La guerra de Washington
Por Paul-Marie De La Gorce*
Semanas después del inicio de los bombardeos sobre Afganistán, Estados Unidos no había capturado a Ben Laden ni a sus cómplices. La Alianza del Norte no había desatado una ofensiva significativa. El régimen de Kabul no había caído. ¿Una simple postergación? Como todas las informaciones están censuradas, resulta difícil evaluarlo. Pero se sabe que los bombardeos provocan cada vez más víctimas civiles, generando una radicalización de las poblaciones musulmanas. Con la excusa de buscar a los responsables del asesinato del ministro de Turismo abatido el 17 de octubre, el ejército enviado por Sharon mató alrededor de 50 palestinos en nueve días en Cisjordania. Para que cesara este baño de sangre, hicieron falta las presiones de la Casa Blanca, temerosa de que la nueva aventura comprometa la participación árabe-musulmana en su coalición. Dificultades que intensifican el debate sobre la estrategia elegida por el presidente George W. Bush a partir del 11 de septiembre.
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Su designación -se decía- ilustraba la coartada racial y social con que deseaba contar la nueva administración. Desprovisto de experiencia internacional propia, el presidente Bush buscaba un hombre que sí la tuviera, lo suficientemente independiente del Departamento de Estado como para ejercer autoridad sobre él. Durante la Guerra del Golfo...
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