La revolución discursiva
“Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah… no vamos a levantar la voz? NOS ESTAN MATANDO.»
El 3 de junio de 2015 se producía una explosión en las redes sociales. Con este mensaje en Twitter de la periodista Marcela Ojeda, a raíz del femicidio de Chiara Páez –una joven de 14 años embarazada que fue asesinada por su novio y ocultado su cuerpo en el patio de la casa de él en Rufino, Santa Fe– se originó el Ni Una Menos, un colectivo que reflejó el grito de miles de mujeres en las calles exigiendo que no las maten por el sólo hecho de ser mujeres –ese año, según la ONG La Casa del Encuentro, se produjeron 286 femicidios–. Ese día la sociedad argentina visibilizó la violencia de género, los términos machismo y femicidio comenzaron a escucharse en programas de televisión, bares y oficinas. Hubo un quiebre: aquello que parecía natural y era motivo de vergüenza –y que permanecía velado–, empezó a llamar la atención, a no tolerarse y a denunciarse. Estaba cambiando el paradigma. Una muestra de ello se observó en los diarios: en la sección Policiales se abandonó la categoría “Crimen pasional” por “Femicidio”, rompiendo con el mito del amor romántico, donde los celos y la posesión significaban amar. Una nueva etapa estaba naciendo.
Romper la burbuja
La lucha del movimiento feminista en Argentina se remonta al 1800 (con Cecilia Grierson y Julieta Lanteri como referentes), pasando por el derecho al voto femenino a fines de la década de 1940 y principios de 1950, hasta los Encuentros Nacionales de Mujeres a mitad de la década de 1980. La historia continúa en la actualidad con la llamada cuarta ola, caracterizada por ser una etapa global, mediatizada y masiva.
La «generación Ni Una Menos», nació en un momento particular, en el que los medios de comunicación (los tradicionales y las redes sociales) jugaron un rol muy importante. La difusión de noticias referidas a femicidios (como crímenes hacia la mujer por su género) produjeron la toma de conciencia de la problemática a partir de su arista más visible. Los medios representaban a la convocatoria como apolítica –otorgándole cierta condición de pureza– y reducían la demanda al «Dejen de matarnos» que se leía en los carteles.
Con el paso del tiempo, Ni Una Menos se fue transformando mediáticamente. El paro nacional de mujeres del 19 de octubre de 2016 comenzó a incorporar otras demandas que, al mismo tiempo, siempre fueron reclamos feministas: igualdad salarial y laboral. En consecuencia, otros términos se empezaron a escuchar: brecha salarial, desigualdad, techo de cristal. A partir de ese momento el reclamo dejó de ser puro y sensible para ser incómodo, se había «politizado la violencia de género», según sostenían los medios de comunicación.
La tercera movilización de Ni Una Menos terminó de quebrar el pensamiento de que lo único que se exigía era acabar con los femicidios. Con una marcha de la Plaza de los Dos Congresos a Plaza de Mayo, los movimientos de mujeres, cada vez más visibles desde su diversidad (mujeres afrodescendientes, villeras, lesbianas, trans, migrantes) se manifestaron bajo la consigna «Basta de violencia machista y complicidad estatal». En el discurso leído por la locutora y militante feminista Liliana Daunes, se hizo mención a la violencia ejercida desde el Estado, en alusión a la detención de las militantes que difundían la marcha del Día de la Mujer Trabajadora el 7 de marzo de 2017 y a la represión sufrida por un grupo de mujeres luego de la marcha del 8 de marzo de ese mismo año. El aborto también estuvo en la agenda, junto con la representación de las mujeres en las cúpulas sindicales y la paridad laboral para mujeres, lesbianas, travestis, bisexuales y trans en todos los sectores, no sólo en