BALANCE DEL MACRISMO

Hablemos de la derecha democrática

Por José Natanson
Días atrás se cumplió un año de la salida de Mauricio Macri del poder. En esta nota, José Natanson ensaya un balance de la experiencia de Cambiemos, su fracaso socioeconómico y su gestión política, y revisa sus tesis sobre la nueva derecha. Entender el macrismo –sostiene– sigue siendo necesario para evitar que vuelva al poder.

A un año de su salida del poder, volvamos a la vieja pregunta: ¿qué fue el macrismo? ¿Cómo caracterizar su paso por el gobierno? ¿Y qué expresa hoy?

Fue, en primer lugar, un fracaso. No necesariamente tendría que haber sido así, porque no es cierto que todos los neoliberalismos fracasen siempre –no, al menos, en sus propios términos–. Margaret Thatcher y Donald Reagan, por citar los casos canónicos, lograron sacar a sus respectivos países del estancamiento económico, aunque al costo de un aumento de la desigualdad, e inaugurar una nueva etapa de crecimiento, sin lo cual no se explicarían los altísimos niveles de aprobación de los que gozaron durante casi una década de revolución conservadora. Tanto es así que, considerados no como gobiernos sino como ciclos políticos, su vida útil se extendió más allá del mandato de sus líderes: el thacherismo hasta Tony Blair, el reaganismo hasta Bill Clinton, por lo menos. En América Latina, Carlos Menem, Alberto Fujimori y Fernando Henrique Cardoso fueron presidentes muy populares, apoyados por amplias mayorías sociales, y Chile y Perú llevan décadas de crecimiento y reducción sostenida de la pobreza bajo diseños desreguladores y aperturistas que ningún gobierno, ni siquiera de izquierda, se atreve a alterar, por más que hoy ambos atraviesen crisis profundísimas.

Como Reagan y Thatcher, Macri no se propuso corregir la desigualdad, expandir derechos o concretar la justicia social; apenas recuperar el crecimiento y bajar la pobreza. No lo logró. Siguiendo los análisis de economistas como Claudio Scaletta, que alertaban acerca de la insustentabilidad estructural del modelo económico, desde un comienzo señalamos que el gobierno estaba condenado (1): como no atacaba el problema de la restricción externa, en algún momento escasearían los dólares y la bomba explotaría, por el lado de las finanzas o por el lado de la sociedad. Para sorpresa general, Macri pudo gobernar la sociedad (entregó el poder en un contexto de calma en las calles, sin saqueos ni estallidos) pero no pudo gobernar el mercado. Sin embargo, aunque dijimos que el plan económico tarde o temprano comenzaría a crujir, no sabíamos cuándo llegaría el final: también la Convertibilidad estaba destinada a hundirse en la inconsistencia del tipo de cambio y sin embargo duró una década, que le alcanzó a Menem para transformar radicalmente la Argentina. Por supuesto, después del triunfo de Cambiemos en las elecciones de 2017 no imaginamos que el final estaba tan cerca.

El programa económico quizás hubiera funcionado –por un tiempo– con un shock de ajuste inicial al estilo menemista. Sin embargo, el hecho de que el kirchnerismo le entregara el poder en una situación de normalidad y no de crisis privó al macrismo del factor disciplinador necesario para que la sociedad acepte o se resigne a un programa menos gradualista (desde el punto de vista político importa poco si la economía en realidad atravesaba una crisis oculta, como sostenían los funcionarios de Cambiemos, o solo tensiones resolubles, porque los argentinos no lo percibían de ese modo y por lo tanto no estaban dispuestos a extender ese cheque).

Cuando Mirtha Legrand calificó a Macri de “fracasado” estaba, con la malevolencia intuitiva que es su marca de fábrica, dando en un clavo: el adjetivo resulta especialmente lacerante para alguien que, desde su nacimiento en el seno de una familia de fortuna, hasta su paso por el mundo empresarial y deportivo, lleva el éxito como mandato, divino o paterno.

Pero además de un fracaso, ¿qué fue el gobierno de Macri? Fue un gobierno de derecha, sin dudas, tal como planteamos desde un comienzo (2). En efecto, desde su llegada al poder señalamos que sus principales decisiones apuntaban en el sentido de una Argentina más regresiva y excluyente: la reforma impositiva aumentó el peso de los impuestos directos, la reforma previsional acentuó la desigualdad entre jubilados, el gasto público en salud y educación como porcentaje del PBI se redujo y el presupuesto para ciencia y tecnología fue recortado (3).

