EDICIÓN 237 - MARZO 2019
EDITORIAL

La igualdad de oportunidades, tres años después

Por José Natanson

Había que cavar un poco, removiendo esa arena fina hecha de consignas simples y slogans de autoayuda, pero la idea estaba ahí, sobresaliendo como un cangrejo en una playa  desierta: la igualdad de oportunidades era el único concepto más o menos abstracto que el macrismo osaba incluir en sus discursos y la justificación última de un programa socioeconómico que, como señalamos desde el comienzo (1), estaba claramente predestinado a ensanchar la brecha social. Pero no era una pavada: con raíces profundas en la tradición liberal y desarrollos posteriores de filósofos orientados a compatibilizar los imperativos dilemáticos de libertad e igualdad, como John Rawls y Amartya Sen, la perspectiva de igualdad de oportunidades propone generar las condiciones para que todos los ciudadanos puedan desarrollar plenamente sus capacidades en un marco de sana competencia, que de acuerdo a este enfoque es lo que hace progresar a las sociedades. No pretende garantizar una sociedad más igualitaria, perspectiva asociada a la idea de igualdad de resultados, sino construir una única línea de largada, eliminando las disparidades de nacimiento y procurando remover los obstáculos que enturbian la carrera.

En sus remotos inicios, cuando la sociedad aún le sonreía y todo parecía más fácil, el macrismo apostaba a construir esta teórica línea de largada que emparejaría a todos los argentinos mediante la mejora de las condiciones mínimas, es decir mediante la construcción de un piso. Nunca, seamos francos, prometió fomentar la justicia social, acortar las distancias entre ricos y pobres o crear una sociedad más solidaria, sino, más sencillamente, ofrecer a todos las mismas oportunidades, lo que se lograría mediante dos procedimientos básicos: la reducción de la pobreza, que reemplazaba a la igualdad como objetivo último de la acción del Estado, y la mejora de la calidad de la educación pública.

Tres años después, los resultados son claros. Según el Indec, la pobreza llegó al 27,3 por ciento en diciembre del año pasado, una suba de 2,9 por ciento respecto del semestre anterior, lo que la sitúa más o menos en los mismos niveles que en el último tramo del kirchnerismo. Tomando los datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, que permite analizar la serie completa, la pobreza se ubica hoy en 33,6, el porcentaje más alto desde la crisis del 2001 (2). La pobreza multidimensional, que además de los ingresos considera otras cinco dimensiones de carencia, llega a 38 por ciento según Unicef (3).

En cuanto a la educación, aunque resulta más difícil de medir, diversos datos permiten hacerse una idea del declive: las partidas destinadas a educación en el presupuesto nacional, que permiten estimar el esfuerzo que el Estado Nacional dedica al tema, pasaron de 7,1 por ciento en 2016 a 5,5 por ciento en 2019; los fondos para infraestructura y equipamiento escolar pasaron de 9.200 millones de pesos asignados en 2018 (se ejecutó solo un tercio) a 2.600 en 2019; el Fondo Nacional para la Educación Técnico-Profesional, una iniciativa del kirchnerismo para fortalecer esta rama crucial de la educación pública, pasó de 4.900 millones en 2018 a 3.400 millones en 2019 (4).

Pero ningún dato ilustra mejor esta silenciosa estrategia de desmantelamiento como el de las becas. En teoría, las becas son el instrumento ideal para lograr la igualdad de oportunidades en sociedades inequitativas, en la medida en que permiten premiar a los estudiantes que se destacan por su esfuerzo y tenacidad abriéndoles caminos que de otro modo permanecerían bloqueados. De hecho, el excelente y ultraelitista régimen educativo estadounidense incluye un sofisticado programa de becas, que alimenta a las escuelas y universidades más prestigiosas con alumnos destacados provenientes de los estratos socioeconómicos desfavorecidos, lo que en teoría contribuye a consolidar los valores del sacrificio, el empeño y la competencia, y que por supuesto redunda en un beneficio general para todo el sistema, que a un costo relativamente bajo se beneficia absorbiendo a “los mejores”. En Argentina, universidades privadas de excelencia como San Andrés y Di Tella han desarrollado esquemas parecidos.

La estrategia opuesta es la de Francia: la política de “educación prioritaria” inaugurada por el gobierno socialista de François Mitterrand en 1982 apunta a mejorar la calidad de las escuelas (unas 12 mil en total) ubicadas en los lugares más pobres del país, otorgándoles más recursos para infraestructura, premiando con un plus salarial a los docentes que se desempeñan en ellas y procurando un seguimiento más personalizado de los estudiantes (el gobierno de Emmanuel Macron acaba de reducir a doce el máximo de alumnos en las escuelas primarias prioritarias). En lugar de apostar a que el sistema seleccione meritocráticamente a los jóvenes más brillantes y apueste individualmente a ellos, el Estado pone todo su esfuerzo (y sus recursos) para tratar de equilibrar las cosas.

El macrismo, que nunca prometió lo segundo, tampoco avanzó en lo primero. Es más: redujo los mecanismos meritocráticos creados por el kirchnerismo. Además de ajustar el presupuesto educativo total, bajó el destinado a las Becas Progresar, que el año pasado fue en términos reales 32 por ciento inferior al de 2015 (5) y que mantuvo el monto de la asignación mensual insólitamente congelado a pesar de la inflación (1.250 pesos).

Otro ejemplo es el del Procrear, el programa de créditos subsidiados para vivienda creado en 2012 que el macrismo mantuvo y adaptó durante su gestión. La versión Procrear Ahorro Joven, lanzada con una gran campaña publicitaria en 2017, buscaba facilitar el acceso de los jóvenes a la primera vivienda fomentando la cultura del ahorro y el esfuerzo: para ello, los beneficiados debían depositar a lo largo de un año el equivalente a un 5 por ciento del valor de la vivieda con un mínimo de 200 UVAs, tras lo cual el Estado los premiaría subsidiando el doble del ahorro acumulado. El problema es que la devaluación dislocó la relación entre el depósito (en pesos) y el precio de las propiedades (en dólares), por lo que el ahorro para comprar por ejemplo un departamento de 60 mil dólares hoy apenas alcanza para uno de 30 mil. El apoyo ofrecido por el Estado ante las quejas de los perjudicados resultó insuficiente. El resultado es que de los 40 mil anotados inicialmente hoy solo quedan 10 mil (6).

En este marco, parece evidente que el discurso de igualdad de oportunidades era apenas un recurso para justificar la reforma socioeconómica regresiva. De hecho, el gobierno parece bastante cómodo gobernando sobre la “democracia de segmentos”, surfeando inestablemente sobre una sociedad astillada y recurriendo a mil estrategias de microtargeting para hablarle a una minoría, y a la otra, y a la otra… En este sentido, el macrismo es anti-populista de una manera muy profunda: no se propone construir una polarización que divida a la sociedad en dos campos enfrentados, identificar un único adversario y forjar un pueblo versus un anti-pueblo, sino sobrevivir gestionando los pedazos del campo social. Si el populismo quiere mitades, el macrismo construye tercios. Por eso no es el gobierno de la grieta; es el gobierno de todas las grietas. Y tiene su táctica: consciente de que su programa económico, su origen de clase y aún sus convicciones le impiden construir una mayoría permanente, apuesta, como señaló Martín Rodríguez (7), a ganar las elecciones y luego replegarse nuevamente a su minoría, volver a su núcleo primigenio de apoyos asegurados. Para Durán Barba el ballottage es un instante fugaz. 

La jugada tiene sus riesgos. Por un lado, la experiencia demuestra que, si se dispone de un liderazgo unificado, una fuerza política más o menos disciplinada y el control férreo del Estado, es posible gobernar Argentina desde una minoría, como en su momento hicieron Menem (1997-1999), Néstor Kirchner (2003-2005) y Cristina (2009-2011 y 2015-2017). Pero la historia reciente también demuestra que la argentina es una sociedad complicada y demandante, proclive a los estallidos de rebeldía, que siempre quiere más. ¿Podrá el macrismo garantizar la gobernabilidad sin ofrecer alguna perspectiva de mejora social, así sea la de igualdad de oportunidades, sin prometer que al menos “los mejores” progresen mientras el resto se estanca o cae? ¿Podrá enfrentar el año electoral sin exhibir una sola ganancia material, una mínima conquista socioeconómica concreta? 

1. Véase, por ejemplo, editorial en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, N° 217, julio de 2017.

2 Informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA

http://uca.edu.ar/es/observatorio-de-la-deuda-social-argentina/barometro-de-la-deuda-social-argentina

3. https://www.cronista.com/economiapolitica/Para-Unicef-la-pobreza-multidimensional-trepa-al-38-de-la-poblacion-20181204-0093.html

4. Observatorio de la Educación, UNIPE.

5. https://chequeado.com/el-explicador/que-cambio-en-las-becas-progresar-entre-la-gestion-de-cfk-y-de-macri/

6. https://www.diarioelinforme.com.ar/2019/02/20/-la-devaluacion-tambien-termino-con-los-sue%C3%B1os-del-plan-procrear-ahorro-joven

7. “El año de la marmota electoral”, LPO, 12-2-2019.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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