el Estado. Por último, pero no menos importante, se pidió por la liberación de Milagro Sala «presa política por protestar contra el gobierno» (1). Este punto fue el que concentró el debate en los medios de comunicación. Para el periodismo, y una gran parte de la opinión pública, la demanda había cambiado, se había “ensuciado”. En el programa Intratables, las periodistas Débora Plager y Natasha Niebieskikwiat increparon a Florencia Freijoó, integrante de Ni Una Menos, por el documento leído, ya que a ellas como mujeres no las había representado porque se había “politizado” (2). La movilización dejaba de tener el eje en «el machismo mata» para empezar a distinguir dónde habita ese machismo e identificar a quienes propician la desigualdad de género. Allí, la grieta sobre el feminismo quedó expuesta. No una grieta dada por los distintos tipos de feminismos, sino una división entre un feminismo entendido como «apolítico» –aunque tenga en su base ser político– y el «popular». El primero quedó representado el 3 de junio de 2015 bajo la demanda «Basta de femicidios»: no es la cultura, no es una cuestión política, no es el Estado, es un loco que mató a una mujer. Era un feminismo –si se lo puede llamar así– que sólo veía la punta del iceberg, que hacía énfasis en una imagen patriarcal de la mujer: casta, buena, pura, incorruptible y débil. Esta visión del reclamo y de la marcha distaba mucho de cómo se gestaban: en asambleas populares, en espacios cedidos por organizaciones sociales, donde mujeres, lesbianas y trans decidían –y deciden– cómo llevar a cabo la lucha, consensuando las acciones y el documento que será leído. Es la mujer marginal la que está representada ahí, pero no sólo por su origen de clase sino por no regirse por lo heteronormativo: son las mujeres jefas de hogar, trabajadoras precarizadas, trabajadoras sexuales, artistas, activistas, lesbianas, trans, discapacitadas, negras, gordas. Todas mujeres expulsadas a los márgenes del sistema machista. Públicamente se las denomina: violentas, cortapenes, sucias, tortas, marimachos, locas, putas, putos, feminazis. Este último insulto puede ser catalogado como el «brujas» actual.
Esta estigmatización del feminismo dejó su huella en la sociedad, siendo una muestra de ello su introducción en el mundo del espectáculo. El 23 de enero de este año la actriz Araceli González en una entrevista en Intrusos, el programa de Jorge Rial, declaró: «No soy feminista porque tengo un hijo hermoso y un marido precioso». Con esta frase quedó al descubierto el mito de la feminista matando hombres, reafirmando el discurso de violencia, despojando al concepto de su lucha y negándole su verdadera razón de ser: la igualdad. Sin embargo, lo que parecía una nueva batalla perdida desencadenó una serie de situaciones impensadas. Al día siguiente Florencia Freijoó fue invitada a Intrusos para hablar sobre feminismo. Fue un hecho histórico: el tema había llegado a un programa masivo, popular y en el prime time de la tarde. Freijoó pudo explicar qué es el feminismo y cuáles son sus demandas, con tiempo y respeto. Como si esto fuera poco, luego de la exposición de la integrante de Ni Una Menos, salió al aire Araceli González y expresó: «Florencia, si eso es el feminismo, soy feminista», dejando al descubierto que la ignorancia y la mala prensa habían alejado a algunas mujeres de la lucha por la igualdad de género. Pero lo más importante es que esto sucedió en un programa popular, masivo y de espectáculos, porque, como sostiene la periodista María Florencia Alcaraz: «Género y clase se intersectan en la audiencia predilecta de Intrusos e interpelan al sentido común. Ya no nos hablamos sólo entre nosotras» (3). En este sentido, lo histórico radicó en romper la burbuja feminista.
