Rodríguez Larreta y los anti-cuarentena
El coronavirus plantea un tiempo extra-ordinario para el mundo entero, y también para la política. Es evidente el cambio de agenda y de urgencias que supuso para el Frente de Todos. Pero también para la oposición implicó recalcular estrategias y definir liderazgos. Y desde Juntos por el Cambio (JxC) lo hacen con una impronta bifronte.
Podemos hablar de dos JxC: los que gobiernan y los que no. Los desafíos de unos y otros son, desde ya, distintos. Ser gobierno implica gestionar y ofrecer soluciones en el día a día, así como garantizar la gobernabilidad en un contexto de crisis. Para quienes gobiernan la tensión entre lo deseable y lo posible está omnipresente, y eso genera dilemas que deben responderse en la práctica, con los recursos y los equilibrios de poder disponibles. Quienes ejercen la oposición, en cambio, ya sea desde el Congreso o desde el llano, tienen el desafío fundamental de disputar la agenda, ser relevantes y representativos de sus bases, incluso intentar ampliarlas. La “ética de la responsabilidad” tiene un peso menos contundente: no hay que comunicar decisiones difíciles, no hay que hacerse cargo de sus efectos no deseados, y siempre pueden proponerse medidas de máxima difíciles de llevar adelante o criticarse las políticas implementadas aún cuando no se tengan mejores ideas bajo la manga.
El JxC que gobierna está compuesto por actores diversos: los intendentes, los tres gobernadores radicales y sobre todo el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. Sus apariciones en público durante estos meses apelaron a la moderación y avalaron la estrategia nacional ante la pandemia. Incluso con idas y vueltas –como en el caso del gobernador jujeño Gerardo Morales, que realizó un temprano pedido de regreso de clases que luego dejó atrás ante la suba de casos– apoyarse en la idea de consenso, de trabajo coordinado frente a un peligro tan nuevo y acechante, tuvo ventajas para ellos y para el gobierno nacional.
Quienes gobiernan necesitan fondos para aplicar medidas de emergencia, deben pagar sueldos en un momento en el que la recaudación está en caída libre, necesitan que el gobierno evite el default para sanear las deudas provinciales y volver a conseguir créditos, y precisan que sus sistemas de salud no colapsen (sobre todo en el AMBA, pero lo mismo puede decirse del resto de las localidades donde empieza a haber circulación comunitaria del virus). En el federalismo argentino el Estado nacional concentra gran parte de los recursos, es el que puede emitir moneda y facilitar fondos específicos. Por eso se mostraron con el presidente, buscaron presentarse cautos, gestionando, resolviendo las urgencias, cuidando a los habitantes de sus distritos. No eligieron la polarización porque hubiera sido suicida en este momento.
Entre los miembros de JxC que no gobiernan se cuentan figuras de gran visibilidad, como el propio expresidente Mauricio Macri o la titular del PRO, Patricia Bullrich, pasando por muchos dirigentes que dejaron la gestión del Ejecutivo el año pasado. Frente a la estrategia dialoguista de los que gobiernan, muchos de estos dirigentes pasaron de un primer momento de espera por la pandemia a una nueva apuesta por la polarización. En especial los que pertenecen al PRO. Después de las elecciones de 2019, conquistar el centro parecía la estrategia ganadora, y eso, sumado al inicio del coronavirus y la alta aceptación conseguida por Alberto Fernández, contribuían a suspender la grieta. Pero a los pocos meses de gobierno empezó a mostrarse nuevamente ese músculo: a fin de marzo el presidente llamó “miserables” a los grandes empresarios que despedían trabajadores en la pandemia y casi de inmediato se organizó un cacerolazo en las redes sociales pidiendo que los políticos se bajaran los sueldos. Bullrich acompañó la iniciativa junto con otros representantes en el Congreso, frente a la molestia de Rodríguez Larreta. Luego llegarían otras movidas: la crítica a “la cuarentena más larga del mundo”, Vicentin, la reforma judicial o simplemente la figura de Cristina Fernández de Kirchner. Desde la “caravana por la libertad” en mayo hasta el banderazo contra el gobierno en julio y la marcha por la libertad realizada hoy, Macri, Bullrich y dirigentes como Fernando Iglesias impulsaron la movilización. La semana pasada, al cumplirse un año de las PASO, Laura Alonso y Pablo Avelluto afirmaron vía Twitter que se había dado “el primer paso hacia un abismo” y que muchos argentinos habían elegido “atrasismo, impunidad y venganza”. Esos distintos mojones sirvieron para volver a instalar el repertorio en el que fueron exitosos en 2015 y 2017: la defensa de las libertades individuales, el discurso anticorrupción y los valores republicanos frente al fantasma de “convertirse en Venezuela”.
Esa estrategia es eficaz para cuidar su base social más intensa (y movilizada). Hay que recordar que parte de la merma de votos por derecha que JxC sufrió en las PASO de 2019 (con casi el 5% de los votos para Juan José Gómez Centurión y José Luis Espert) pudo recuperarse en la segunda vuelta, yendo a buscar ese electorado en las marchas del “Sí se puede” y a partir del endurecimiento de Macri en la campaña, con el discurso anti-aborto y el mayor protagonismo de su candidato a vice, Miguel Ángel Pichetto. Pero eso, por ahora, no alcanza para ganar. Y todos tienen un ojo puesto en las elecciones del año que viene.
¿Cuestión de ideas o cuestión de estilos?
¿Hay solo un reparto de roles y aspiraciones entre los dos JxC? ¿Se trata además de diferencias ideológicas? ¿Pueden llegar hasta una ruptura?
“Dialoguistas” y “duros” hubo siempre, pero la pandemia exacerbó la importancia de este nuevo clivaje: los que están en el gobierno y los que no. Entre ellos hay tanto distintos márgenes de maniobra como distintas lecturas de lo que quieren sus votantes (y de lo que van a valorar en el futuro). Como correlato, hay un JxC para distintos electores: los que demandan gestión y cierta moderación ante una crisis de tamaña magnitud, y los que tienen sed de polarización y claman por diferenciarse. Claro que el tiempo va haciendo variar esas posiciones: cada vez hay menos paciencia con la cuarentena, aún en el pico de contagios, y por eso no se detienen las aperturas en la CABA.
Pero las diferencias son mucho menos ideológicas o programáticas que tácticas, al menos entre los miembros del PRO. Se trata de desacuerdos sobre la metodología más conveniente para ampliar las bases de sustentación, que ya estaban presentes durante su etapa en el gobierno. Por ejemplo, entre los “PRO puros” comandados por Marcos Peña y los de origen peronista liderados por Emilio Monzó y Rogelio Frigerio. Para los primeros se trataba de reforzar la marca partidaria del PRO, apelar a su electorado sin intermediaciones y retener un control férreo de las decisiones; para los segundos, conseguir nuevos aliados y seguir sumando socios políticos a los que ofrecer lugares reales en la mesa de discusión para poder avanzar con las reformas.
Claro que el posicionamiento frente al coronavirus los expuso a situaciones incómodas. Desde la carta sobre la “infectadura”, hasta la convocatoria de una marcha opositora (“17A”) en pleno pico de contagios, la dinámica del sector más radical comprende a ex funcionarios y políticos de alto perfil, pero también a otros referentes “sueltos”, como el actor Luis Brandoni o la científica Sandra Pitta. ¿Cómo funciona una coalición en donde un sector cuestiona una cuarentena que establece el jefe de gobierno de ese mismo sector? ¿Cómo se compatibilizan los anuncios mesurados de Rodríguez Larreta, Diego Santilli o su ministro de salud Fernán Quirós con las diatribas contra esa misma estrategia de otros referentes del PRO? Los miembros del ala “dura” por momentos deben hacer malabares para asumir esas posiciones y a la vez negar las críticas que les objetan su responsabilidad sobre la multiplicación de contagios. Así, Patricia Bullrich eligió respaldar la marcha y sus consignas, pero desmarcarse de su organización: “no estoy convocando, voy a participar”. Y lo mismo ocurre cuando les preguntan en los medios por las decisiones del jefe de gobierno luego de que critiquen las medidas del presidente. Defender al primero y cuestionar al segundo por iniciativas conjuntas resulta todo un desafío. Pero también el jefe de gobierno debe manejarse con cautela frente a una parte importante de su propio partido y de su base electoral. Por eso afirma que “no va a participar” de la marcha pero también que defiende “el derecho a manifestarse”. En este momento son más visibles las tensiones que la virtuosa división del trabajo entre unos y otros.
¿Y los radicales? Los miembros de la otra gran pata de JxC están viendo si esta es la ocasión para disputar liderazgos. Si hubo cortocircuitos durante toda la gestión, era esperable que los hubiera después del fracaso económico y la derrota electoral.
Sin embargo, el hecho de haber abandonado el poder con el 40% de los votos hace que una ruptura resulte poco probable. Hay muchos elementos que hacen a la coalición beneficiosa para sus integrantes: lo fue desde el inicio para la UCR, tanto por el alcance en cargos como por la revitalización de un partido que disponía de una presencia capilar en todo el país, pero de ningún candidato capaz de traccionar votos a nivel nacional, como muestran los artículos de Javier Zelaznik o Carla Carrizo en el libro compilado por Andrés Malamud Adelante radicales (1). Y lo sigue siendo ahora por su potencia electoral, probada en el caudal de votos con que dejaron el poder en medio de la crisis económica. En las legislativas del año que viene JxC y sus aliados ponen en juego 60 de sus 116 bancas, de las cuales 26 corresponden al PRO y 26 a la UCR. Pero además hay una base social a la que representar: el electorado no peronista que había quedado huérfano de representación tras la crisis de 2001 y que la UCR y el PRO se disputan pero pueden conquistar de forma más eficaz estando juntos. Esa base social parece más apetecible y por momentos ampliable cuando se anuncia el fin de la luna de miel de la ciudadanía con el presidente Alberto Fernández o cuando se hacen proyecciones desoladoras sobre lo que vendrá en términos sociales y económicos. Pero para octubre de 2021 todavía falta mucho, y pueden pasar una enormidad de cosas. Y para el 2023 falta todavía más.
Es necesario un trabajo político continuo para limar asperezas entre todas las fracciones de JxC. La presencia de más radicales en la mesa de discusión es una muestra de ello: durante el gobierno sólo estuvo Ernesto Sanz los primeros meses, y luego ningún miembro de la UCR fue invitado a esos cónclaves, mientras que en los encuentros por Zoom que hicieron los principales líderes de JxC antes y después de que Macri partiera a Francia hubo cuatro radicales presentes: Mario Negri, Luis Naidenoff, Martín Lousteau y Alfredo Cornejo.
En todo caso, la apuesta a discutir los liderazgos de la coalición está en marcha, y la pandemia no la frena. En el radicalismo quieren hacerlo hace rato, y creen que la mala performance económica del gobierno de Macri les dejó el camino abierto para ello. Claro que para dar esa disputa necesitan un candidato potente. ¿Ahora que Macri se fue a París es el momento? También dentro del PRO muchos quieren dar esa pelea, y las posiciones opuestas frente a la gestión de la pandemia subrayan esas diferencias. Pero no es tan fácil. El PRO es un partido político heterogéneo, con muchos dirigentes y militantes, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires, pero con un líder claro, al menos hasta ahora. ¿Macri vale por sí mismo, como una suerte de líder carismático, o cualquiera que se presente contra el peronismo podría representar por igual ese espacio? Ese interrogante, sin dudas, está abierto.
* Investigadora del CONICET y profesora de la Escuela IDAES.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur