Una silenciosa transformación ideológica

Por Ignacio Ramírez*

El impacto sísmico que esta crisis está produciendo puede examinarse en diferentes dimensiones: algunas más “macro” y otras más “micro», abordando los efectos en el plano cultural, político, institucional, etc. Pero a la hora de evaluar el impacto también convendría distinguir entre impacto y sedimento, esto es: pensar los efectos en dos tiempos. En un primer momento, en relación a los efectos inmediatos, resulta difícil pensar en un saldo positivo. Sin embargo, al pensar –o mejor dicho, imaginar– en un mediano plazo se torna posible aventurar reflexiones menos sombrías.

La dimensión que me interesa abordar –por ahora bajo la forma mesurada de una hipótesis– refiere a la posibilidad de que se esté incubando una silenciosa pero profunda transformación ideológica, es decir, un cambio en la actitudes y valores de la opinión pública y de las dirigencias políticas. El “cambio de clima ideológico”, en caso de producirse, implicaría un desplazamiento de las preferencias políticas de las sociedades (que se haría visible y vinculante en los próximos procesos electorales), pero también un desplazamiento de los marcos ideológicos y conceptuales que guían las decisiones de los gobiernos. Al respecto, Europa acaba de entregar un poco de evidencia empírica (al introducir la “lógica solidaria” a la hora de encarar la “reconstrucción de la región”) para respaldar la hipótesis de esta posibilidad.

El economista francés Thomas Piketty sostiene que el proceso de reducción de desigualdad que transitó Europa desde 1914 hasta 1980 se debió a varios factores: la progresividad fiscal, el auge de los nacionalismos, el impacto indirecto de las dos guerras, entre otros factores. Pero Pikttey destaca que el factor más determinante en todo aquel proceso (de resultados tan virtuosos) fue el enorme desprestigio en que había caído la ideología que rigió con fuerza en el siglo XIX, y especialmente durante la Belle Époque: la sacralización absoluta de la propiedad y de los mercados autorregulados. Simplificando el largo análisis del autor, su conclusión podría expresarse de la siguiente manera: aquella crisis de la ideología “propietarista” dio origen al Estado de Bienestar. Con mucha precaución, podríamos considerar la posibilidad de que esta crisis provoque una herida simbólica muy fuerte sobre la autoridad de la ideología “neopropietarista y meritocrática” (así se refiere Piketty a lo que entendemos por “neoliberalismo”) que tiñe y condiciona el quehacer político desde 1980, y a la sombra de la cual ha crecido la desigualdad y se han debilitado o desmantelado las redes de protección social en muchas sociedades. Podríamos pensar las próximas elecciones presidenciales estadounidenses como un test para evaluar esta hipótesis; sabíamos que Trump iba a ganar y ahora ya no lo sabemos. En cualquier caso, el futuro no es algo armado que nos espera, sino más bien el resultado de las decisiones que se están adoptando ahora. La “nueva normalidad” no es un destino prefigurado al que nos estaríamos acercando pasivamente; la “nueva normalidad” es lo que –de manera más o menos consciente, más o menos planificada– estamos elaborando (en el doble sentido del término) en estos meses.

Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte II. Volver a nota principal.

* Sociólogo por la Universidad de Buenos Aires y DEA en Cultura, Política y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid. Director del Posgrado en Opinión Pública y Comunicación Política de FLACSO Argentina.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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