La resistencia de los tuaregs
“Oh, mundo desastre, qué desolación / mi nación que se levanta en la tormenta / se monta en la bala con dirección a Medina (1) / abandonándonos en los países de la sumisión / donde me retuerzo en la angustia / de la columna enviada por el comandante / que reúne a todos sus tiradores […]”
“Poème de Bila”, circa 1900 (2).
Los tuaregs se reparten hoy entre Malí, Níger, Burkina Faso, Libia y Argelia. Luego de su derrota frente a las armas de fuego de las tropas coloniales en el siglo XIX –otomanas, francesas o italianas–, que diezmaron a la antigua elite militar y política de los tuaregs y a gran parte de la población, arruinando el país y colocándolo bajo un control militar implacable –lo que los tuaregs llaman tiwta, “el desastre”–, surgieron formas de resistencia que entrañaron profundas transformaciones de la sociedad en los planos militar, político, ideológico y social.
Este nuevo tipo de resistencia tomó forma ya en 1900 y preparó la revuelta general de los tuaregs en 1916. Esta revuelta fue dirigida por Kaocen, quien la había llamado “la marcha en espiral”, porque utilizaba estrategias de guerra adaptadas a una relación de fuerzas desigual. La guerra heroica cantada por la poesía épica tuareg fue reemplazada por la guerrilla, la emboscada, la movilidad de los combatientes, pero también por el exilio y la búsqueda de saberes técnicos y militares modernos. La derrota final de los insurgentes y la condena a la horca de Kaocen, en 1919, fueron seguidas por una severa represión que, lejos de eliminar la “marcha en espiral”, contribuyó a prolongar su espíritu en el imaginario tuareg.
Contra la lógica de los vencedores
En las décadas de 1950 y 1960 se independizaron los Estados de Malí, Níger, Argelia, Libia, Burkina Faso (ex Alto Volta). Los tuaregs se negaron a ser “parches en la trama artificial de los nuevos Estados” (3), pero su revuelta fue aplastada. Se inició entonces otra fase de la resistencia en los márgenes: la teshumara. Este sustantivo, formado a partir de la palabra francesa “chômeur” [desempleado], se refiere a la situación de exclusión y marginación de los tuaregs, que ya no pueden vivir en sus tierras y tienen que exiliarse una vez más, generar otras maneras de ser, encontrar nuevos colaboradores para adquirir saberes que les permitan reciclar la debilidad, la derrota y los horizontes frustrados en herramientas que algún día sirvan para “reparar los desiertos” y “reconstruir el país”.
Resistir consiste ante todo en asumirse a pesar de la adversidad y la derrota, en no abrazar la lógica de los vencedores ni ser impresionado por su ejército; en definitiva, en seguir moviéndose bajo la aplanadora. Este período se caracteriza por una intensa creatividad artística que renueva los géneros poéticos y musicales clásicos del mundo tuareg, versificando e imponiendo esta vida en los márgenes como valor de referencia.
Fue en este contexto que en 1980 muchos jóvenes respondieron al llamado de Muammar Gadafi, quien entonces necesitaba carne de cañón. Cargando el peso de la inequidad de las independencias y las rebeliones antiguas ahogadas en derramamientos de sangre, volvieron a tomar el camino del exilio. Partieron, como antes lo habían hecho sus padres, en busca de medios para enfrentar un mundo que no les da lugar. Su lema es “intercambiar sangre por saber” (militar, claro está). Si se unen a los cuarteles libios, no es por dinero ni por la ilusión de lograr apoyo para su causa: ellos saben que Gadafi, empapado de nacionalismo panárabe y antibereber, nunca ayudará a los tuaregs a liberar sus tierras. Pero ellos necesitan endurecerse en nombre de su país, al que un día esperan liberar, tal como se expresa en la poesía de las décadas de 1980 y 1990 (4).
El itinerario de esos hombres, recién llegados de Libia, es similar al de sus antepasados que, en el 1900, lucharon para la cofradía sanusi contra los ejércitos coloniales en el norte del actual Chad, en Sudán, Libia oriental y Fezán, para finalmente regresar a sus hogares, dieciséis años después, equipados con fusiles y cañones, destinados a hacer que el ocupante francés les “devuelva su país”.
Ya sea que las diferentes corrientes de rebelión elijan tomar las armas o que se mantengan en una clandestinidad silenciosa, conscientes de su debilidad, todas se nutren de esta larga experiencia de resistencia y dolor: la de no poder ser lo que uno quiere ser en la tierra de sus antepasados.
Desde hace mucho tiempo que los tuaregs siguen su camino, un camino solitario. Su difícil marcha está, por supuesto, obstaculizada por las contorsiones de la realpolitik, por la manipulación de algunos líderes de la rebelión en favor de diversos grupos de intereses y en un contexto de competencia global por el acceso a los recursos mineros que aviva la rapacidad de poderes ya obesos, pero nunca saciados. La “marcha en espiral” chapotea en la radiactividad, el polvo de uranio, las emisiones de gases tóxicos, el aire y las napas de agua contaminados por la extracción minera. Y, sin embargo, se mueve.
1. Es decir, el Este, la orientación de los muertos, pero también la de los exiliados tuaregs que parten hacia Cirenaica, Sudán, Egipto y Arabia para acercarse a los movimientos de resistencia que comenzaban a organizarse en esas regiones.
2. Más adelante, entre 1916 y 1919, el poeta participará de la insurrección general de los tuaregs, junto a Kaocen.
3. Véanse los petitorios y las cartas que, desde 1957, los tuaregs enviaron en vano a Charles de Gaulle, en Hélène Claudot-Hawad, Le politique dans l’histoire touarègue, Aix-en-Provence, Iremam, 1993.
4. Véase “Tourne-tête, le pays déchiqueté”, en Hélène Claudot-Hawad y Hawad (eds.), Anthologie des chants et poèmes touaregs de résistance, 1980-1995, La Bouilladisse, Amara, 1996.
* Escritor y pintor tuareg. Su último libro publicado es Houle des horizons, Non-lieu, París, 2011.
Traducción: Gabriela Villalba.