Poner a distancia Oriente Próximo
¿Qué proximidad se revela en el uso de la palabra “próximo” en la locución “Oriente Próximo”? ¿Qué imaginarios y, sobre todo, qué realidades de la dominación sobre Oriente? ¿Constatarlo próximo porque es “nuestro”, porque es nuestra “cuna” mientras que otros Orientes están, ellos, tan lejos?
Si se designó la región que se extiende del este del Mediterráneo a la península india con este adjetivo es en primer lugar porque Francia, y con ella Europa, construía una geografía según su centro, es decir, ella misma. Oriente mismo, al este de ella y de nosotros, se define por esta geografía de lo próximo y lo lejano, así como se definen los diferentes polos. Sería sencillo decir que todo es relativo y que medimos las distancias en relación con un punto que se espera fijo. Sin embargo, el término “próximo” y sus derivados “acercamiento” o “proximidad” nos invitan a reflexionar más en detalle.
Hay proximidades que no se miden. Para empezar, como bien lo mostró Edward Said, Oriente está más que próximo, es un espejo ante los ojos de Occidente. “Oriente es una parte integrante de la civilización y de la cultura material europea” (1). Cuando el primer orientalismo, el del tiempo de las colonias, definió este Oriente, el de Asia Occidental, como próximo, le asignó un lugar y al mismo tiempo operó una selección en aquello que, en esa región exótica y misteriosa, podía mantenerse a un lado. Insistió entonces en esta idea de civilización y de mundo común fundado en las religiones abrahámicas. Oriente es próximo porque es el de los lugares santos, y por lo tanto el de las historias de nuestras infancias. Se lo asocia a menudo a esta extraña noción de “cuna” (de las civilizaciones, de las religiones).
Esta expresión se cargó de una forma en desuso, pasó a estar del lado de la geopolítica cuando dejó de contrarrestar a un Oriente demasiado lejano para distinguir un espacio intermedio con respecto al que venía a imponerse: Medio Oriente. El middle, espacio de enlace, se mide siempre en relación con otros: un Occidente y un Oriente verdadero, entero, el que comienza con el Imperio indio. De hecho, es en India, ese centro del Imperio británico, donde se forjó la noción de “Middle East” a principios del siglo XX (2). Durante mucho tiempo, nadie fue realmente capaz de trazar las fronteras de este espacio medio, y aún hoy sigue siendo de interpretación variable. Pero nuestro propósito no está aquí.
El middle, espacio de enlace, se mide siempre en relación con otros: un Occidente y un Oriente verdadero, entero, el que comienza con el Imperio indio.
Designamos a este Oriente mediterráneo como próximo para integrarlo a nuestra historia. La prueba, si hay un lugar en que la terminología de Oriente Próximo no se corrobora, es la Antigüedad. El Oriente Próximo antiguo pertenece a “nuestra civilización”; sus obras y sus ruinas pueblan “nuestros museos” y no les hace falta ser designadas como “no europeas”, ser objeto de discusiones sobre su restitución, ni ser trasladas a museos especializados. En el mejor de los casos, se distinguirán en salas específicas dentro del gran conjunto civilizacional que es nuestra “cuna”.
En los cuadros orientalistas, las ruinas están a veces habitadas por “indígenas” incapaces de comprenderlas, que levantan sus carpas o pastorean a sus rebaños sin preocuparse por esta civilización hecha de piedras edificantes. Oriente está hecho de una superposición de vidas que se ignoran, y donde toda la arrogancia del opresor se muestra en su cercanía a ciertas huellas y su ignorancia de la vida que las rodea. Para los arqueólogos, no es sino recientemente que nos hemos interesado en la vida de los lugares y en sus devenires, en sus transformaciones, sin considerar las reutilizaciones como actos de saqueo. Porque, como escribió Paul Veyne en su texto sobre Palmira: “Sí, definitivamente, no conocer, no querer conocer más que una cultura, la propia, es condenarse a vivir en la oscuridad” (3).
A pesar de toda esta historia común, todo este sincretismo celebrado, la modernidad y la era colonial hicieron de Oriente un lugar otro. Y la proximidad celebrada sobre fundamentos revisionistas, obliterando sin más la historia misma de los territorios desde la Antigüedad o desde los tiempos de la Biblia, no podía sobrevivir mucho más al fin de la colonización –incluso si hay que reconocer que quedan numerosas huellas en los usos que se hacen de la arqueología y de las huellas en la región– (4).
