Tres realidades que visibiliza la pandemia

Por Sol Prieto*

Medir, describir y explicar cada semana de la pandemia puede decir mucho más sobre el mundo post-pandemia que cualquier intento de vislumbrar nuevos modos de producción, nuevas matrices de sentido y nuevas formas de construcción del lazo social de largo plazo. No se trata de basarse en el presente para imaginar el futuro: decodificar el presente y dar respuestas a los problemas que plantea es construir el futuro hoy. Por eso, la confección, recolección, el análisis y la visualización de datos de todo tipo constituyen un aspecto clave de la presente pandemia. Sostener discusiones basadas en datos, asumiendo que los mismos son construcciones de quienes investigan y que gran parte de estas discusiones tendrán que ver con cómo se miden las cosas, es un paso adelante en el debate público.

En sintonía con este primer punto, el debate político se va retroalimentando cada vez más con el científico, y el saber técnico y especializado ocupa un lugar cada vez más importante en las agendas gubernamentales y políticas: hasta cuándo mantener las políticas de aislamiento, cómo abrir las cuarentenas, pero también qué es tolerable y qué es intolerable para la sociedad, cómo testear, a quiénes testear, con qué testear, cómo distribuir recursos, a partir de qué medios, a quiénes llegar con alimentos, a quiénes con agua, a quiénes con tests, a quiénes con dinero, a quiénes con cuidados, a quiénes con exenciones impositivas, cuánto dinero asignar a mantener las relaciones salariales, cuánto a transferencias de ingresos, qué encuestas o registros deben tomarse como base para medir cada cosa, cuáles son los costos de hacer y de no hacer. Todas estas preguntas a las cuales la política debe responder requieren de estimaciones, claridad en los abordajes metodológicos, diálogo con el estado del arte, comparaciones con evidencia previa, en suma, de investigación científica. De este modo la política no se debilita, sino que, al contrario, entra en una sinergia con el discurso, los agentes, las prácticas y los productos de la ciencia y de la tecnología. Si bien esto siempre ocurre de un modo u otro, la pandemia hace que tanto los políticos como la sociedad tomen conciencia de esta relación y, en muchos casos, se dediquen a fortalecer sus sistemas científicos, a la vez que las agencias científicas modifican sus agendas de cara a la cooperación con las agencias gubernamentales. Experiencias como el desarrollo del neokit Covid-19 por parte de científicas y científicos del CONICET, entre otros hallazgos recientes, dan cuenta de los frutos de estas relaciones de colaboración.

Otro aspecto interesante de la pandemia por Covid-19 y su gestión política es la capacidad de los gobiernos de crear dispositivos innovadores en el marco de la excepción, que tienden a ampliar sus capacidades estatales y de planificación. Por ejemplo, fue al calor de la Revolución de los Precios entre mediados del siglo XV y principios del siglo XVI que se motorizaron las primeras políticas de asistencia pública a “los pobres y desamparados”. Fue así que entre 1530 y 1560 se introdujo un sistema de asistencia pública en al menos 60 ciudades europeas, tanto por iniciativa de lo que hoy llamaríamos “las municipalidades” como a partir de la intervención de “los estados centrales”. En Lyon, Francia, a fines del siglo XVI existía un registro de pobres con capacidad de medir cantidades de pobres, de comida por adulto y por niño (lo que hoy es la canasta básica) y de registrar las defunciones con el objetivo de optimizar la provisión de alimentos. De la mano de esta ciencia gubernamental incipiente se motorizaron debates acerca de la distribución y la población sujeto de esta asistencia, cuyos resultados siguieron resonando en otros momentos históricos y latitudes. En una escala diferente, el terremoto de San Juan de 1944 puso al Estado argentino ante el desafío de crear políticas innovadoras en términos de captación y distribución de ingresos, vivienda, planificación urbana e incluso de adopciones, cuidados y crianzas de niños y niñas. Una vez más, el desafío de la excepción puede llevar (y en muchos aspectos está llevando) a los Estados a responder de manera innovadora a los problemas distributivos que la pandemia puso de manifiesto.

En relación con esto, una cuestión central que la pandemia está haciendo visible es el trabajo de cuidados y doméstico no remunerado, y su distribución marcadamente desigual entre mujeres y varones. De acuerdo a la encuesta nacional de usos del tiempo llevada adelante por el INDEC en 2013, las mujeres realizan el 76% de las tareas de este tipo. Pero si la mayor parte del tiempo estas tareas se desarrollan lejos de los ojos de los varones, que pasan mayor parte de su tiempo fuera del hogar, las políticas de aislamiento social preventivo llevan a que este trabajo se desarrolle cada vez más delante de la mirada (y probablemente la creciente participación) masculina. Si además se tiene en cuenta el carácter esencial de las tareas de salud, una de las ramas más feminizadas de la economía, luego del servicio doméstico y la enseñanza e íntimamente relacionada con las tareas de cuidados, es posible pensar en una visibilización de los cuidados como uno de los posibles puntos de inflexión de esta pandemia. Esto no garantiza que las tareas de cuidados necesariamente se valoricen o se distribuyan de una manera más justa, pero la visibilidad del problema pone a la sociedad un paso adelante de la ceguera generalizada de la cotidianidad en la que vivíamos.

Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte I. Volver a nota principal.

* Socióloga, becaria doctoral (CEIL-CONICET).

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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