SHOCK DEMOGRÁFICO Y FUERTE DESIGUALDAD

Rusia enfrenta el vacío

Por Philippe Descamps*
Escasa natalidad, fuerte mortalidad... Rusia atraviesa una recesión demográfica que pone de manifiesto la dimensión del traumatismo tras la caída de la Unión Soviética.
Imagen de la Plaza Roja desértica, Moscú, 1-8-03 (Yuri Kadobnov / AFP)

No hay necesidad de ir a buscar la explicación de la crisis demográfica rusa a regiones inaccesibles, de clima extremo. A pocas horas de Moscú, en la región del Tver (Kalinin entre 1931 y 1990) se registraron, durante la última década, más de dos muertes por cada nacimiento. Según los primeros resultados del censo del otoño boreal de 2010, esta región cuenta con apenas 1,32 millones de habitantes. En veinte años perdió el 18% de su población, o sea más de 300.000 personas.
En el tren regional (elektrichka) proveniente de Moscú se suceden, unas tras otras, mujeres mayores y solas que venden algunos utensilios de cocina para completar su magra jubilación. Sobre las bifurcaciones congeladas del Volga, muchos pescadores cavan agujeros en el hielo. Y, si desafían el frío, no es por razones folklóricas. La armonía de colores proveniente de las ciudades de las isbas rompe con la austeridad del hormigón armado que rodea la capital. Pero la mayoría de estas casas de madera están vacías desde hace tiempo: “La mitad de los 9.500 pueblos de la región tienen menos de 10 habitantes permanentes”, señala Anna Tchukina, geógrafa de la facultad de Tver (1).

