La decadencia del Capitán América
El Capitán América personifica el rol que ejerció Estados Unidos en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Este papel se refiere al carácter general, al propósito y a la dirección de la acción estadounidense en los asuntos mundiales y su relación con el resto de los actores internacionales. Con más de 75 años, las elecciones presidenciales de 2020 revelaron que tanto el Capi como la hegemonía norteamericana están en edad jubilatoria. Independientemente del rumbo que las urnas (o, a juzgar por los resultados electorales hasta ahora, los Tribunales) decidan: Biden o Trump, Demócrata o Republicano, hay un resultado que parece claro: están dadas las condiciones estructurales de un cambio profundo y duradero del lugar de Estados Unidos en el mundo.
Uno: trayectoria declinante
Primero, la trayectoria es declinante. La declinación del poder norteamericano tiene dos facetas: relativa y absoluta. La relativa implica que su poder internacional ahora se ve confrontado por otros. Ya sean socios, amigos o aliados (Alemania, Brasil, Japón, India), rivales (Rusia) o enemigos (Irán, China) el ascenso de la importancia económica y la influencia política de los países emergentes determina un panorama más complejo para un mantenimiento de la primacía de Washington en los asuntos mundiales. De allí que el Capitán América sea una figura más apta en estos tiempos que Superman. El kryptoniano es un superhéroe para los hombres, como la hegemonía norteamericana es un “faro de luz” para el orden mundial. Además de poder, ambos prometen esperanza. El padre biológico de Superman, Jor-El, le dice a su hijo algo que Estados Unidos cree decirle al mundo: “Vive entre ellos, Kal-El, para descubrir dónde se necesitan tu fuerza y tu poder. Mantén siempre en tu corazón el orgullo de tu herencia especial. Pueden ser grandes personas, Kal-El, desean serlo. Solo les falta la luz que les muestre el camino. Por esta razón, sobre todo, por su capacidad para el bien, les he enviado a ti, mi único hijo”. Aunque ejerce un rol de liderazgo, Steve Rogers –el nombre “real” de Capitán América– es uno más de los Avengers, mientras que Superman –aun cuando trabaja en el marco institucional de la Liga de la Justicia– es el arquetipo del héroe “hegemónico”.
La declinación absoluta implica el exceso de deuda (mayor al tamaño de toda la economía, llegando a casi el 102% del PBI), déficit (la Oficina de Presupuesto del Congreso estimó en octubre 2020 que se encuentra en 3,13 billones de dólares, 15,2% del PBI), paralización política y polarización social. La ruptura de normas internacionales ha ido en paralelo con la ruptura de reglas e instituciones domésticas que tradicionalmente han garantizado elementos de la polis norteamericana: imperio de la ley, protección de las minorías, derechos civiles y libertades individuales. Todas las métricas existentes sobre el estado de la democracia norteamericana han empeorado. La grave crisis institucional que puede desatarse incluye escenarios de acusación de fraude, no aceptación de los resultados electorales, manipulación mediática, agitación de los públicos y violencia política generalizada.
Dos: velocidad creciente
Segundo, la velocidad es creciente. En los cuatro años de administración de Donald Trump, la reputación de Estados Unidos en el exterior ha caído como nunca antes. Según una encuesta del Pew Research Center de septiembre 2020, el porcentaje de personas con una visión favorable de Estados Unidos está en su nivel más bajo desde que la organización comenzó a realizar esta encuesta hace casi dos décadas. La confianza en la figura personal de Trump es aún más baja. Pero hay tendencias que se prefiguraban ya en la administración Obama. Estas líneas de continuidad incluyen una creciente preocupación por Asia (“pivot”); el reconocimiento de que Estados Unidos necesitaba prestar más atención a sus problemas internos (“construcción de la nación aquí en casa”) o el cansancio de las “guerras eternas” y el pedido de “traer las tropas a casa”. En todos estos temas de política exterior, Trump ha estado siguiendo el estado de ánimo popular más que imponiendo una agenda o cosmovisión propia. La pandemia global de Covid-19 ha acelerado esa tendencia: ¿qué chance electoral habría tenido Joseph Biden sin el terrorífico manejo de la crisis sanitaria por parte de Trump?
Tres: la magnitud
Tercero, la magnitud. Los dos grandes ganadores de la elección de 2020 son Rusia y China. Para Moscú el coronavirus ha abierto una oportunidad única para acerarse a Washington. En cuanto a China, a mediano y largo plazo se intensificará la bipolaridad y la rivalidad entre ambos países.
Históricamente Rusia ha mostrado un patrón de conducta que apunta a utilizar una amenaza común para restablecer su relación con Washington y buscar áreas de cooperación basadas en intereses mutuos. La premisa clave para el Kremlin es que Rusia no será una alta prioridad en una administración Biden. Sin la sospecha de colusión con Rusia, podría reestablecer un proceso burocrático que otorgue previsibilidad a la relación bilateral. Nadie en Rusia espera un cambio fundamental ya que el estado actual de la relación entre los dos países es sistémico: una rivalidad ligada a los procesos de redistribución del poder que cambian el orden mundial y la posición y el papel de cada país dentro de ese orden. No obstante, se abren oportunidades tácticas para moderar los contornos más confrontativos y lograr acuerdos limitados y transitorios en temas como sanciones comerciales.
Para Beijing, Trump y los halcones en Washington iniciaron una nueva “Guerra Fría”. El round comercial se vio en las sucesivas rondas de aranceles a productos chinos. El round tecnológico se observó en la prohibición de aplicaciones como WeChat y TikTok, que evidencia una tendencia hacia la escalada de represalias con el objeto de que Washington y Beijing obstaculicen la promoción de los objetivos de la política exterior del otro en el extranjero a través de la tecnología. Más allá de los estilos, las estructuras globales están preparando el escenario para que el presidente estadounidense número 46 sea inaugurado en tiempos de competencia de grandes poderes. La geopolítica y la necesidad están haciendo crecientemente de China el villano preferido de la Casa Blanca: tácticas comerciales “injustas y engañosas”, gobierno “opaco” responsable de la expansión de la pandemia causada por el “virus chino”, represor de las minorías étnicas en Xinjiang o el movimiento pro democracia en Hong Kong, empresas tecnológicas que son “caballos de Troya”, expansionista en los asuntos exteriores regionales, “bully” de los países más débiles y “enemigo de la libertad”. Tres días antes de la elección presidencial, el subsecretario de Estado de EE.UU. para la Oficina de Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico, David Stilwell, declaró que el papel de China en el mundo “no puede entenderse sin hacer referencia a la amplia gama de actividades malignas, encubiertas, coercitivas y corruptas que el Partido Comunista Chino emprende para influir en nuestras sociedades”, agregando que “el Partido Comunista de China desafía la naturaleza libre y abierta de las sociedades democráticas. La prosperidad, la libertad y la seguridad del pueblo estadounidense y de nuestros amigos en todo el mundo depende de cómo enfrentemos este desafío.” Este tipo de retórica maniquea es más propia de los cómics que de la diplomacia.
Hacia un nuevo orden mundial
Desde sus primeras décadas como superpotencia, Estados Unidos buscó ser una potencia no solo en el mundo, sino para el mundo. La tapa del número 1 de Capitán América es un chico de Brooklyn (Steve Rogers) dándole un puñetazo en la cara a Hitler. Pero el “orden mundial liberal” estaba desgastado cuando Trump llegó al poder. Permanezca en la Casa Blanca o no, la edad de retiro de Estados Unidos sigue vigente, y sus desafíos y respuestas también: organizaciones internacionales como la OTAN o el Consejo de Seguridad de la ONU seguirán siendo disfuncionales, la credibilidad de Estados Unidos como máximo garante del orden, sostén de las instituciones y ejecutor de las reglas globales continuará disminuida y en duda. Trump le dio nueva voz a una vieja corriente en el pensamiento estadounidense: la creencia de que Estados Unidos no debería actuar más allá de sus fronteras más que para promover intereses específicos a corto plazo (America First). Eso sepulta el dictum del presidente Kennedy de que Estados Unidos “pagaría cualquier precio, soportaría cualquier carga, enfrentaría cualquier dificultad, apoyaría a cualquier amigo y se opondría a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad”.
¿Se desintegrará el orden mundial alentando el retorno de un Estado de naturaleza global? Eso parece más el miedo de la decadencia de un ordenador que se considera indispensable que un análisis basado en consideraciones objetivas e hipótesis certeras. El vacío en el liderazgo mundial puede llenarlo un nuevo poder o un conjunto de poderes. Cuando Rogers se retira para vivir en paz con Peggy Carter, su escudo pasa a Falcon. Pero Falcon comparte todos los intereses y valores del Capi, además del compromiso y la capacidad de mantener las normas que guían sus acciones. Los actores que están llenando el vacío del Capi hoy son China, Rusia, y otros de nivel regional como Turquía e Irán. Estas otras potencias tienen sus propias ideas sobre el orden internacional, y estas ideas no coinciden con todos los aspectos del actual orden internacional liberal sostenido y avanzado por Estados Unidos. Claro, tampoco son las ideas que tiene Estados Unidos sobre y para el mundo hoy. ¿Qué estados del sistema actual están dispuestos a acordar un orden internacional que incorpore ideas y valores en cuestiones como derechos políticos y humanos, Estado de derecho, autonomía de la sociedad civil, libertad de expresión, asociación, prensa e información o derecho a la privacidad y vigilancia gubernamental? Biden o Trump deberán operar en una crecientemente desfavorable distribución global de poder y riqueza. En consecuencia, les será cada vez más difícil y costoso continuar desempeñando un papel de liderazgo global sin tener en consideración que el mundo ya no puede reflejar exclusiva o principalmente las ideas, intereses e instituciones de Estados Unidos. El Capitán América no legaría su escudo, sino que debería sentarse con alguien que no es Falcon a discutir un nuevo logo del escudo (que no sea la bandera norteamericana), a preguntarse si debe haber un escudo (para el mundo) o incluso si se puede afirmar que existen en el sistema internacional los superhéroes y los supervillanos.
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* Profesor de Relaciones Internacionales en DEUSTO (España) UCEMA y AUSTRAL. Autor de Cómo explican los superhéroes el mundo, Capital Intelectual, 2020.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur