París en el ojo de la tormenta
Aunque sea arriesgado calificar a estos ataques terroristas –en efecto coordinados, pero por el momento relativamente limitados– de “guerra”, como lo hacen algunas autoridades francesas, es necesario constatar que los múltiples compromisos de Francia con los frentes del antiterrorismo ubican al Hexágono en una situación de blanco tan privilegiada –si no más– como la del histórico “Satán” estadounidense.
La estación de radio RTL difundió el sábado extractos de una conversación entre Amedy Coulibaly y sus rehenes en el supermercado Hypercacher de la Porte de Vincennes, grabada el viernes después del mediodía en desconocimiento del secuestrador de rehenes, cuyo teléfono estaba mal colgado. Coulibaly –muerto en el asalto hacia el final de la tarde, luego de que él mismo hubiera asesinado a cuatro rehenes– cita especialmente la acción militar francesa en Mali y los bombardeos occidentales en Siria. “Tratan de hacer creer que los musulmanes son terroristas. Yo nací en Francia. Si ellos no hubieran sido atacados en otra parte, yo no estaría acá”, se justificaba Amedy Coulibaly ante sus rehenes, reivindicando también a Osama Ben Laden.
Sucios franceses
Estos últimos meses las amenazas se habían multiplicado, en particular con un llamado en noviembre de Abu Mohammed Al-Adnani, portavoz de la Organización del Estado Islámico (OEI): “Si ustedes pueden matar a un no creyente estadounidense o europeo –en particular a los malos y sucios franceses– atáquenlo con cuchillos, con piedras y entréguense a Alá: mátenlo de cualquier manera”. Pero se puede recordar también la declaración más antigua (agosto de 2009) de Ayman Al-Zawahiri, quien iba a suceder a Osama Ben Laden: “Francia, que pretende ser un país laico cuando su corazón está lleno de odio hacia los musulmanes, va a pagar por sus crímenes” (1).
Estos últimos días, la revista Inspire, una publicación de Al-Qaeda –que ubicó desde 2013 al director de Charlie Hebdo, Stéphane Charbonnier, alias Charb, en una lista de “Buscados vivos o muertos por crímenes contra el Islam”– publicó un retrato del dibujante, tachado con una cruz, con esta leyenda: “Saludos y agradecimiento de la comunidad islámica a los que vengaron al profeta Mahoma”.
Al-Qaeda y la OEI, los dos movimientos yihadistas en competencia, se han repartido de hecho las zonas de influencia y nada los distingue en el plano ideológico. La conquista y la instauración del “califato” de la OEI representa sin embargo una militarización más acabada del combate yihadista, combinada con un salto generacional y una clara modernización de los medios de comunicación (2).
En algunos medios musulmanes, Francia, con o sin razón, tiene la reputación de:
– combatir el Islam sobre su territorio (prohibición de la burka y del velo integral en los lugares públicos);
– haber echado a los grupos armados radicales del norte de Mali (la operación Serval);
– haber establecido más recientemente un cordón de vigilancia del Sahel en cooperación con cinco países del “G5” (operación Barkhane).
– cooperar con el poder federal nigeriano en la lucha contra la secta musulmana Boko Haram;
– haber intervenido en la República Centroafricana del lado de los cristianos para revocar a los ex Seleka musulmanes en el norte del país (operación Sangaris).
Afirmaciones que pueden ser contestadas punto por punto:
– ávida de laicidad, Francia es también protectora de cultos, cualesquiera que sean, y se esfuerza por ayudar a las comunidades musulmanas a perfeccionar la calidad de sus clérigos, por desarrollar sus modos de representación, etc.;
– la operación de “limpieza” en el norte de Mali fue llevada a cabo para beneficio de un gobierno musulmán (Bamako) y con la ayuda de soldados de un país gobernado por musulmanes (Chad);
– la secta Boko Haram se distinguió más por las masacres en masa, o por el secuestro de cientos de jóvenes, que por el culto de Alá;
– la totalidad de los dirigentes y la gran mayoría de la población de los países del “G5” son musulmanes;
– la intervención francesa en la República Centroafricana permitió poner límite a una ola de masacres entre musulmanes radicales y cristianos, calificada por algunos como un principio de genocidio;
– la intervención franco-estadounidense-británica de 2011 en Libia – muy criticada, por otra parte– fue dirigida, en lo esencial, contra el régimen laico de Muamar Gadafi a favor de los clanes islamistas, hoy en primera fila.
El actual gobierno francés, que no cesa de llamar la atención sobre la gravedad de la situación al sur de Libia, convertido en un “hub terrorista”, rechaza, sin embargo, la idea de una intervención unilateral a la manera de lo hecho en 2011 –una operación “que nos reprocha el mundo entero”, como lo admitió un alto dirigente militar– (3).
Para justificar su compromiso en África, y en particular en el Sahel, París invoca la necesidad de asegurar, a título esencialmente preventivo, “un piso de seguridad” a estos países hasta que el “G5” saheliano, ayudado por fuerzas africanas, esté en condiciones de tomar la posta. Pero previene –aunque sólo sea para incitar, por ejemplo, a Mali o a la República Centroafricana a consolidar por elecciones regulares la legitimidad de sus instituciones– que los franceses “no están ahí para siempre”…
1. Véase “Guerra contra el terrorismo”, parte III, por Alain Gresh, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2014.
2. Véase Peter Harling, “Avanza el Estado Islámico”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, septiembre de 2014.
3. Véase “L’hydre libyenne, hantise du Sahel”, http://blog.mondediplo.net/2014-12-19-L-hydre-libyenne-hantise-du-Sahel
* Periodista.
Traducción: Florencia Giménez Zapiola