Las políticas de natalidad a lo largo de la historia

Desde la caída de la Unión Soviética, a fines de 1991, Rusia perdió cerca de seis millones de habitantes. El retorno de los rusos (instalados hace mucho tiempo en las “repúblicas hermanas”) y un saldo migratorio positivo sólo limitaron los efectos de un saldo natural muy negativo. En un territorio tan grande como dos veces Canadá o China, Rusia cuenta con apenas 142,9 millones de habitantes (2). “Su pobreza más grande es la escasez de población en un territorio inmenso”, confirma Anatoly Vichnevski, director del Instituto de Demografía de la Universidad del Estado de Moscú.
Las proyecciones más pesimistas de Naciones Unidas hablan de una población que llegará a 120 millones de habitantes en 2025 (128,7 millones en un escenario promedio) antes de una declinación más rápida; el último promedio del Servicio de Estadísticas del Estado Federal (RosStat) postula 140 millones en este panorama.
En su discurso anual en la Duma, el 10 de mayo de 2006, el ex presidente Vladimir Putin elevaba la demografía al rango de “problema más agudo” del país, y fijaba tres prioridades: “Primero, tenemos que reducir la mortalidad. Luego, necesitamos una política de inmigración pertinente. Y por último, nos hace falta aumentar nuestra tasa de natalidad”. Ante la relativa despreocupación de la población, los medios de comunicación y los responsables de la cuestión insisten sobre la natalidad –tema consensuado– sin señalar las contradicciones de una nueva Rusia fuertemente poco igualitaria.
Aun en pleno invierno, en las calles peatonales cubiertas de nieve de Tver o en la orilla del Volga, uno se cruza con muchos cochecitos de bebé, con ruedas… o sobre patines. En su oficina del Departamento de Salud Pública, la directora de la protección a la infancia, Lydia Samochkina es optimista: “Vemos, cada vez más, familias con dos o tres hijos. La natalidad ha dejado de disminuir desde hace cuatro o cinco años. Hoy, la economía va mejor. El Estado y la región los ayuda”.
La nueva política abiertamente natalista del gobierno recuerda la exaltación de la “familia socialista” de la época soviética. El “capital maternal” (ver recuadro) permite reservar la ayuda esencial a los padres de familias numerosas. Aparentemente, eso ha dado sus frutos, porque el número de nacimientos ha aumentado desde 2007. La tasa de natalidad, que había caído a 8,6‰ (hijos por mil habitantes) en 1999 subió a 12,6‰ en 2010. Durante el mismo período, el índice sintético de fecundidad aumentó de 1,16 hijo por mujer a 1,53.
Sin embargo, los demógrafos siguen siendo escépticos. En general, los incentivos financieros sólo hacen avanzar proyectos de concepción. Así, la política natalista de Mijail Gorbachov, a fines de los años 80, permitió en un principio el alza de la fecundidad, antes de que comenzara su declinación más marcada. A largo plazo, la natalidad evoluciona en Rusia como en la mayoría de los países industrializados. Con la revolución cultural del control sobre los nacimientos desde mediados de los años 60, el índice sintético de fecundidad cayó por debajo del umbral de renovación de las generaciones (2,1 hijos por mujer). La única diferencia con el Oeste fue la escasa difusión de los métodos de anticoncepción: las autoridades mantenían la desconfianza respecto de la píldora y las mujeres rusas recurrieron masivamente al aborto. Autorizado a partir de 1920 y prohibido por Josef Stalin en 1936, el aborto volvió a ser legal a partir de 1955; las estadísticas siguieron siendo secretas hasta 1986. Sin embargo, se estima que la Federación de Rusia registró hasta 5,4 millones de interrupciones voluntarias de embarazo (IVE) en 1965. Se contaron más de cuatro IVE por mujer hasta mediados de los años 70. Hubo que esperar el fin de la URSS para una difusión más amplia de la anticoncepción. Desde 2007, el número de abortos es inferior al de nacimientos y continúa disminuyendo (1,29 millones en 2009).
Si bien la escasa natalidad de Rusia no desentona demasiado en Europa, la mortalidad, muy elevada –en particular entre los hombres–, representa un caso especial. Los hombres rusos, que tenían, al nacer, una esperanza de vida de 62,7 años en 2009 (74,6 para las mujeres), son los menos favorecidos de Europa y siguen estando por debajo de la media mundial (66,9 años en 2008). Mientras que los occidentales ganaron una decena de años de esperanza de vida desde mediados de los años 60, ¡los rusos todavía no recuperaron el nivel que tenían en 1964!
En Tver, los interlocutores prefieren alegar el exilio de los jóvenes hacia la capital, distante por lo menos unos doscientos kilómetros, para explicar el descenso de población. Es verdad que los más intrépidos emprenden el camino de Moscú o de San Petesburgo para encontrar allí un mejor salario y un trabajo más interesante. Pero su partida está ampliamente compensada por la inmigración proveniente de otras regiones y de Asia Central. La razón principal de la declinación en la región es la mortalidad masculina, con una esperanza de vida para los hombres (58,3 años en 2008) inferior a la de Benín o de Haití (3).
En los años 50, Rusia hizo progresos muy rápidos en materia de lucha contra las enfermedades infecciosas. En 1964, con la llegada de Leonid Brejnev, los países comunistas casi habían compensado su retraso respecto de los países occidentales, gracias al seguimiento sanitario, la vacunación y los antibióticos. Pero, desde entonces, la brecha no ha dejado de profundizarse, hasta el punto de volverse más importante que a principios del siglo XX. El sistema de salud no fue una prioridad para el régimen soviético que había entrado en un período de estancamiento económico. Se mostró muy poco eficaz contra las afecciones modernas como el cáncer o las enfermedades cardiovasculares. La planificación condujo a desarrollar la cantidad más que la calidad de los cuidados, y los medios concedidos a la modernización de las instalaciones o a la revalorización de las profesiones médicas siguieron siendo insuficientes. El poder soviético se mostró igualmente incapaz de responsabilizar a los individuos de sus hábitos sanitarios.

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Max Planck Institute for Demographic Research 2010; Rosstat, Anuario Demográfico 2010; www.demoscope.ru

Un país fuertemente desigual

Después de la caída de la Unión Soviética, entre 1991 y 1994, los rusos perdieron cerca de siete años de esperanza de vida. Aunque el alza de la mortalidad afectó a todos los antiguos países comunistas, se manifiesta más brutal y de forma más duradera a medida que se avanza hacia el este. Para explicar esta evolución hay que recordar el caos de la época Yeltsin (1991-1999). “La población sufrió un shock sólo comparable al que la población soviética soportó entre 1928 y 1934”, estima Jacques Sapir (4). En 1998, el producto interno bruto (PIB) sólo representaba el 60% del PIB de 1991 y el nivel de las inversiones alcanzaba menos del 30%. Recién a fines de los años 2000, la Rusia capitalista volvió a encontrar un ingreso equivalente al del final de la Rusia soviética (5).
Es el período de la depredación de los bienes públicos y del pillaje de los recursos naturales a favor de un puñado de privilegiados, con frecuencia provenientes de la antigua nomenklatura. La selección de sus primeros dirigentes, aconsejados por occidentales –entre los cuales se encuentran el estadounidense Jeffrey Sachs o los franceses Daniel Cohen y Christian de Boissieu (presidente del Consejo de Análisis Económico) –, hicieron de Rusia el país de Europa donde las desigualdades, entre las más altas del mundo, son las más fuertes.
Este deterioro estuvo acompañado de una gran cantidad de muertes violentas. Actualmente la tasa de suicidios de los hombres se sitúa en el segundo puesto mundial; la tasa de mortalidad en las rutas (33.000 muertos por año) es la más elevada de Europa, así como la tasa de homicidios (6).
Desorientados, los rusos, que se volvieron temerosos, perdieron también su “capital social”, sus redes de relaciones. Rusia está entre los países del mundo donde se encuentran menos miembros activos en las asociaciones. Esto es verdad aun en materia de deportes, explica Anna Piunova, periodista para un sitio dedicado a la montaña: “A excepción de la clase privilegiada, los rusos ya no se preocupan por su condición física. Rusia sigue estando bien ubicada en las competiciones en virtud de su política elitista de selección precoz, pero no hay más deporte masivo”.

Un problema nacional

El vodka sigue siendo el problema de salud pública número uno. Después de las restricciones impuestas bajo Gorbachov, el consumo retomó con más fuerza en los años 1990. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente un hombre sobre cinco muere por causas ligadas al alcohol (uno sobre dieciséis, en promedio, a nivel mundial). Rusia es el país de Europa en el que se consume más alcohol fuerte, y en proporciones que con frecuencia sobrepasan la ebriedad.
Para captar el choque de clases en la nueva Rusia basta con volver de Moscú en el Sapsan (“halcón peregrino”), el nuevo TGV ruso. Mientras la plebe se amontona en los vagones desvencijados de la elektritchka, los “nuevos rusos” trabajan confortablemente con sus dispositivos electrónicos, circulando a 250 km/h. ¡Para ganar treinta minutos en el trayecto, hay que poder pagar seis veces más caro! Mientras esta nueva nomenklatura pasaba sus vacaciones en la Costa Azul o en las costas del Mar Negro, el episodio canicular del verano de 2010 en el distrito de Moscú y en el Sur demostró la ineficacia del sistema de salud, con un excedente de 55.000 muertes en relación al verano precedente.
En el área de la educación y la salud, “los nuevos rusos” recurren a servicios privados muy costosos y de calidad, mientras que la gran mayoría debe contentarse con el sector público, verdaderamente deteriorado. En la clasificación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) según el índice de salud, la Federación Rusa sólo alcanza el puesto 122, con un índice inferior al nivel de 1970.
Reemplazando el sistema estatal centralizado por un seguro médico obligatorio financiado por aportes salariales, la reforma de salud de 1993 remediaría el subfinanciamiento crónico y el despilfarro. La introducción de la descentralización no controlada y la entrada en competencia de las compañías de seguro privadas demostraron ser ineficaces y costosas. Para responder al desafío sanitario del mundo moderno, los países industrializados aumentaron los gastos tanto públicos como privado: estos superan el 10% del PIB en la mayoría de los países desarrollados (11% en Francia, 16% en Estados Unidos). Ya muy débiles en Rusia antes de 1991, cayeron al 2,7% del PIB en 2000, antes de subir al 4,5% en 2010 (7).


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Evolución de la población (1989-2009)

La “lucha permanente contra el vacío”

La recuperación económica de los últimos años y la vuelta del Estado, sin embargo, dieron lugar a ciertos progresos. Gracias a programas específicos que apuntan a instaurar en la región una mejor cobertura para los cuidados cardíacos o las urgencias viales, las enfermedades cardiovasculares y los decesos por accidentes sobre la ruta comienzan a retroceder. La mortalidad infantil cayó a la mitad en quince años y alcanzó el nivel de los países occidentales (7,5‰ en 2010). En Tver, el centro perinatal ya está bien equipado, y está en obra un centro cardiovascular (se prevén cinco en la región).
La política de salud ha tomado en la actualidad un giro esperado desde hace tiempo. A partir del 1 de enero de 2011, empezó una recuperación sustancial y el aporte por enfermedad pasó del 3,1% al 5,1% del salario: “Esta medida liberaría 460 mil millones de rublos suplementarios para el fondo nacional de seguro médico. Estas sumas serán afectadas en primer lugar a la rehabilitación y a la informatización de los centros de salud y después a elevar los estándares de cuidado”, explica Sophia Malyavina, primera consejera de la ministra federal de Salud. La creación de 500 centros para los primeros diagnósticos significará un cambio determinante. Los rusos van a poder elegir realmente a su médico, sin tener que pagar por ello una fortuna.
Queda abierta una tarea inmensa en lo concerniente a la prevención. La medicina del trabajo se revalorizó; un pasaporte de salud les permite a los adolescentes hacerse un chequeo regular completo. Las “escuelas de salud” brindan recomendaciones a las personas de edad avanzada. Signo de un cambio de enfoque: Moscú recibía a fines de abril de 2011 la primera conferencia ministerial mundial sobre los “modos de vida sanos y la lucha contra las enfermedades no transmisibles”. A pesar de la multiplicación de los programas, no se ve cómo podría mejorar el estado sanitario sin un cambio de las condiciones sociales; ahora bien, la disminución de las desigualdades por el apoyo a los más desposeídos (personas solas, jubiladas, peones de campo) y una política fiscal más redistributiva no parecen estar a la orden del día.
Con excepción de algunas regiones petroleras de Siberia y de Moscú, el Sur, que exhibe una ambición de “metrópolis mundial” y ha ganado más de un millón y medio de habitantes en veinte años (11,5 millones en el último censo), es el único distrito que ve aumentar su población. Los pueblos montañosos del Cáucaso Norte, que tanto atemorizan a los rusos desde las guerras de Chechenia, son también los que más hijos tienen.
El eterno desafío del desarrollo del espacio ruso tropieza con la conversión hacia una economía de renta petrolera. El abandono progresivo de la ambición industrial a favor de la explotación del subsuelo sólo profundiza las desigualdades entre las regiones ricas en recursos naturales y las demás. Situada al norte del círculo polar, la región de Mourmansk, por ejemplo, perdió la cuarta parte de su población en veinte años. La de Magadan, marcada para siempre por los gulags de la Kolyma, no alberga más que a la tercera parte de la población que tenía en la época soviética. Sobre un territorio más vasto que la Unión Europea, el extremo oriente ruso cuenta con apenas 6,4 millones de habitantes (-20%) y ve agravarse su “lucha permanente contra el vacío” (8). La densidad no representa allí ni una centésima parte de la del vecino chino.
El destino de los monograd, las ciudades de mono-industrias, permanece también en suspenso. Responder a la polución y a la obsolescencia de las fundiciones de cobre de Karabache, de los altos hornos de Magnitogork o de las decenas de ciudades parecidas, exigiría inversiones colosales; a tal punto que se menciona regularmente la “deslocalización masiva de los desocupados” (9) hacia ciudades más diversificadas o metrópolis regionales.
La cuestión de la inmigración está marcada por la ambigüedad del poder que, al mismo tiempo que busca responder al desafío demográfico, fomenta una opinión encerrada en un nacionalismo étnico, en un contexto de aumento de la xenofobia. El primer ministro Putin exalta así la vuelta de los “compatriotas” y una inmigración escogida, “educada y respetuosa de las leyes”. Sin embargo, desde hace tiempo están agotadas las reservas de “pies rojos”: los rusos instalados en las antiguas repúblicas soviéticas vecinas que querían “repatriarse” lo hicieron ya en los años 90. Los voluntarios provienen en primer lugar de las regiones desheredadas de Asia Central (Uzbekistán, Kazajistán, Tajikistán) y del Cáucaso. Con mucha frecuencia trabajan en la construcción y en el mantenimiento de las rutas, en condiciones difíciles.
“Rusia siempre fue multicultural”, dice Alexandre Verkhovsky, del Centro Sova, que estudia las desviaciones xénofobas. “En la URSS compartíamos una ciudadanía, pero también una lengua y una formación. Hoy, los inmigrantes, aun cuando vienen de repúblicas rusas, están cada vez más alejados de la sociedad rusa. El miedo hace que aquellos que no tienen aspecto ruso sean percibidos como extraterrestres”. La hipocresía llega al colmo con la inmigración clandestina, objeto de denuncias unánimes, sin que se haga nada para atacar los canales de explotación, ni para instalar un verdadero programa de integración.
La sociedad rusa no parece estar lista para lanzar una verdadera política de inmigración. La inercia de los fenómenos demográficos es tal, sin embargo, que no se espera invertir la evolución, ni contentarse con atenuarla: también habrá que encarar medidas de adaptación a un despoblamiento endógeno, en buena parte irreversible.

