EXPECTATIVAS PARA LAS ELECCIONES DE 2017 EN CHILE

¿Una alternativa frente a las alternancias?

Por Pablo Salvat*
Concluida la dictadura de Augusto Pinochet, la política chilena se mantuvo en los límites de la Constitución dictada por aquel régimen, a los que se sumaron los impuestos por la globalización para concebir una sociedad alternativa. En la huella de las protestas estudiantiles, nuevos movimientos sociales empiezan a desafiar esos límites. 
Protesta estudiantil en Santiago, 11-4-13 (Ivan Alvarado/Ruters)

La política ya no es lo que fue. Con este enunciado titulaba uno de sus artículos en México, allá por 1996, el agudo intelectual chileno-alemán Norbert Lechner (1). El proceso de modernización bajo la égida globalizadora empezaba a generar sus propios efectos en el campo de la política, de su armadura, su ejercicio, su cultura y ciudadanía. No es posible entender lo que está sucediendo en Chile –en particular desde las manifestaciones de estudiantes secundarios del 2006 y el develamiento del maridaje entre poder económico y elites políticas–, sin conectarlo con el contexto histórico de los golpes de Estado de los sesenta y setenta sufridos en el continente, la mayoría de ellos bajo indicaciones de los servicios secretos norteamericanos en connivencia con las derechas locales, y dirigidos a frenar procesos de apertura democrática y popular (2).  Después de los años ochenta, a partir de la caída del muro de Berlín en 1989, el capitalismo ingresa en una nueva etapa y cobra fuerza, al tiempo que se diluyen y desacreditan los proyectos de alternativa sistémica; la misma política va cambiando en relación con su  oferta de alcance transformador de la sociedad (3). Al parecer, sus programas (tanto en el norte desarrollado, como en nuestros países) ya no pueden ser  alternativos. 

Un sistema sin alternativas

Un rasgo de nuestro presente es, justamente, la aparente imposibilidad para sus actores de jugar otro juego del que pueden jugar, incluidos aquellos que ocupan posiciones directivas en el mismo sistema. La globalización financiero-mercantil, así como mediático-tecnológica, se vuelve una especie de proyecto sin utopía ni sujeto visualizable. Ella incorpora Estados y países, redefine espacios, territorios, relaciones sociales y formas de poder, en una progresión de pretendida infinitud (4). Recordemos que en los ochenta la ex primera ministra Margaret Thatcher, frente a los reclamos contra sus políticas, afirmaba que esta globalización neoliberal no tenía alternativa posible. La falta de nuevos proyectos de cambios creíbles, el descrédito de los socialismos históricos, combinados con la permanente espada de Damocles de algunos poderosos organismos financieros y políticos internacionales sobre gobiernos y programas, fijaban  de facto los límites de cualquier política. El impacto de esta nueva situación afectará no solo la forma de hacer política, sino también la manera de pensarla. La única política posible y/o deseable pasó a ser aquella que respetaba los límites impuestos desde fuera de ella misma: aquellos que imponen los grandes capitales, los mercados, los empresarios poderosos, los organismos internacionales, los bancos, los mass media, las novedades tecnológicas, límites supuestamente neutros, asépticos y condición para el progreso. Se trataba de implantar democracias restringidas, limitadas o meramente electorales (5).

De un  modo o de otro, las transiciones post autoritarias se vieron sujetas a este nuevo código de imposibilidades: se trataba –Chile post años noventa a la cabeza–, de tener democracias “en la medida de lo posible”; libertades, igualdad, justicia y derechos humanos “en la medida de lo posible”. Esta divisa ha atravesado el conjunto de gobiernos de la posdictadura en Chile, desde Patricio Aylwin, hasta el segundo mandato de Michelle Bachelet, pasando por el gobierno de derecha de Sebastián Piñera. Lo primordial en todos ellos ha sido, a final de cuentas, el leitmotiv del crecimiento: todas las políticas tenían que estar al servicio de esta finalidad. Se suponía que cumpliéndose aquella, entonces las políticas prometidas serían factibles. Y obviamente ese crecimiento es entendido a la manera del modelo neoliberal globalizado imperante. Luego, el círculo se cierra: la política que pueda pensarse es una atenazada entre los requerimientos del mercado y el capital, y los que provengan de la imposición de las novedades tecnológicas. Por ende, las posibilidades de los programas políticos ofrecidos en Chile han ido desde la promoción del crecimiento y sus condiciones, tout court , propia de los gobiernos de derecha, a la idea de un crecimiento con equidad propio de los gobiernos progresistas y de alianzas llamadas de centroizquierda. Pero todos ellos han tenido como límites el modelo neoliberal en lo económico heredado de la dictadura  pinochetista, y también la permanencia de una Constitución que, en lo esencial, sigue tributando a la aprobada en  1980.

Democracia condicionada

Por tanto, la economía y el mercado –y los límites constitucionales– se han transformado, en la realidad, en los determinantes de las posibilidades de cualquier política democratizadora. Y esto ha traído diversas consecuencias para la realpolitik: primero, una tendencia a tecnificar la política (razón de expertos versus poder social ciudadano). Tienen que mandar los que saben manejar la razón funcional-sistémica;  segundo, el descrédito de los partidos políticos, por su encierro en lógicas de repartición del poder y la pérdida de sus identidades propias; tercero, la presencia de una corrupción que se vuelve estructural y afecta al entramado de instituciones de la república (desde las empresas hasta los políticos, pasando por las mismas Fuerzas Armadas); cuarto, una creciente desafección ciudadana respecto de una democracia meramente electoralista, evaluada como impotente para normar el accionar de los poderes fácticos que afectan la vida cotidiana de las personas; quinto, un creciente malestar de la sociedad ante la persistencia de las desigualdades y asimetrías en el acceso al poder, saber, tener y comunicar (a la educación, la salud, pensiones dignas, seguridad, vivienda, etc.); sexto, la presencia de una política convertida en reality show e imagen, donde lo que prevalece es el liderazgo mediático y el vaciamiento programático; séptimo, el pragmatismo de la ética funcional, que deja en la penumbra los idearios normativos: no se sabe quién es quién, ni qué defiende quién.

Protestas inesperadas   

Estas consecuencias del proceso de modernización globalizadora estarían en la base de lo que ya Lechner intuía hace varios años: la política ya no es lo que fue. Sin embargo, no hay aquí determinismo. A partir del año 2006, se iniciaron en el país  protestas inesperadas que comenzaron por los jóvenes estudiantes de secundaria, referidas al tipo de educación recibida, a su carácter pago, a su tendencia mercantilista, a su desigualdad, entre otras cosas. El llamado “malestar” con la elite política se ha ido extendiendo a los otros poderes públicos y privados. Una de sus expresiones significativas es el creciente abstencionismo electoral. En las últimas elecciones (fines de 2014) en que fue elegida la actual Presidenta, votó aproximadamente el 40% de los habilitados para hacerlo. En ellas, la candidata de la Nueva Mayoría (ex Concertación +  Partido Comunista) obtuvo una importante preferencia y logró además para su coalición la  mayoría en las dos Cámaras.  Sin embargo, los desafíos y demandas de la sociedad chilena y del programa de la Nueva Mayoría no eran tan evidentes de asumir y lograr: desde la reforma de la Constitución, hasta la reforma del sistema de pensiones, pasando por una importante reforma del sistema de educación (6). Al mismo tiempo, diferentes investigaciones y denuncias realizadas desde el 2014 en adelante pusieron en conocimiento público diversos escándalos que vinculaban al dinero con el poder político de manera ilegal: Penta, SQM, Caval, Corpesca, son los nombres de algunos casos de investigación de esa conexión ocultada. A los cuales habría que agregar los descubiertos en el Ejército y, en estos días, en Carabineros (7). Todo ello ha venido a sumarse al ya existente desprestigio de las instituciones públicas y su accionar. Hace un año (abril 2016), la encuesta Mori-Cerc daba cuenta de unas cifras inquietantes: un 84% de los chilenos no confía en los otros; sólo un 13% cree que el gobierno gobierna en función de todos los chilenos, porque hay mucha desigualdad de poder y mandan los “poderosos”; el 65% cree que la corrupción no se podrá eliminar y un 58% dice que hay más corrupción que hace cinco años; en promedio, los chilenos creen que 59 de 100 funcionarios son corruptos. La expectativa de las mayorías respecto del futuro es negativa.

La suma de escándalos políticos y económicos acumulados desde el 2015 y que continúa hasta hoy, muestra las consecuencias de la imposición de un tipo de política cooptada finalmente por el mercado, los grandes poderes económicos y financieros, nacionales e internacionales, y los medios de comunicación. Esos escándalos y robos no son el producto de una pura moral social maleada que pueda recomponerse con clases de ética. Las elecciones presidenciales y parlamentarias a fines de este año se realizarán en medio de este cuadro, de una creciente expresión de protesta y demandas provenientes de diversos movimientos sociales, desde las reivindicaciones del pueblo mapuche, hasta las realizadas por el movimiento NO+AFP (un movimiento civil contra las Administradoras de Fondos de Pensión, único modo de jubilarse en Chile donde no existe la jubilación pública), y un relativo despertar ciudadano respecto a sus derechos. Lo que está por suceder es, por ahora, incierto. Hay novedades importantes: la primera, la eliminación del binominalismo (el sistema electoral que rigió en Chile de 1989 a 2015, por el cual se eligen dos cargos por distrito o circunscripción), y la restauración del sistema proporcional, aunque no se permiten los subpactos (alianzas de partidos o independientes que figuran en la misma lista); segunda, la obligación de parte del Servicio Electoral para el refichaje (así llaman a la reafiliación)  de los partidos políticos, para que puedan presentar candidaturas presidenciales. Tarea ya casi cumplida por la mayoría de los partidos más conocidos, pero que les ha resultado muy difícil y lenta; tercero, la articulación de una fuerza nueva, el Frente Amplio, conformado por varios partidos y movimientos –nuevos la mayor parte de ellos–, y de tendencia antisistema; cuarto, que la Democracia Cristiana ha decidido llevar candidatura propia a la primera vuelta presidencial, poniendo en duda un pacto electoral y la existencia misma a futuro de la Nueva Mayoría (la NM tendrá entonces dos candidatos en primera vuelta). Al frente de ellos, los partidos tradicionales de la derecha nacional que convergen en Chile Vamos y que ya tienen su candidato, el ex presidente Sebastián Piñera (8). También en la derecha, con todo, se están generando nuevas expresiones políticas, de pretensión más centrista y liberal: Amplitud y Ciudadanos, entre otros. Como se ve, el panorama futuro está –como diríamos con Bauman–,  muy “líquido”, y no resulta fácilmente predecible. Menos aún frente a la crisis de representación y legitimidad que sufre la política chilena, los poderes públicos y el gran empresariado. La política nacional realmente existente está en su punto más bajo. Al parecer, como sostienen algunos entendidos, la crisis que llevamos es demasiado seria como para abordarse apelando al transformismo o al gatopardismo. ¿Qué puede suceder? ¿Se dará acá también espacio para un “Trump”, por ejemplo, o surgirá una fuerza social y política de transformación  sistémica? ¿Será que la política está de vuelta y pueden ahora generarse alternativas, una vez que las alternancias parecen haber agotado sus repertorios? (9)

1. Norbert Lechner, “La política ya no es lo que fue”, Nueva Sociedad, Nº 144, julio-agosto  de 1996.

2. Marcos Roitman, Los Golpes de Estado en América Latina, Ediciones Radio Universidad de Chile, Santiago, 2016.

3. John Gray, Falso Amanecer, Paidós, Barcelona, 2000.

4. Franz Hinkelammert, El Nihilismo al desnudo, Lom, Santiago, 2003. Véase también, de Atilio A. Borón, América Latina en la geopolítica imperial, Ediciones Ciencias Sociales, La Habana, 2014.

5. Véase, PNUD Regional, La Democracia en América Latina, Buenos Aires/Lima, 2004.

6. Véase Augusto Varas, El gobierno de Piñera (2010-2014), Catalonia,  Santiago, 2014, especialmente pp. 364-391.

7. Daniel Matamala, Poderoso Caballero. El peso del dinero en la política chilena, Catalonia-Escuela Periodismo UDP, Santiago, 2015.

8. Hay que consignar que Piñera es el actual candidato proclamado por sectores de la derecha, pero no el único. Se realizarán primarias y están previstas para el 2 de julio. Además de Piñera, que tiene considerable ventaja ante sus competidores, estarán Manuel José Ossandón (Renovación Nacional) y Felipe Kast (representando a Evópoli).

9. Véase Los Tiempos de la politización, PNUD, Santiago de Chile, 2015.

Este artículo forma parte de la edición especial de Le Monde diplomatique/UNSAM

América Latina. Territorio en disputa

 

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* Doctor en Filosofía Política de Lovaina. Profesor del Departamento de Ciencia Política y RRII. Director del Magíster Ética Social y Desarrollo Humano y del Observatorio Decide, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.

UNSAM / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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