La ola continuó y por una semana fueron invitadas las periodistas Ingrid Beck, Luciana Peker y Julia Mengolini, y las comediantes Bimbo Godoy y Malena Pichot. Los videos de las entrevistas tuvieron entre 10.000 y 50.000 reproducciones en Youtube en los días posteriores (4). En ese escenario de visibilidad feminista, se empezó a hablar de aborto. Bimbo Godoy mencionó la palabra Misoprostol (un medicamento para interrumpir el embarazo de manera segura avalado por la Organización Mundial de la Salud) y fue Trending Topic durante todo ese día. Este fue el primer paso para quitarle el velo al tema: el 6 de marzo de 2018 se presentó por sexta vez en la Cámara de Diputados el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, que fue debatido allí durante dos meses y que será votado el 13 de junio. Como toda conquista de derechos es producto de la lucha, pero también de un contexto que hizo posible que el tema ingresara en los hogares, generara opinión y presionara en el ámbito político. En el proceso de debate no sólo diputados y diputadas cambiaron de postura frente al aborto, personalidades públicas como Mariana Fabbiani, Carolina «Pampita» Ardohain –quienes se asumen católicas–, Tini Stoessel y Lali Espósito –con un público mayoritariamente adolescente– también lo hicieron. El hecho de que personas con una imagen más frívola y conservadora se expresaran a favor fue clave para mostrar que la agenda feminista no es sólo de las militantes comprometidas o del «brazo fundamentalista del feminismo», como describía a las militantes el actor Facundo Arana.
Resistencia
Esta apertura mediática al feminismo expuso la obsolescencia de un sistema, que todavía está vigente y que resiste culturalmente.
La ficción fue reflejo de esta resistencia. En la novela diaria “Las estrellas», emitida por Canal 13 entre el 2017 y el 2018, en un diálogo entre la pareja de Luciano Castro y Marcela Kloosterboer, él le dijo: «Bajá los humos porque nadie te va a tener la paciencia que yo te tengo. Vas a aparecer flotando en una zanja». Una frase poco feliz si se tiene en cuenta que se registraron 292 femicidios durante 2017 y 101 femicidios sólo entre enero y junio de 2018, de los cuales el 43% de las víctimas fueron asesinadas por su pareja y el 21% por su ex pareja, según un informe realizado por la organización MuMaLá. La escena tuvo un gran repudio en las redes sociales y rápidamente el canal tomó la decisión de mostrar antes de comenzar cada capítulo una placa donde reafirmaban su compromiso contra la violencia hacia las mujeres.
Los canales de televisión de deportes tampoco están ajenos a estas expresiones machistas. En mayo de este año, TyC Sports lanzó una publicidad institucional promocionando el Mundial Rusia 2018. En la misma se burlan de la comunidad LGBTIQ: se advierte al presidente de Rusia, Vladimir Putin, que los argentinos (no se menciona a las mujeres en el spot) tienen prácticas que se suponen homosexuales cuando miran o juegan al fútbol. Los publicistas no repararon en dos cuestiones: si bien en Rusia la homosexualidad no está penada –el matrimonio igualitario está prohibido–, en 2013 la Duma aprobó una ley que prohíbe la propaganda homosexual coartando la libertad de expresión y estigmatizando. En Chechenia existe una feroz persecución a la comunidad LGBTIQ, no sólo estatal sino también familiar: son los mismos padres quienes expulsan a sus hijos e hijas homosexuales de sus hogares y los obligan a abandonar el país (5). Por otro lado, la asociación simbólica que realizan entre las prácticas de los hinchas y la homosexualidad no hace más que enmascarar el culto futbolero a la violación y al sometimiento, en una relación de poder en la que el activo lo ejerce y disfruta, y el pasivo es dominado, situación muy propia de la cultura de la violación, que bien analiza la antropóloga Rita Segato (6). No es casual que este ejemplo de homofobia haya sido ideado por los mismos publicistas que en 2012 crearon la publicidad «Igualismo», de la cerveza Quilmes, en la que dos ejércitos, uno de hombres y otro de mujeres, se enfrentaban, y cuyo lema era: “Cuando el machismo y el feminismo se encuentran nace el igualismo». Por su contenido sexista, el Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión consideró que aquella publicidad reproducía “estereotipos en detrimento de varones y mujeres».