No obstante, hay que reconocer que los tiempos cambiaron. Hacemos cada vez menos uso de la expresión “Oriente Próximo”, y no es solamente porque la lengua inglesa difundió su “Middle East”. Aquí se juega otra cosa. El Oriente mediterráneo, el mundo árabe, Medio Oriente, están mucho más próximos que en tiempos de Lamartine o de Chateaubriand. Es también mucho más familiar, está presente en las noticias, está presente en nuestras calles y en nuestros platos. Guerras, shawarmas y faláfels, banderas, amigos y amigas, muchos de nosotros somos capaces de jugar al juego de las asociaciones si nos hablan de Siria, del Líbano, de Palestina, de Israel, de Egipto…
¿Pero acaso es esto la proximidad? ¿Nos sentimos verdaderamente próximos? Muy por el contrario, esta entrada de Oriente en nosotros puede traducir una forma de ponerlo a distancia. Apreciamos y probamos lo que nos viene de Oriente para poner mejor a distancia aquello que lo caracteriza. Realizamos una selección. Ponemos a distancia la violencia, el supuesto fanatismo (una caracterización de los pueblos orientales que heredamos directamente del orientalismo), los derechos humanos vulnerados, e incluso los inviernos crudos y los veranos abrasadores que se suceden en los campos de refugiados y refugiadas.
Mientras tanto, la diplomacia francesa sigue produciendo acercamiento y proximidad, se apoya sobre la historia para hacerlo. Pero hay Orientes que son más próximos que otros. Veamos a Emmanuel Macron corriendo a prestar auxilio al Líbano devastado por la monstruosa explosión del 4 de agosto en el puerto de Beirut. Está ahí, el 6 de agosto, y pronuncia estas oraciones:
Nuestros destinos están ligados indefectiblemente por los lazos del tiempo, del espíritu, del alma, de la cultura, de los sueños. Y en este día de duelo en una Beirut mil veces muerta y mil veces revivida, toda Francia dice hoy que está junto a ella. Que cuando se golpea el corazón del Líbano como se lo hace hoy, también se golpea el corazón de Francia.
El vuelo es lírico y bello, evoca lazos fuertes, los que en efecto se fundan –y las primeras medidas de ayuda que siguen lo detallan– en el reparto de una lengua y una cultura. Esto dibuja a contraluz, e incluso a veces inconscientemente, lo que queda lejos, lo que, aun en las mismas tierras, no está cerca. En primer lugar, están los musulmanes y los árabes que no hablan otra lengua que la suya. El Oriente próximo es aquel que viene hacia nosotros, y que ante todo sabe hablarnos en nuestra lengua. Es, entonces, francófono (5). También es la mayoría de las veces cristiano y esta proximidad vuelve a poner en juego las antiguas alianzas hasta convertirse en una verdadera ceguera, o incluso una manipulación política.
El presidente de Francia no cae en esta trampa, pero las mujeres y los hombres políticos cristianos devotos de la red SOS Cristianos de Oriente saben, por su parte, manejar la proximidad o la fraternidad religiosa como un arma de guerra. Empezaríamos a creer que las Cruzadas están de vuelta en Tierra Santa. Por supuesto, todo esto parece zanjado y un poco caricaturesco, pero la diplomacia y sus acercamientos, incluso cuando el cuadro de relaciones bilaterales se renueva, todavía reposa sobre vínculos construidos por la historia. Y aquellos que nos ligan a Oriente encuentran sus fundamentos en estas construcciones que se extraen de las “cunas”.
Sería sin embargo posible imaginar otra proximidad, y tal vez sea aquella que Macron solicita cuando evoca el enojo de los jóvenes libaneses. Se trataría entonces de una proximidad que podríamos llamar “sin motivo oculto”, una comprensión inmediata que no haría falta explicitar ni torcer con paralelismos más o menos explícitos. Sí, cuando los beirutenses se ven privados de sus vidas, de sus casas y de su trabajo debido a la negligencia de sus gobernantes, entramos en una empatía inmediata. No viene a interponerse el lenguaje diplomático, y menos aun las razones de los Estados.