Pero había también un elemento nuevo. En línea con lo que Alejandro Grimson definió como un “neoliberalismo posibilista” (4), el macrismo sostuvo la red de protección social creada durante el kirchnerismo, aunque reducida a su mínima expresión. Hijo al fin y al cabo del 2001, Macri mantuvo la asistencia social necesaria para evitar que un final al estilo delarruista (y, con la ayuda de los movimientos sociales, que sabían que una explosión perjudicaría sobre todo a los sectores más desfavorecidos, lo logró). En octubre de 2016, Daniel Arroyo explicaba que la estrategia social del macrismo se caracterizaba por expandir la cobertura (más personas) pero recortando los beneficios (montos más bajos) (5).

Macri no hizo todo lo que quiso, aunque seguimos insistiendo en que un gobierno –cualquier gobierno– debe ser juzgarlo por los resultados concretos de sus políticas más que por las intenciones inconfesables de sus funcionarios. Enumeremos, para variar, las cosas que Macri no hizo: no privatizó YPF ni Aerolíneas (aunque ambas perdieron participación en sus respectivos mercados); no reinstaló las AFJP (aunque la sustentabilidad de la ANSES quedó comprometida); no indultó a los represores (aunque operó a favor del 2 x 1 en la Corte Suprema); no habilitó a los militares a intervenir en seguridad interna como proponía Daniel Scioli (aunque, como analizo más abajo, liberó los gatillos de las fuerzas de seguridad); no modificó la legislación laboral marco (aunque el desempleo flexibilizó de hecho la relación capital-trabajo); y, aunque maltrató de todas las formas posibles a los empleados estatales, no redujo de manera significativa la dotación del Estado nacional (Ana Castellani explicó que se despidieron 41 mil personas y que ingresaron otras miles) (6).

Sin llegar al extremo indulgente de Juan Grabois (“Yo creo que el primer error es pensar que el macrismo es el enemigo. Es un partido político que ganó las elecciones en el marco de la democracia burguesa. En un punto, no es nada demasiado distinto a lo que ya había”, decía en diciembre de 2017), cabe reconocer los límites de la gestión macrista (7).

Cambiemos fue cambiando. La escena se ha perdido en la bruma del tiempo, pero una de las condiciones de posibilidad de su llegada al poder fue una promesa de continuidad: durante su campaña presidencial, Macri se comprometió a sostener la AUH y las jubilaciones y mantener el control estatal de las empresas nacionalizadas durante el kirchnerismo; incluso la permanencia de Lino Barañao al frente del Ministerio de Ciencia y Tecnología buscaba subrayar esta línea, desandada al rato con brutales recortes presupuestarios.

Sin embargo, con el paso del tiempo y las dificultades para mostrar resultados concretos, el gobierno ensayó un giro identitario y fue virando hacia posiciones más duras, menos relacionadas con la gestión que con los valores –o prejuicios– de su electorado. Si el macrismo se bolsonarizó es porque no era eso en sus comienzos (o porque no era solo eso). Hoy la amplia y heterogénea coalición opositora contiene desde los sectores moderados liderados por Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y parte del radicalismo, a grupos más extremos, entre los que sobresale el mismo Macri: Fernando Henrique y Bolsonaro –Trump y Mc Cain– en el mismo barco.

¿Fue el macrismo democrático?, el adjetivo que sus opositores más obtusos se niegan a concederle. Sigo pensando que sí, al menos si entendemos la democracia no como la certeza de un buen gobierno ni como una garantía de satisfacción universal de las necesidades sociales, sino como un tipo específico de régimen político cuyo corazón son las elecciones libres, transparentes y competitivas. Y ocurre que, contra aquellos que anticipaban que el macrismo impulsaría operaciones oscuras con las fuerzas de seguridad, fraudes con la empresa Smartmatic y saqueos premeditados con muertos, lo cierto es que organizó dos elecciones impecables (2017 y 2019), ganó la primera y perdió la segunda, reconoció los resultados y entregó el poder en tiempo y forma (incluyendo el traspaso de la banda presidencial… en mano). Salvo que alguien piense que Argentina vivió bajo un sistema de gobierno entre 1983 y 2015, que ese sistema quedó interrumpido durante cuatro años, período en el cual se instauró otro tipo de régimen, y que la democracia retornó felizmente en 2019, no quedará más remedio que aceptar el carácter democrático de la Presidencia de Cambiemos. La discusión me sigue pareciendo tirada de los pelos.

