EDICIÓN 161 - NOVIEMBRE 2012
EDITORIAL

Un país en el samba del Italpark

Por José Natanson

Las elecciones son mucho más que un mecanismo para elegir a nuestros representantes. Bajo sistemas democráticos, funcionan como mini-revoluciones institucionalmente programadas que, cada tantos años, abren una ventana de incertidumbre que habilita, a la vez que regula, el cambio político. Pueden ser, también, una vía para destrabar conflictos institucionales, una instancia para medir correlaciones de fuerza y una forma de canalizar las angustias colectivas. En sociedades siempre al borde del ataque de nervios como la nuestra, las elecciones traducen al frío pero transparente lenguaje de los números cuestiones que en realidad son mucho más complejas e inasibles. Las elecciones, en fin, serenan, y si el resultado es nítido, desempatan.

Los años no electorales, como el que está concluyendo, suelen ser años socialmente críticos, como fue el del conflicto del campo del 2008 o, más allá en el tiempo, el de la crisis del 2002. Sin la solución electoral a la vista, los actores del juego político –partidos, medios, sindicatos, empresas– comienzan a moverse en un terreno mucho más pantanoso y opinable, en el que por ejemplo hoy unos tienen tanto derecho a afirmar que la legitimidad de un gobierno que hace menos de un año obtuvo el 54 por ciento de los votos se ha desplomado como otros a argumentar que esa legitimidad permanece intacta.

Pero hay más. El riesgo propio de un año no electoral se sobreimprime sobre el derivado de una oposición vociferante pero sin un horizonte claro. Hasta ahora, el anti-kirchnerismo no ha logrado coagular en algo parecido a un movimiento dotado de un programa y un liderazgo y capaz de derrotar electoralmente al gobierno. La explicación a este persistente fenómeno tal vez no sea tan misteriosa: aunque muchos analistas tienden a buscarla en la incapacidad de las fuerzas opositoras para unificarse en una sola lista, la respuesta parece residir más bien en la dificultad para ofrecer una propuesta económica superadora a la oficial, que si bien arrastra todo tipo de problemas (comenzando por la inflación) aparece como la única capaz de satisfacer demandas de diferentes sectores sociales, desde los más pobres que cobran la Asignación Universal a las clases medias que a pesar de las restricciones siguen veraneando en el exterior, de los jubilados que todos los años obtienen dos aumentos por ley a sectores empresariales con altísima rentabilidad. Y en este sentido –resulta llamativo que quienes dedican su vida política a recorrer la noche del cable despotricando contra el populismo no lo adviertan– el kirchnerismo es, como toda experiencia populista, un movimiento policlasista.

Quizás Mauricio Macri podría encabezar una oposición diferente, que no se limite a la crítica institucional, los cuestionamientos a los excesos del estilo o los señalamientos puntuales, y que diga abiertamente que está dispuesto a hacer las cosas de manera muy diferente al gobierno en materia económica. Hasta ahora, sin embargo, Macri apenas se animó con algunas declaraciones sueltas, como aquella que cuestionaba la estatización de las AFJP, pero no fue más allá, como si el riesgo de plantear un desafío mayor fuera excesivo para su proverbial cautela. Descartados por vagamente socialdemócratas los liderazgos de Hermes Binner o Ricardo Alfonsín, fracasados los intentos de generar una crítica dura encabezados por Elisa Carrió y Eduardo Duhalde, el universo opositor termina traduciéndose en una de esas metáforas meteorológicas (“clima”, “atmósfera”, “tormenta”) a las que suelen recurrir los analistas más enojados cuando no encuentran las palabras. El problema de las metáforas es que no ganan elecciones.

Gendarmes y cacerolas

La combinación de un año no electoral con una oposición sentimental podría –en apariencia– generar un escenario favorable al gobierno, que sí cuenta con un programa y un liderazgo y de este modo podría gobernar sin la presión del test electoral ni el acoso de un partido que lo resista. Pero el punto de vista es demasiado indulgente: en la coyuntura actual, el desafío al orden vigente no proviene tanto de la oposición partidaria como de los poderes fácticos (económicos, corporativos, mediáticos), de la sociedad (en particular de las protestas relacionadas con temas relativamente desatendidos por el gobierno, como el ambiental) o de la propia estructura del Estado. Sin mencionar, claro, la larga y por momentos incomprensible cadena de daños auto-infligidos, del cual la retención de la Fragata Libertad en un puerto de Ghana es una muestra especialmente tropical y vistosa.

Si se mira bien, la agenda de las últimas semanas –y, todo así lo indica, de las que vendrán–estuvo dominada por este tipo de cuestiones: el conflicto desatado a partir de la protesta de los suboficiales de la Gendarmería y la Prefectura (1); los reclamos por los escasos avances en cuestiones que afectan la vida cotidiana de millones de personas, como el transporte, con los procesamientos judiciales por el accidente de Once como recordatorio; la sospechosa desaparición por un día de uno de los testigos del caso Mariano Ferreyra; la detención por narcotráfico del jefe de policía de Santa Fe. Y, por supuesto, la maraña judicial creada en torno a la aplicación de dos artículos decisivos de la Ley de Medios objetados por el Grupo Clarín.

El riesgo es que, sin elecciones a la vista ni partidos anti-oficialistas articulados ni liderazgos potentes, la energía opositora se termine canalizando en tres ámbitos que quizás puedan contribuir a entorpecer los planes del gobierno, pero que difícilmente ayuden a construir una alternativa seria: la justicia, enredada por todo tipo de conflictos que una buena Corte Suprema apenas logra desenredar; los medios de comunicación, donde la exasperante “batalla simbólica” se juega todos los días, y el espacio público ciudadano en sentido amplio, que va desde las redes sociales a la calle. Se trata, en este último caso, de un ámbito mucho más lógico para canalizar el descontento, en el que el anti-kirchnerismo medirá su capacidad de convocatoria con el cacerolazo previsto para el 8 de noviembre: si bien los pronósticos siempre son dudosos, todo indica que conseguirá una masividad importante, tal vez incluso superior a la del 13 de septiembre, aunque es cierto también que la propia dinámica política y noticiosa le ha quitado la novedad, ese carácter inesperado que tuvo el anterior, lo que al final tal vez termine desinflándolo.

Italpark

Para no limitar el análisis a las impresiones de la coyuntura, cerremos con un breve comentario acerca del fondo sobre el cual se recorta todo esto, que no es otro que la dificultosa consolidación de un orden pos-neoliberal. Como escribió el sociólogo brasileño Marco Aurelio Nogueira (2), Argentina, al igual que otros países de la región, atraviesa una etapa de modernidad tardía condicionada por su ubicación en la periferia del sistema capitalista, en la que por ejemplo se combinan la pobreza colonial (en los pueblos originarios del noroeste y nordeste) con la pobreza neoliberal (en los grandes centros urbanos), el agrobusiness más avanzado con el problema irresuelto de la propiedad de la tierra, las industrias culturales de punta con la deserción escolar y la imposibilidad de garantizar 180 días de clase.

La explicación es estructural e histórica. A diferencia de Europa, donde la normalización democrática de la posguerra coincidió con un período de crecimiento económico y mejora de las condiciones de vida, en Argentina el retorno de la democracia se produjo en simultáneo con dos crisis gravísimas (la de la deuda de los 80 y la del neoliberalismo del 2001) y un deterioro social sostenido. Por eso en el centro de todo está el desafío de la reconstrucción del Estado por parte de un gobierno reformista dispuesto a afectar intereses, lo que desde luego genera enemigos y resistencias, para colmo justo en el momento en que las fronteras y los poderes de ese Estado, acá y en cualquier otro lugar del planeta, se difuminan y confunden, por las demandas contradictorias desde abajo, provenientes de una sociedad heterogénea, fragmentada y descentrada, y las limitaciones impuestas desde arriba por los poderes transnacionales, que no se limitan al FMI o el Banco Mundial sino que son mucho más amplios y variados, desde los movimientos especulativos financieros a los fondos buitre que litigan globalmente, desde las empresas multinacionales a los movimientos de opinión pública planetarios.

En este mundo radicalmente nuevo, los viejos conceptos ayudan poco: la rebelión de los gendarmes y prefectos, por ejemplo, no fue un “golpe” en el sentido clásico, pero tampoco, en la medida en que se trataba de cuerpos armados, una simple “huelga” de empleados públicos. El cacerolazo de septiembre no fue una rebelión popular de masas que busca tomar el poder, pero tampoco una simple manifestación cívica, como demuestra el hecho de que el Canal TN, evidentemente identificado con la protesta, se limitara a transmitir las imágenes sin abrir el micrófono a los testimonios, no sea cosa que algún desubicado arruinara el espíritu democrático y pacífico que se intentaba difundir.

Son dos ejemplos entre tantos otros posibles, para en todo caso subrayar la dificultad  de capturar, en el análisis, la atmósfera de los días, eso que los alemanes, que gozan de un idioma incomprensible pero plástico, llaman Zeitgeist, literalmente “espíritu del tiempo”, el clima político-cultural de una cierta época.

Estirando entonces los límites del lenguaje, una metáfora final ochentosa: el samba, inolvidable atracción del Italpark, era un disco gigante al que se subían unas 50 personas, que se sentaban en el banco ubicado en el perímetro a tratar de no caerse mientras durara la canción del momento (“El ritual de la banana” de Los Pericos, por mencionar alguna). De vez en cuando, algún valiente se animaba a abandonar su lugar y trataba de llegar al centro, más o menos como sucede en la Argentina de hoy, con un gobierno que se niega a sentarse y hace equilibrio mientras aguanta como puede el movimiento sincopado e intenso del juego. g

1. Para un análisis de las fuerzas de seguridad, ver el dossier incluido en esta edición y el editorial (“La policía como problema”) publicado en el número 159 de el Dipló.
2. Marco Aurelio Nogueira, “Más allá de lo institucional: crisis, partidos y sociedad en el Brasil de hoy”, Revista Nueva Sociedad, Nº 202.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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