Sin cuidados no hay modo de sostener la vida

Por Eleonor Faur*

Días atrás murió Ramona Medina, referente de la Villa 31 a quien conocimos gracias a La Garganta Poderosa; la pandemia se multiplica en las villas y barrios populares, el conurbano tiembla. Hoy es difícil construir una mirada positiva sobre la pandemia. Las emociones enhebran dolores, tristezas, temores e indignación. Quizás lo único que esta etapa puede dejar como positivo es la contundencia de que sin cuidados no hay bienestar posible ni modo de sostener la vida. Comprender que aquella trama vital –que solemos dar por sentada– supone un trabajo intenso, cotidiano, repetitivo, casi nunca remunerado, y mayormente invisible es uno de los aprendizajes que deja esta experiencia. Vislumbrar que se trata de un trabajo desproporcionada e injustamente femenino acaso será otro. Entender que nada de ello se relaciona con la diferencia sexual, sino con una cultura que devaluó los cuidados porque los asuntos “importantes” parecían jugarse en otras ligas cuyas definiciones responden a los valores de un capitalismo productivista y un patriarcado resiliente.

En el contexto del aislamiento obligatorio, lo importante es lo esencial y los cuidados a terceros así se definen, tan esenciales como el alimento, el agua y el aire que respiramos. Cuando buena parte de la economía se detuvo, los cuidados se potenciaron. En el interior de los hogares las tareas de cuidado se multiplicaron de manera exponencial. En las villas y barrios populares, la fragilidad estructural de la vida pudo sostenerse –sólo hasta cierto punto– por los cuidados que ofrecían Ramona y tantxs referentes a sus comunidades, los que sostiene La poderosa y tantas organizaciones sociales, los que llegan mediante donaciones. Pero no es suficiente, o no lo es para todos por igual, porque los cuidados no se multiplican a punta de mera voluntad: requieren condiciones para producirse y reproducirse. Condiciones que requieren ampliarse y sostenerse. Hoy el cuidado está en el aire: se repiensan las políticas públicas y se lo incorpora a las medidas para paliar la emergencia. La pregunta es qué pasará el día después. Cuando el COVID-19 sea una sombra dolorosa en el pasado, ¿seremos capaces de recordar que sin cuidado no hay bienestar, y que más allá de la energía permanente de quienes hacen que el mundo siga girando, los Estados son responsables de su organización social y política. Y que ello supone –sobre todo– políticas capaces de sostener derechos y cuidar a quienes cuidan.

Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte I. Volver a nota principal.

* Profesora e investigadora IDAES‐Universidad Nacional de San Martín.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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