En cuanto a la publicidad mundialista, fue retirada del aire en menos de 48 horas luego de su estreno por el fuerte repudio que cosechó en redes sociales. Además, el embajador ruso en Argentina, Víctor Koronelli, le envió una carta a TyC Sports expresando su enojo por haber ensuciado la imagen de Vladimir Putin.
En un país como Argentina, en el que las personas trans no superan en promedio los 40 años y donde hay un recrudecimiento en los ataques homofóbicos –incluso en núcleos urbanos importantes de la Ciudad de Buenos Aires– estos mensajes reafirman el odio hacia la comunidad LGBTIQ.
A pesar de este papelón el mundo del fútbol no escarmentó. A pocos días de la emisión de la publicidad de TyC Sports, en un curso sobre cultura rusa la Asociación del Fútbol Argentina (AFA) distribuyó a los participantes un manual que tenía un apartado donde se daban consejos para «tener alguna oportunidad con una chica rusa». Entre las sugerencias se destacaban el gusto de las rusas por hombres limpios y perfumados; no hacer preguntas sobre sexo porque son reservadas y no tratarlas como objeto porque no les gusta. El curso estaba dirigido mayormente a periodistas que cubrirán el Mundial, imprimiendo en ellos la cuota de misoginia que reproducen los medios.
El mundo político tampoco queda afuera de la lógica machista. El presidente Mauricio Macri, a raíz de la votación en el Senado por el freno al tarifazo, declaró en conferencia de prensa que los senadores “no se dejen conducir por las locuras de Cristina (Fernández de Kirchner)”. La ex presidenta le contestó por Twitter: “Tratar de loca a una mujer. Típico de machirulo”, abriendo paso en distintos medios a que explicaran qué quería decir esta expresión –incluso en Polémica en el bar, un programa con alto grado de misoginia–.
En los últimos días, en el programa Involucrados su conductor, Mariano Iúdica, intentó hacer un paso de comedia cuando instó a sus compañeros a darle cada uno un beso en la boca a una compañera. Disfrazó de chiste una situación que es vivida y sufrida por muchas mujeres.
Los casos de violencia simbólica son innumerables. Como ya se mencionó, no es casual que haya un contraataque, posiblemente para defender a un sistema cultural, político, económico y social que otorga privilegios y poder a determinadas personas. A pesar de estas resistencias, tres años después del primer Ni Una Menos se logró instalar en los medios temas que son asunto del feminismo, como el trabajo doméstico no remunerado, la igualdad laboral y salarial, el techo de cristal, femicidios, femicidios vinculados, el derecho al goce sexual e, incluso, el debate sobre la autonomía de los cuerpos de las personas con capacidad de gestar.
En este sentido, el campo discursivo se presenta como un campo de batalla, donde se reproducen estereotipos hegemónicos reafirmándolos, y, como sostiene el lingüista Teun Van Dijk (7) –quien analiza discurso y racismo–, contribuyendo a la construcción de actitudes e ideologías negativas respecto a un grupo social. En este caso, con las críticas al movimiento feminista (incluida la comunidad LGBTIQ), representándolo como violento y extremista no se hace más que estigmatizar y ocultar los reclamos de igualdad, mientras que la violencia, en todos sus aspectos, continúa.
1. «Ni Una Menos», Página 12, 3 de junio de 2017.
2. https://www.youtube.com/watch?v=n_iGwhl1sxM
3. María Florencia Alcaraz, «El rating es feminista», Anfibia, enero de 2018.
4. «La agenda feminista es tendencia en redes sociales luego del protagonismo conseguido en Intrusos», Diario femenino, 13 de febrero de 2018.
5. Arthur Clech, «Los homosexuales, ‘terroristas sexuales'», Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2018.
6. Rita Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Prometeo, Buenos Aires, 2010.
7. Teun Van Dijk, «Discurso y racismo», Persona y sociedad, Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (ILADES), Chile, 2002.
* Lic. en Comunicación Social. De la redacción de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
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