SALUD EN BAJA EN EL REINO UNIDO

Austeridad, la verdadera parca

Por Michael Marmot*
Un estudio de diez años realizado por el epidemiólogo británico Michael Marmot demuestra que las políticas de contracción fiscal aplicadas desde la crisis de 2008 han ampliado la brecha en la esperanza de vida entre ricos y pobres.
Daniel García, Uno de mis fantasmas, 2007 (Gentileza del artista)

En materia de progreso social, el Reino Unido perdió diez años. La salud de los británicos, medida con la vara de la esperanza de vida, se degrada mientras que desde hace más de un siglo se habían acostumbrado a su mejoría año tras año. En forma paralela, las desigualdades en materia de salud se profundizan. Y lo que era cierto para Inglaterra lo es todavía más para Escocia, Gales e Irlanda del Norte.

Toda la sociedad se para cuando la salud de una población deja de progresar. Así, los datos acumulados a nivel mundial confirman que el estado de salud es un buen indicador de progreso económico y social. Una sociedad desarrollada tiende a lucir una salud floreciente. A la inversa, profundas disparidades económicas y sociales se traducen por desigualdades en la salud.

Determinantes sociales

La manera en que el sistema sanitario de un país es financiado y administrado evidentemente es crucial, pero la salud de sus habitantes no depende solamente de eso. En gran medida descansa en las condiciones de vida y de trabajo, la cobertura de la vejez, así como las desigualdades en el reparto del poder y de los recursos. Todos esos factores constituyen los determinantes sociales de la salud.

La esperanza de vida en Reino Unido, que no dejó de aumentar desde fines del siglo XIX, en 2011 inició un descenso espectacular. Entre 1981 y 2010 se prolongaba alrededor de un año cada cinco años y medio entre las mujeres, y cada cuatro años entre los hombres. Entre 2011 y 2018 esa progresión se frenó considerablemente: las mujeres solo ganan un año cada veintiocho, y los hombres uno cada quince.

Para este indicador, una clasificación de las regiones en función del índice de privación múltiple ­–que agrega datos sobre el ingreso, el empleo, la educación, la formación, la salud, las condiciones de vida… y que se acerca al índice de pobreza multidimensional utilizado, por ejemplo, por Naciones Unidas– revela la existencia de un gradiente social –una variación según los niveles sociales– tan fuerte como constante. En otras palabras, cuanto más desfavorecida es una región, tanto más baja es allí la esperanza de vida. Sobre el período 2016-2018, los hombres que residen en la parte del territorio británico que figura en el 10% más favorecido (el primer decil) vivían nueve años y medio más que aquellos que residen en la comprendida en el 10% menos favorecido (el último decil). Entre las mujeres, la diferencia era de 7,7 años. El gradiente social de la esperanza de vida en buena salud es todavía más marcado. El tiempo vivido en mala salud incluso se alargó entre 2009-2011 y 2015-2017, pasando de 15,8 a 16,2 años entre los hombres y de 18,7 a 19,4 años entre las mujeres. Por último, pese a la ausencia de estadísticas regulares a este respecto, las cifras disponibles sobre la incidencia del origen étnico indican que la mitad de las minorías –principalmente los negros, los asiáticos y los mestizos– tienen una esperanza de vida sin incapacidad física claramente más baja que la de los británicos blancos.

Austeridad y deterioro

Este deterioro general no tiene nada de fatalidad. En 2008, conmoviéndose por la amplitud de las desigualdades de salud en el país, el gobierno laborista de Gordon Brown nos encargó que formulemos proposiciones orientadas a reducirlas. Con mi equipo del futuro Instituto para la Equidad en materia de Salud, creado en 2011, formamos nueve grupos de trabajo que congregaban a más de ochenta especialistas que se dedicaron al examen de los datos disponibles. Luego se reunió una comisión de expertos para debatir sobre esos resultados.

El desenlace de esas investigaciones fue la publicación, en 2010, de Fair Society, Healthy Lives, más conocido con el nombre de “Informe Marmot” (1). Aunque encargado por los laboristas, este informe recibió una buena acogida de la muy nueva coalición gubernamental, dirigida por los conservadores. Un sondeo llevado a cabo por la Royal Society for Public Health ante sus miembros y un panel de científicos también lo clasificó entre los tres más grandes éxitos del siglo XXI en materia de salud pública en Reino Unido, con la prohibición del tabaco en los lugares públicos y laborales y el establecimiento de la “tasa soda”. No obstante, su demostración central, según la cual políticas públicas ambiciosas con destino a todas las edades de la vida podían actuar sobre los determinantes sociales de la salud y atenuar las desigualdades, quedó ampliamente ignorada.

En efecto, la austeridad presupuestaria se convirtió en la principal consigna del gobierno que llegó al poder en 2010 así como también del gabinete conservador electo en 2015. Los gastos públicos pasaron de 42% del Producto Interno Bruto en 2009-2010 a 35% en 2018-2019, todo con el pretexto de reactivar el crecimiento económico.

Los dirigentes británicos evidentemente habrían puesto el grito en el cielo si alguien hubiera sugerido que su verdadera intención era seguir empobreciendo a los desguarnecidos, al tiempo que permitían que el 1% de los más acomodados se siguiera enriqueciendo más y mejor después del breve intermedio de la crisis financiera mundial. Sin embargo, es exactamente el efecto que produjeron sus políticas. Y ¿cómo asombrarse de eso? Las asignaciones familiares fueron amputadas en un 40%, los gastos públicos locales en un 31% en el decil del territorio menos favorecido (pero solamente en un 16% en el más favorecido), y los financiamientos dedicados a las últimas clases de la secundaria y a la enseñanza superior en un 12% por alumno (2).

Tal vez, los arquitectos de estas medidas pensaban que todas esas ayudas eran dinero tirado por la ventana, pero los hechos lo desmienten. En el nuevo estudio que hoy publicamos, diez años después del Informe Marmot (3), redactamos un estado de situación para cinco de las seis grandes recomendaciones formuladas por nuestro equipo en 2010: permitir que cada niño tenga el mejor comienzo posible en la vida; garantizar el acceso a la educación y a la formación continua; mejorar las condiciones de empleo y de trabajo; proporcionar a cualquiera los recursos necesarios para vivir en buena salud; desarrollar lugares de vida y barrios sustentables. Nuestra conclusión es que la austeridad tuvo consecuencias catastróficas en casi todos los determinantes sociales de la salud, agravando las desigualdades en ese campo.

Así, la pobreza infantil se incrementó, pasando -después de la integración del costo de la vivienda- de un 28% en el período 2009-2012 a un 31% en el 2015-2018. Cerca de un millar de guarderías y de estructuras de acogida de la primera infancia implicadas en el programa Sure Start, un programa gubernamental de apoyo a la primera infancia y a la parentalidad establecidos a escala local tuvieron que cerrar sus puertas a causa de los recortes en los gastos públicos locales. Una pérdida que el loable esfuerzo consentido en favor de los niños preescolarizados más grandes no basta para compensar. Sin embargo, no es un misterio que la primera infancia es una etapa crucial de la vida, donde se adquieren competencias determinantes para el futuro, competencias cognitivas, lingüísticas, sociales, emocionales y comportamentales. Un desarrollo satisfactorio del niño pequeño permite augurar buenos desempeños escolares, los que a su vez garantizan mejores oportunidades profesionales y condiciones de vida más saludables en la edad adulta.

En otro plano, la crisis de vivienda se traduce en una explosión del número de personas sin hogar, pero también en un aumento de la proporción de británicos que consagran a esa función más de un tercio de sus ingresos. Aunque esta alza atañe a todas las clases, se observa también allí, sin gran sorpresa, un fuerte gradiente social. En 2016-2017, el 38% de las familias situadas en el 10% más bajo de la escala de ingresos se encontraban en esa situación, contra el 28% diez años más tarde.

De una manera general, una parte cada vez más importante de la población no tiene ya los medios de mantenerse en buena salud y debe recurrir a los bancos de alimentos para poder comer. Los marginados se multiplican, con condiciones de vida miserables que casi no les ofrecen razones de esperar una mejoría.

Entre esos efectos perniciosos de la falta de compromiso del Estado, es difícil decir cuáles tienen más impacto en las desigualdades de salud, porque todos están correlacionados. El caso es que las palabras que escribíamos hace diez años en el Informe Marmot siguen siendo de actualidad: “Las desigualdades de salud podrían ser evitadas y fuertemente reducidas, en la medida en que se desprenden de desigualdades sociales que a su vez son evitables”.

1. Michael Marmot, Fair Society, Healthy Lives. The Marmot Review. Strategic Review of Health Inequalities in England Post-2010, Institute of Health Equity, Londres, 2010.

2. Jack Britton, Christine Farquharson, Luke Sibieta, Annual Report on Education Spending in England, The Institute for Fiscal Studies, Londres, 2019.

3. Health Equity in England: The Marmot Review 10 Years On, Institute of Health Equity, Londres, 2020, www.instituteofhealthequity.org

Traducción: Victor Goldstein

* Director del Instituto para la Equidad en materia de Salud del University College de Londres (UCL). Una versión de este texto apareció en British Medical Journal en febrero de 2020.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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