Si salimos del mundo de los poderosos, ¿cómo pensar hoy una proximidad con el otro lado del Mediterráneo, con ese espacio de mayoría árabe, de mayoría musulmana y cuyos destinos estuvieron a menudo ligados a los de Europa?
Mi posición aquí no es, evidentemente, la de defender una causa, sino más bien la de reflexionar sobre la manera en la que, despojándonos de las proximidades impuestas, ya sean medidas de la distancia que nos separa o creencias en una comunidad fundada sobre la religión o la lengua, podemos forjar una proximidad que ayude a comprender. Dejando de lado tanto la palabra “Oriente” como el adjetivo que lo califica, es posible acercarse, variar las distancias para detener la mirada en las sociedades de los mundos árabes. Próximos estamos cuando ejercemos nuestro oficio de investigadoras e investigadores en ciencias humanas y sociales, precisamente porque consideramos que la medida de nuestro trabajo es nuestra condición misma de seres humanos.
Próximos estamos cuando ejercemos nuestro oficio de investigadoras e investigadores en ciencias humanas y sociales, precisamente porque consideramos que la medida de nuestro trabajo es nuestra condición misma de seres humanos.
Esta es la proximidad que se difundió y se manifestó hace diez años cuando los pueblos de los mundos árabes se sublevaron. En ese entonces, no nos preguntamos por sus lenguas, sus rezos y sus lugares santos, vimos mujeres y hombres, jóvenes y viejos, y escuchamos lo que tenían para decir. Nos reconocimos, y pudimos medir, si hacía falta, nuestra proximidad, pero también nuestra distancia. Cada uno y cada una con su empatía, su capacidad de “ponerse en el lugar del otro”, sus conocimientos y sus vínculos.
Por supuesto, esto no duró más que un tiempo y el lugar que se le da todos los días a la política interna estadounidense en relación al que se les da a otros lugares del mundo muestra claramente que la proximidad y la empatía son también construcciones y hábitos. Contribuyen a hacernos creer que el mundo está dividido en grandes espacios de referencia dentro de los cuales nos movemos sin dificultad (Occidente, Europa, el Sur, Oriente Próximo, Medio, Extremo…). Pero resulta que a veces uno se acerca, y puede ser desconcertante. Lo que no debería ser una sorpresa, en particular para aquellos cuyo trabajo es hacer la historia, es decir, producir siempre acercamientos tanto entre los espacios como entre los tiempos, descentrar los enfoques y desbloquear lo que permite a cada una y a cada uno de nosotros reconocernos y sentirnos próximos incluso de aquellas y aquellos que creemos están tan lejos nuestro.
Este artículo, originalmente publicado como “La mise en distance du proche orient”, fue encargado por Analyse Opinion Critique (https://aoc.media/) y se publicó como preludio a La Nuit des Idées, manifestación dedicada el 28 de enero de 2021 al reparto internacional de las ideas, iniciada y coordinada por el Institut Français. Programa disponible en: lanuitdesidees.com. Se reproduce gracias a las autorizaciones de la autora y de Raphaël Bourgois, editor de AOC.
1. Edward W. Said, Orientalismo, Buenos Aires, Random House, 2002.
2. Guillemette Crouzet, “Les Britanniques et l’invention du Moyen-Orient: essai sur des géographies plurielles”, en Esprit, N° 5, mayo de 2016.
3. Paul Veyne, Palmira. El tesoro irremplazable, Barcelona, Ariel, 2016.
4. Vincent Lemire, “Le manteau rapiécé des prophètes: les lieux saints d’Israël-Palestine entre partage et partition”, en Dionigi Albera, Isabelle Marquette y Manoël Pénicaud, Lieux saints partagés, Paris, Actes-Sud, 2015.
5. La autora caracteriza a Oriente como francófono en relación con su propia posición de enunciación, francófona. Sin embargo, dada la ampliación del público lector, al traducir este artículo, agrego: Oriente, en tanto construcción occidental, es francófono, y también hispanohablante [N. de la T.].
Traducción: Victoria Raffaele
Este artículo forma parte de la Review #26
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Doctora y profesora en Historia. Forma parte de las revistas Le Mouvement social e International Review of Social History y es fundadora de la Sociedad Europea de Autores. Su libro Historia contemporánea de Medio Oriente fue publicado por Capital Intelectual en 2016.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur