Nadie se salva solo

Por Verónica Ocvirk*

Hay un cuento, un cuento de Poe: La máscara de la Muerte Roja. “Muerte Roja” se había dado en llamar la peste más fatal y espantosa que hubiera devastado al país. “Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte”. Sin embargo –relata el maestro del terror– el Príncipe Próspero era feliz. Y cuando sus dominios quedaron semidespoblados, se retiró con un millar de amigos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. “Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja”.

Un insólito baile de máscaras apura el desenlace del relato cuya intriga no vamos a estropear en estas líneas. La potencia de las letras de Poe, igual que la de esta pandemia, es la de dejar realidades en evidencia. Claro que alguien podrá discutirlas –siempre hay alguien que discute– pero como nunca antes pareciera florecer un ramillete de consensos alrededor de ciertas ideas, cosas como que los ricos deberían pagar más impuestos, o que la inversión estatal en ciencia de verdad cuenta, o que una salud pública robusta salva, o que casi todo (incluso el espacio público) podría repartirse de otra manera, o que este tiempo se presenta un poco como “el tiempo de los Estados”, pero también es de alguna forma el tiempo de nuestros lazos y de la comunidad.

“Zeitgeist” es la palabra alemana que en español no tiene una traducción exacta, aunque significa algo así como “espíritu de época”. No hay forma de que el mundo no salga transformado después de vivir una experiencia colectiva tan honda y trascendente como la pandemia de COVID-19. Nunca como en estos momentos hemos aprendido tanto y tan velozmente sobre un tema. Podrá permanecer la mezquindad, y ahí estarán los ventajeros, y sin dudas seguirá en algunos corazones latiendo la avaricia. Pero también surgen nuevas certezas, convicciones con unas raíces que, por el hecho de nacer compartidas, resultan ahora más fuertes y más profundas. Entre ellas está una que –quién dice– podría conducirnos a un mundo mejor. Es la misma que el Príncipe Próspero no supo entender: que la igualdad importa y que no hay blindaje individual que pueda salvarnos, porque a fin de cuentas solos no vamos a ningún lado.

Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte II. Volver a nota principal.

* Periodista.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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