1. Alexandre Tkatchenko, Lydia Bogdanovo y Anna Tchoukina, Problèmes démographique de la région de Tver, Faculté de Géographie de Tver, 2010.
2. Resultados preliminares del último censo de octubre de 2010. Los otros datos sobre la población provienen de los anuarios demográficos de Rusia, RosStast, Servicios de Estadísticas del Estado Federal.
3. Indicadores del Banco Mundial, 2008.
4. Jacques Sapir, Le Chaos russe, La Découverte, París, 1996.
5. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Undata.
6. OMS 2009 y European Sourcebook of Crime and CriminalJustce Statistics, 4ª edición, Boom Juridische uitgevers, La Haya, 2010.
7. Anuario Estadístico de la Salud Pública en Rusia, 2007 y Ministerio de Salud, febrero de 2011.
8. Cédric Gras y Vycheslav Shvedov, “Extrême-Orient russe, une incessante (re)conquête économique”, Hérodote, París, Nº 138, agosto de 2010.
9. Moscow Times, 17-4-10.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

Un “capital maternal” a partir del segundo hijo

La asignación federal denominada “capital maternal” (materinkogo kapitala o matkapital) es la medida faro del “plan de apoyo a las familias, las madres y los hijos” lanzado en mayo de 2006 por el entonces presidente Vladimir Putin. Con un valor ajustado el 1º de enero de 2011 en 365.000 rublos (9200 euros), es decir, más de 18 salarios promedio, esta suma es otorgada por todo nacimiento o adopción a partir del segundo hijo. Los padres no pueden utilizarla antes del tercer aniversario de su hijo y solo para ciertos gastos: educación, ahorro previsional de la madre, material para la construcción o reforma de la vivienda principal por sus propios medios. En caso de urgencia, los padres pueden sin embargo desbloquear inmediatamente 12.000 rublos (300 euros). A partir de la crisis financiera de 2008, ese capital puede servir también para pagar un préstamo, sea cual sea la edad del hijo. El matkapital es muy popular, en especial en las zonas rurales, donde representa un monto considerable, aunque los padres lamenten la falta de flexibilidad en su utilización.
La asignación por nacimiento equivale a 11.000 rublos (275 euros) desde el primer hijo. También se prevén asignaciones específicas para los hijos cuyo padre efectúa servicio militar, o para favorecer la adopción. Durante la licencia por maternidad, fijada en 112 días, la madre, que puede actualmente elegir su médico y clínica, cobra su salario íntegramente. El Estado cubre los gastos médicos.
La mayoría de las madres toman además la licencia parental que los seguros sociales cubren durante dieciocho meses. El Estado garantiza una indemnización de hasta el 40% del salario previo, con un techo de 13.800 rublos (350 euros). Esa licencia puede prolongarse dieciocho meses, sin indemnización pero sin perder los derechos jubilatorios. La licencia parental se extendió hace poco a los padres, y sobre todo a las babouchkas, las abuelas. Su papel tradicional en la educación de los hijos sigue siendo importante, ya que la escuela recién empieza a los 7 años. Listas de espera y comisiones ilegales: conseguir lugar en una guardería es una de las principales preocupaciones de los futuros padres.
Estos mecanismos federales suelen completarse con programas regionales. Por ejemplo, la región de Ulianovsk otorga 100.000 rublos (2.500 euros) por el tercer hijo a las mujeres menores de 35 años. En Tver, las madres que extienden su licencia parental hasta tres años tienen también derecho a recibir gratuitamente una formación profesional.

Traducción: Patricia Minarrieta

* Periodista.

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