment Corporation (CITIC), desde 2006. En KBM, los salarios eran más bajos que en OMG.
Cuando el movimiento se puso en marcha, la situación de tensión tenía lugar desde hacía ya varios meses debido a un desacuerdo entre empleados y empleadores sobre la manera de aplicar dos coeficientes –uno territorial y el otro sectorial– sobre el salario de los empleados. El coeficiente territorial, que data de la época soviética, había sido suprimido en 1999, aunque conservado por algunas empresas (aunque no aparecían en los registros de pagos). Cuando estos coeficientes se restauraron por ley, en 2009, ya no se sabía sobre qué base había que calcularlos. El servicio de recursos humanos de KMG-EP explica, apoyado en el código laboral, que los empleados se equivocaron. “Los obreros no entendieron cómo había que aplicar estos coeficientes”, afirma un ejecutivo de la empresa que simplemente admite (a regañadientes) una “falta de comunicación” por parte de la patronal.
Los obreros, por su parte, acusan a sus empleadores de desviar dinero de su salario. Jubilado y jurista autodidacta, Alexandre Piastolov se convirtió en su vocero. Es el único que defiende a los huelguistas en la corte, ya que ningún abogado aceptó seguir sus expedientes, debido a presiones reales o temidas. Según él, “las empresas petroleras interpretan falsamente la ley sobre los coeficientes. Oficialmente, le pagan por ejemplo 250.000 tenge [1.250 euros] a un trabajador, pero él recibe sólo 130.000 [650 euros]. La diferencia probablemente cae en el bolsillo de algunos altos mandos. No tenemos una prueba formal, pero conseguimos ciertos documentos sobre las sumas globales dedicadas a los salarios en estas empresas que no corresponden a la realidad de los pagos”.
Jurista de formación, Natalia Sokolova trabajó durante mucho tiempo en los servicios de recursos humanos de las principales empresas petroleras de la región, y conoce perfectamente los meandros de la política salarial. Cuando dejó KBM, se sumó a un sindicato para defender a los nieftianiki con todo conocimiento de causa. “Les abrió los ojos a los obreros, explicándoles que los empleadores no respetaban la ley sobre los coeficientes”, opina Vassily, su esposo. “Al malinterpretar la manera de calcular estos coeficientes, posiblemente para vengarse de KBM, que no renovó su contrato, les mintió a los obreros”, replica uno de sus ex colegas de KBM. La abogada fue condenada a seis años de prisión por “incitación al desorden social”, noción vaga si las hay. Contra toda previsión, sin embargo, fue liberada el 8 de marzo de 2012, cuando se le conmutó su pena por tres años bajo libertad condicional.
“Natalia le escribió a la policía financiera, a los representantes del procurador general, al ministerio de Economía, para pedirles que digan quién tenía razón respecto de esos coeficientes. Nadie respondió jamás”, sigue Vassily. Lo cual alimenta sus sospechas sobre una interpretación deliberadamente falsa de la ley por parte de los empleadores y el Estado.
Durante todo el tiempo que duró su movimiento, los huelguistas sufrieron presiones permanentes, ejercidas a veces de manera crapulosa. Los obreros de Ersai –empresa de servicios parapetroleros cuyo 43% es propiedad de una filial de la italiana ENI– hicieron paro en la primavera de 2011. Sus reivindicaciones no tenían que ver con los coeficientes, sino con la igualdad de salarios entre trabajadores locales y extranjeros, y sobre la renegociación de los convenios colectivos. Enseguida, la dirección convocó uno por uno a los obreros favorables a la huelga. Estas convocatorias individuales, que son ilegales, constituían claramente una amenaza. “Más aun teniendo en cuenta que la policía estuvo implicada”, subraya Mihra Rittmann, de la organización no gubernamental (ONG) Human Rights Watch.
En cuanto a KBM, cuando, en mayo de 2011, el sindicato nombró a sus “expertos” para la comisión de arbitraje –etapa necesaria en Kazajstán para poder declararse en huelga legalmente–, la dirección impidió que la jurista Natalia Sokolova formara parte de ella. “Presionaron a Erbosin Kossarkhanov, por entonces jefe del sindicato, para que hiciera todo lo posible por modificar la lista de expertos y excluir a Natalia”, acusa su esposo. Numerosos obreros y sindicalistas entrevistados aseguran que Kassakhanov fue comprado. “Hasta 2005, teníamos un gobernador regional que se ocupaba de hacer funcionar las comisiones tripartitas: administración, dueños, empleados. Pero su sucesor redujo ese papel a su mínima expresión y, desde entonces, los problemas persisten”, se lamenta el dirigente sindical Kenjegali Suieuov.
Sin amparo de la ley
La ley kazaja está redactada de modo de proteger a los empleadores y convierte a las huelgas en algo difícil de organizar. Disposición que es condenada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT): “Los sindicatos deberían ser libres de reglamentar el procedimiento de presentación de las demandas al empleador, y la legislación no debería trabar el funcionamiento de un sindicato, obligándolo a convocar a una asamblea general cada vez que tiene una demanda para dirigirle a un empleador” (2).
La historia de las huelgas de 2011 es también la historia de todas las manipulaciones. Los prof soiouz, como se los llamaba durante la época soviética –abreviatura de “consejos profesionales”–, sufrieron amenazas o fueron infiltrados; se financiaron grupos criminales para intimidar a los obreros y a los sindicalistas indóciles. El 2 de agosto de 2011, Jaksilik Turbaiev, un joven nieftianik candidato al puesto de delegado principal de MunayFiltrService, filial de OMG, fue asesinado. Los asesinos nunca fueron encontrados. Sin embargo, hay pistas: desde hace semanas, los huelguistas recibían mensajes de texto amenazándolos con lo peor. En la misma época, la hija de un dirigente de la huelga fue violada y asesinada, pero nadie pudo probar que el crimen estuviera vinculado con las actividades del padre.
La huelga de KBM fue declarada ilegal por la Justicia kazaja. Pero ¿qué representa esta Justicia? No mucho, según la muy conservadora ONG estadounidense Freedom House, que le asigna la nota de 6,25 sobre 7 (donde 7 indica un sistema judicial totalmente dependiente del poder ejecutivo). Fortalecidas por esta decisión, las empresas confrontadas con el descontento de sus empleados despidieron sin contemplaciones durante el verano (boreal) de 2011: cerca de mil personas en KBM, lo mismo en OMG, y quinientos en Ersai. Los empleados huelguistas –7.500 de los 9.500 empleados de OMG en mayo, por ejemplo– se dispersaron rápidamente. Pero el movimiento ganó en intensidad y en furia.
Estas presiones, y las humillaciones, “explican por qué ciertos huelguistas fueron tan radicales de entrada; algunos incluso empezaron una huelga de hambre”, observa Galym Ageleulov, presidente de la ONG Libertad, cercana a la oposición. Durante siete meses, los empleadores y las autoridades se negaron a escuchar a los nieftianiki. “¿Cree en el misticismo?”, le preguntó con cierto desprecio el director de OMG, Kiikbay Echmanov, a la corresponsal de la British Broadcasting Corporation (BBC), en octubre. Y luego agregó: “Pienso seriamente que esta gente en la plaza fue hipnotizada. Estos últimos años, aumentamos su salario seis veces” (3). Es verdad que los salarios del nieftianiki están muy por encima del promedio en Kazajstán (casi 65.000 tenge, es decir unos 325 euros). En este sentido, las huelgas no son huelgas de la miseria.
Alguien a quien llamaremos Murat, chofer en OMG, ganaba hasta el último mayo 130.000 tenge (unos 650 euros) por mes, o sea 30% más que los choferes de la ciudad. “Esto me permite vivir en Kazajstán, pero muy justo, porque la vida es muy cara en Janaozen. Estamos lejos de todo y, como los ejecutivos tienen salarios buenos, los precios tienden a aumentar rápidamente”, reconoce. Murat nos recibe en su modesta cocina, en el tercer piso de uno de los jrushovki (edificios de cuatro o cinco pisos construidos en la época del dirigente soviético Nikita Kruschev) de Janaozen. Hubo que ser discreto para ir a su casa. En estado de emergencia, las patrullas de policía están por todas partes en esta ciudad de cien mil habitantes.
Fuerte desigualdad
¿Por qué se desarrolló un movimiento tan radical? Del lado del poder, algunos dan a entender que los huelguistas fueron financiados por un oligarca, Mujtar Abliazov, en guerra contra el presidente Nazarbaiev y exiliado en Londres desde 2009. Pero no hay pruebas. Tampoco es la ideología lo que motivó a los huelguistas. De estos nieftianiki, ninguno quiere la caída de Nazarbaiev. Algunos se declaran socialistas o comunistas; otros parecen apoyarse en una identidad tribal, la de los adai, famosos por su lucha contra los bolcheviques a principios del siglo XX. “Pero este lenguaje de ‘nosotros los adai’, opuestos a los ‘otros’, es sólo un modo de expresar un descontento y de proveer un vocabulario de movilización”, opina el politólogo Edward Schatz (4).
“La cuestión es cien por ciento social –explica Anders Arslund, economista sueco especialista en la ex URSS–. Creo que es un asunto de clase. En Kazajstán, a pesar de la riqueza del país, veintinueve niños de cada mil mueren antes de la edad de 5 años, mientras que Bulgaria o Letonia, que tienen niveles económicos similares, exhiben cifras de diez y ocho por mil, respectivamente. Kazajstán está al nivel de sus vecinos de Kirguizistán o Uzbekistán, que sin embargo son mucho más pobres. No hay azar: el país gasta el 2,5% de su Producto Interno Bruto (PIB) en salud, contra el 4,2% en Bulgaria y el 3,62% en Letonia”.
“Tengo 50 años y todos los días tengo que explicarle a mis hijos que no nos alcanza la plata. ¿Cuándo nos va a alcanzar? ¿Dentro de veinte años, como el gobierno promete? Nos tratan como a ovejas, no como a hombres”, se enfurece Murat. El chofer de OMG corre las cortinas: “Mire qué fea es esta ciudad. ¡Totalmente polvorienta, llena de edificios viejos y escuelas en ruinas! Hasta hace pocos meses, teníamos menos de cuatro horas de agua por día”. Para agravar todavía más su desconcierto, el barril de crudo superó ampliamente los 100 dólares a principios del año 2012; los dirigentes nadan en oro y gastan fortunas para construir, casi ex nihilo, la nueva capital, Astana. Una capital que engulle sumas extraordinarias y cuyas belleza y modernidad aparecen en los carteles que invaden las calles y los caminos de la región de Manguistau. Es un modo de recordarles a los nieftianiki de OMG o de KBM cómo se gastan los petrodólares que contribuyen a generar.
“No existimos, nuestros dirigentes viven en sus nubes y sus millones. Quieren construir una nueva ciudad aquí, ‘Aktau City’, muy chic. Un nuevo Dubái, dicen. Todo será tan caro que ni siquiera podremos comprarnos un departamento. Harían mejor en instalarnos canales de agua dignos de ese nombre”, agrega Nuriyash Abdraimova, una militante comunista, esposa de un nieftianik.
“Nuestros dirigentes se llenan los bolsillos –añade una de las numerosas mujeres que participó en la huelga–. Mire a Kulibaiev, el yerno del presidente: es multimillonario. Sabemos bien de dónde viene su fortuna. ¡Y él viene a decirnos, a fines de septiembre, que por culpa nuestra el país perdió cientos de millones!”. Acusado de haberse enriquecido gracias a su matrimonio con la segunda hija del presidente Nazarbaiev y gracias a la corrupción, Timur Kulibaiev, el “Sr. Petróleo” de Kazajstán, acusó a los oralman –los kazajos que volvieron al país estos últimos años, a menudo con la ayuda de subvenciones del gobierno– de ser el origen de estas huelgas infinitas. De las 37 personas acusadas de “disturbios del orden público, violencia e incendios voluntarios”, cuyo juicio comenzó en marzo de 2012, veinte son oralman.
Conflictos interétnicos
El poder juega con fuego. En el centro de Janaozen, una estela blanca de formas orientalizantes se erige justo enfrente de la sede de OMG, incendiada el 16 de diciembre. En rojo, pero borrada por los años, se lee la fecha: 17 de junio de 1989. Aquel día, la violencia interétnica les costó la vida a decenas de personas, particularmente chechenas y azerbaiyanas, que por entonces ocupaban los puestos ejecutivos –mejor pagados que los obreros kazajos– de la empresa que explotaba el campo de Novy Ozen, una ciudad nueva soviética fundada en 1968 para alojar a los trabajadores del petróleo. Ya entonces, las cuestiones de ingresos, disparidad salarial y condiciones de vida en esta ciudad olvidada en el fondo de la estepa se habían revelado fatales. Y en 2006, otra vez, sobre el yacimiento enorme de Tenguiz, explotado sobre todo por las empresas estadounidenses Chevron (50%) y ExxonMobil (25%), un asunto de disparidades salariales terminó con una batalla campal entre turcos y kazajos (los primeros eran empleados por un subcontratista que les pagaba mejor que las empresas locales).
En un estudio que el Instituto Kazajo de Soluciones Políticas dedicó a Janaozen, en diciembre de 2009, el 40,7% de los habitantes interrogados afirmaba que su ingreso era insuficiente para pagar los servicios públicos básicos (electricidad, gas, etc.) y el alimento, y el 32% calculó que los problemas sociales eran la causa del ascenso del islam radical. Faltaban dos años para que una ola de atentados y actos violentos, perpetrados por islamistas y dirigidos a representantes de las fuerzas del orden, ensangrentaran Kazajstán, a partir de mayo de 2011 (5).
Pocos días después de la matanza de diciembre, Nazarbaiev criticó agriamente a los responsables del petróleo y destituyó a casi toda la jerarquía del sector, empezando por Kulibaiev, a quien algunos ya consideraban su sucesor. Hasta fines de diciembre, el yerno del presidente era el jefe del gran holding estatal Samruk Kazyna, que patrocina entre otras cosas las empresas petroleras nacionales. ¿Nazarbaiev cortó algunas cabezas para calmar la furia popular?
El presidente no podía ignorar la corrupción que campea en el sector petrolero kazajo. Algunos roban vagones cisterna de crudo; los representantes de las dinastías de grandes petroleros del oeste del país toman participaciones privadas en filiales de KMG especialmente creadas para captar los beneficios (6). La corrupción en Kazajstán no es una plaga: es un sistema. Ciertas leyes son teóricamente interesantes, como la del “contenido local”, que obliga a las empresas extranjeras que trabajan con estructuras públicas kazajas a comprar y emplear localmente. Pero, según muchos empresarios extranjeros, el nepotismo y la corrupción aniquilan los efectos potencialmente positivos de una política destinada a crear una red industrial local.
¿Sabrá Kazajstán sacar conclusiones del caso Janaozen? El nuevo gobernador, Bauzhan Mujameyanov, reconoce que su región sufre “falta de empleo, problemas de vivienda y corrupción”. El jefe de Estado creó una comisión encargada de zanjar los problemas socioeconómicos de Janaozen e hizo nombrar a directores de empresas petroleras públicas con reputación de buenos gestores sociales, como Alik Aidarbaiev, el nuevo patrón de KMG-EP.
Pero, en el mismo gesto, llamó a encontrar a los “hooligans” que provocaron el motín del 16 de diciembre. La policía, los servicios secretos y el fisco se abandonan a sus buenos viejos métodos, con la preocupación principal de disimular sus negligencias culpables. “Se ha arrestado a dirigentes de la huelga sin motivos serios, y hay serias sospechas de casos de tortura tras los acontecimientos del 16 de diciembre. Detuvieron a líderes políticos de la oposición, como Vladimir Kozlov, con el pretexto de que alentaban a los obreros a continuar la huelga; lo cual, sin embargo, no es más que el ejercicio de la libertad de expresión”, afirma Rittmann.
Desde la tragedia, y como de costumbre, el régimen de Nazarbaiev sabe manejar la zanahoria y el garrote. Con el fin de encauzar el movimiento de huelga y evitar cualquier riesgo de propagación al resto del país y a otros sectores, el poder mantuvo un clima de miedo, multiplicando las detenciones arbitrarias y asegurando una gran publicidad al juicio de los 37 trabajadores acusados de haber puesto en marcha la violencia (cuando, al mismo tiempo, sólo cinco policías fueron sancionados por la matanza del 16 de diciembre). Los 2.500 despedidos no recuperarán su trabajo, pero –zanahoria obliga– serán empleados en una nueva empresa creada ad hoc. Magro consuelo.
1. Novaïa Gazeta, Moscú, 20-12-11.
2. “Individual observation concerning freedom of association and protection of the right to organise convention”, Organización Internacional del Trabajo, 1948 (N° 87); Kazajstán (ratificación: 2000), publicado en 2011.
3. “Deadlock in Kazakhstan as oil workers strike”, 25-10-11, www.bbc.co.uk
4. Autor de Modern Clan Politics. The Power of “Blood” in Kazakhstan and Beyond, University of Washington Press, 2004.
5. Régis Genté, “Kazakhstan: observations sur la vague inédite d’attentats islamistes en 2011”, Religioscope, 4-1-12 www.religion.info
6. Wojciech Ostrowski, Politics and Oil in Kazakhstan, Routledge, Londres, 2009.
* Periodista (enviado especial).
Traducción: Mariana Saúl