En una entrevista con Fernando Rosso en julio de 2018, Horacio Verbitsky lo expresaba de esta manera. “Yo creo que es una nueva derecha. Una derecha que crea un partido propio con el cual gana una elección presidencial. Eso no había ocurrido nunca en un siglo. Macri llega a la presidencia en diciembre del año 2015 y en el 2016 se cumple un siglo de la elección de Yrigoyen. De un siglo de democracia argentina, donde por primera vez la derecha logra organizar un partido con potencialidad electoral. Esa discusión de si es una derecha democrática o no es una derecha democrática me parece menor, no me interesa demasiado. Pero si me preguntan digo, sí. Es una derecha democrática. No llegan mediante el golpe de Estado. Y además han tenido que aprender un know how democrático que la derecha nunca había practicado. Tienen que apretar jueces, tienen que comprar legisladores, tienen que amenazar gobernadores. Que son artes de la democracia que la derecha nunca practicó. Lo que hacían antes era secuestrar y matar. Novedad importante en la política argentina” (8).

La constatación del carácter democrático del macrismo no significa que durante sus cuatro años en el poder no se hayan registrado alteraciones en el estado de derecho, vulnerado libertades individuales o puesto en cuestión garantías constitucionales. En este sentido se destacan dos puntos: el primero es la política de seguridad, no tanto por la brutalidad de las fuerzas policiales –un problema que lleva décadas y que sigue vigente, como demuestra entre otras cosas la muerte de Luis Espinoza en Tucumán– como por la política pública de amparo y protección desplegada por el gobierno nacional, resumida en la “doctrina Chocobar”, así como la frecuente represión de las movilizaciones populares. En octubre de 2017 advertimos sobre este punto (9).

El segundo aspecto es la utilización del Poder Judicial para perseguir políticos, sindicalistas y empresarios opositores, el célebre lawfare. Tampoco en este caso estamos ante algo totalmente nuevo: la manipulación de la justicia y su interdependencia con los servicios de inteligencia es una práctica habitual desde los 90: recordemos, por ponerlo en nombres, que Jaime Stiuso fue el hombre fuerte de los servicios hasta la muerte de Nisman y que Norberto Oyarbide evitó el juicio político por decisión de gobiernos peronistas. Tampoco fue la primera experiencia de dirigentes políticos detenidos con prisión preventiva por causas de corrupción: Domingo Cavallo, Erman González, Martín Balza, Carlos Menem y María Julia Alsogaray estuvieron tras las rejas (dos años en el caso de María Julia) por motivos que en su momento denunciaron como políticos.

La hipótesis del lawfare alude a una coordinación total que no se comprueba en la práctica: el caso de Milagro Sala, por citar el primer y el más grave episodio de persecución política durante la gestión de Cambiemos, demuestra que incluso un gobierno como el actual, que considera arbitraria su detención, carece, bajo un sistema federal, de herramientas para liberarla, por lo que en todo caso se trató de una operación provincial, un lawfare jujeño, con apoyo del gobierno macrista. En algunos casos, la persecución apuntó a dirigentes ubicados en la mira del poder económico pero sobre los cuales pesaba además alguna sospecha fundada: tan cierto es que Amado Boudou hirió al establishment con su idea de estatizar las AFJP como que Axel Kicilloff fue más audaz y sin embargo pudo evitar los procesos en su contra, simplemente porque su expediente era impecable. Esto no significa que la causa contra Boudou (ni, mucho menos, contra Luis D’ Elía, Fernando Esteche, Cristóbal López, Fabián de Sousa, Carlos Zanini, entre otras) sea una causa justa, sino que hay que analizarlas una por una.

Pero aun señalando estos matices cabe afirmar que el macrismo desplegó, desde la cúspide del poder, una política de persecución selectiva de opositores, con la complicidad del fuero federal y la anuencia de la Corte Suprema. La combinación de la ley del arrepentido con la discrecionalidad en el uso de la prisión preventiva fue la herramienta mediante la que los jueces avanzaron en esta estrategia. Aunque señalamos este aspecto en su momento (10), no advertimos el nivel de articulación política ni la magnitud que había alcanzado.

¿Fue el macrista el peor gobierno desde la recuperación de la democracia? Si se recurre a la vara de la transformación social regresiva, el premio debería llevárselo el muy peronista Carlos Menem, responsable de desmontar el Estado construido desde el primer peronismo y completar la reforma socioeconómica de la dictadura. Y si se compara en términos de fracaso histórico, el Grammy correspondería a De la Rúa, que tuvo que huir en helicóptero en medio de los saqueos y la represión. ¿Es la de Macri la peor derecha posible? Una vez más, depende del punto de referencia: si comparamos con Angela Merkel o Emmanuel Macron, el macrismo nos resulta tenebroso y rústico, pero a la luz de las derechas reales de América Latina (la brasilera, la chilena, ¡la boliviana!) las cosas adquieren otro color.

Concluyamos. Hubo un momento, después de su victoria en las elecciones legislativas de 2017, en el que el macrismo estuvo cerca de afirmar su dominio y frente a la oportunidad de protagonizar un “ciclo político largo” al estilo del alfonsinismo, el menemismo y el kirchnerismo. Sin considerar la hegemonía de Macri como un hecho, señalamos que era una posibilidad cercana, que, si el peronismo no cambiaba su estrategia, corría el riesgo de transformarse en realidad (11). El desastre socioeconómico de la gestión y la decisión de Cristina de construir el Frente de Todos definieron la suerte de la elección presidencial de 2019, pero incluso en medio de la peor crisis de los últimos quince años el macrismo sacó fuerzas para una remontada final que lo llevó al 41 por ciento de los votos. Y si algo nos enseña la experiencia argentina reciente es que las hegemonías son frágiles, contingentes, que se ganan o pierden en un par de años: el 41 de Macri no está tan lejos de un hipotético 45, y el 48 de Alberto puede transformarse fácilmente en 44. Sucede que, como señalamos en su momento, el macrismo no es un golpe de suerte, un accidente histórico del que la Argentina se sobrepondrá en algún momento para recuperar una normalidad que lo excluya, sino un fenómeno político permanente con raíces culturales profundas, que expresa los intereses y los valores de importantes sectores sociales. Sigo pensando que entenderlo es crucial para evitar que vuelva al gobierno.

 

1. https://www.eldiplo.org/219-la-clase-media-en-tiempos-de-macri/hegemomia-macrista/

2. https://www.eldiplo.org/185-el-empleo-en-peligro/la-nueva-derecha-en-america-latina/

3. https://www.eldiplo.org/198-nueva-derecha/buda/

https://www.eldiplo.org/197-lo-que-esta-en-juego/globologia/

https://www.eldiplo.org/199-america-latina-gira-a-la-derecha/contra-la-igualdad-de-oportunidades/

https://www.eldiplo.org/210-un-ano-despues/cuando-la-politica-sostiene-la-economia/

4. https://abcenlinea.com.ar/grimson-el-macrismo-es-un-neoliberalismo-posibilista-porque-avanza-y-retrocede/

5. https://chequeado.com/ultimas-noticias/macri-hemos-aumentado-la-cantidad-de-programas-sociales/

6. https://www.pagina12.com.ar/238914-macri-desplazo-a-41-mil-empleados-del-estado-pero-multiplico

7. https://www.revistacrisis.com.ar/notas/si-te-gusta-la-guita-dedicate-otra-cosa

8. http://www.laizquierdadiario.com/Video-Horacio-Verbitsky-De-la-reeleccion-de-Macri-hoy-solo-hablan-sus-voceros-o-sus-trolls

9. https://www.eldiplo.org/220-la-ideologia-de-la-represion/la-represion-como-demanda-social/

10. https://www.pagina12.com.ar/149041-que-es-el-lawfare

https://www.eldiplo.org/242-la-pesada-herencia-del-macrismo/la-justicia-y-los-elefantes/

11. https://www.eldiplo.org/219-la-clase-media-en-tiempos-de-macri/hegemomia-macrista/

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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