El elefante en la sala del peronismo – El Dipló
CÓMO LOGRAR UNA AUTÉNTICA RENOVACIÓN

El elefante en la sala del peronismo

Por Federico Vázquez*
El triunfo libertario en las legislativas de octubre confirmó que no hay atajos para superar la experiencia libertaria. Mientras el Gobierno desfinancia la salud de niños y discapacitados, los necesarios debates dentro del movimiento peronista deben trascender los localismos y atender a las nuevas distribuciones de riqueza y poder, en Argentina y en el mundo, para construir un programa que realmente sacuda el avispero.
Movilización popular contra la condena a CFK, Ciudad de Buenos Aires, 18-6-2025 (x @p_justicialista)

A los opositores al gobierno de Javier Milei nos cayó un balde de agua fría con los resultados de las elecciones legislativas del 26 de octubre. Si bien el desconcierto fue para todos –empezando por el gobierno–, quienes deseábamos que pasara otra cosa sentimos un peso que se mantiene al día de hoy: no hay atajos para superar la experiencia libertaria. El entusiasmo de septiembre, a caballo de una sucesión lisérgica de escándalos de corrupción cripto y narco, pésimos datos económicos y una disfuncionalidad del gobierno tal que lo más “calculado” había sido un acto-recital donde el presidente graznó estrofas del rock nacional mechadas con canciones hebreas, terminó en una recomposición del voto libertario en diversos puntos del país, lo que evita adjudicar culpas territoriales o sectoriales.

Este balance emocional tiene por objetivo no caer en un mal de estos tiempos: acomodar el discurso para quedar siempre bien parados. En todo caso, es al revés: es mejor tener como premisa acompañar los ánimos generales, cuanto menos de la parte de la sociedad con la cual se comparten ilusiones o, en este caso, penas.

La pregunta sobre el rumbo futuro del peronismo o –por decirlo de otro modo– de la oposición realmente existente, tampoco tendrá atajos y, como la suerte del gobierno, dependerá de las voluntades sociales, de lo que hagan diversos grupos y dirigentes, de lo que opinen (y opinemos) desde los medios, de la evolución de algunas variables económicas y, tal vez más que nunca, de lo que le pase al mundo occidental en los tiempos venideros.

No fue una elección más

Como siempre sucede, al menos en Argentina desde hace veinte años, cada elección se juega como una final del Mundo. En este caso, ese 10% que ni la oposición ni el gobierno esperaba que se pintara de violeta le sirve por estos días a Milei para, proyectos de ley (y vetos) mediante, continuar la revancha contra discapacitados, docentes universitarios, trabajadores formales y otros “sectores privilegiados”. Veremos cómo evoluciona el parecer de los legisladores, cada vez más a tono con los intereses circunstanciales de algunos gobernadores, pero es evidente que el Gobierno consiguió aire para empujar sus “reformas”, así sean tan absurdas como la que busca penar con cárcel a futuros legisladores que voten erogaciones que impacten en el sacrosanto superávit fiscal.

Visto desde la cercanía navideña, el 2025 fue un año clave en términos políticos y electorales, pero tal vez no por lo que decidieron votar los ciudadanos mayores de 16 años. Hay dos hechos, bien concretos y palpables, vinculados a la elección misma que son inéditos y probablemente alteren mucho más el campo político argentino que unos cuantos diputados y senadores.

Para el primero, nos tenemos que detener en el 10 de junio de este año, cuando la Corte Suprema decidió intervenir en el proceso electoral y detener a Cristina Fernández de Kichner, además de conceder la inhabilitación para que participe en las pasadas elecciones que ya habían dictado sentencias de juzgados inferiores. Hasta ahora, ese cimbronazo fue leído en clave partidaria: contentos los antikirchneristas, tristes los kirchneristas. Los análisis, en general, buscaron ver algunos “efectos” inmediatos: si se producía un 17 de octubre, si Axel Kicillof ganaba o perdía con la novedad, si era el final ahora sí definitivo de Cristina… Poco se medita –porque se cree que no es así– sobre el daño en el conjunto del sistema político y democrático.  La historia de la persecución y la cárcel para los líderes políticos en Argentina y en el mundo es demasiado larga y conocida para no saber lo evidente: que encerrar y sacarle derechos a alguien que representa a muchísima gente sin pruebas incuestionables y procesos impolutos, es meterle un grado de inestabilidad al sistema que solo puede crecer en el tiempo.

El tono beligerante que se mantiene con la ex mandataria, aun después de la condena, de la reclusión, de la inhabilitación y, como frutilla del postre, después del triunfo electoral libertario, hace pensar que el Gobierno pretende fundar su orden sobre esa situación. Si las demás señales de alarma no despertaron a lo que se llamaba “clase política”, esta última debería llenarlos de preguntas inquietantes sobre cómo se imagina la ultraderecha la continuidad democrática del país. ¿Es legítimo para el Gobierno que existan opositores que lo cuestionen y busquen derrotarlo? La respuesta es dudosa. ¿Es posible una democracia con un aparato judicial tomado por un “sector” y volcado en función de destruir al otro?

El segundo hecho es igual de relevante y también arroja sus sombras sobre el futuro argentino. A pesar de que estamos como el sapo en la cacerola, pareciera que todos entendimos que la soberanía nacional (siempre relativa en un país subdesarrollado, huelga decir) se esfumó completamente desde que Donald Trump decidió tratar al país por una fracción mínima de lo que los argentinos creemos que valemos. Nos compró en la mesa de saldos. En tándem con su secretario del Tesoro, el presidente de la principal potencia hemisférica prometió ayuda para salir del caos financiero que a principios de octubre parecía llevarse puesto todo. Hoy quedó en la nebulosa preelectoral, pero son demasiados los relatos de los círculos de poder (empresarios relevantes, políticos, comunicadores) que en off hablan sin tapujos de que durante unas 72 horas no hubo gobierno y todos ellos se hacían preguntas más propias de diciembre de 2001 que de octubre de 2025. El Gobierno tembló. Y durante esos tres días, quien mirara las señales de noticias oficialistas no entendía si lo seguían defendiendo con lo poco que tenían o si habían pasado al ataque ante la certeza de que se venía un game over.

Doce días antes de las elecciones, Milei consiguió el pase a la Casa Blanca, donde Trump eliminó –sin un solo tiro– la soberanía nacional cuando advirtió que iba a ayudar a que la Argentina no cayera en una crisis financiera siempre y cuando los argentinos votaran por su subordinado. Al otro día, el secretario del Tesoro comenzó a comprar pesos. El remate vino con el resultado puesto: “Estaba perdiendo las elecciones, y yo lo apoyé y ganó con una victoria aplastante”. El Gobierno argentino, desde ya, no respondió el escupitajo.

A pesar de estos dos hechos tremendos y estructurales, muchas veces se sigue insistiendo sobre la necesidad de que el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires defina con claridad si podría llegar a tener déficit fiscal o no en un futuro gobierno nacional, o si el peronismo se “durmió” en no tener su propia reforma laboral, o cuál mecanismo de negociación con el FMI es el mejor. Es raro. Al menos habría que jerarquizar. La injerencia estadounidense no tiene parangón en nuestra era moderna y, como vemos por estos días, Milei ahora debe pagar cotidianamente su condición vasalla: sea yendo a Oslo a aplaudir un premio Nobel, sea votando en la ONU en soledad absoluta con Estados Unidos (los únicos dos votos distintos, literalmente, del resto del mundo) contra una declaración sobre enfermedades no transmisibles. Por supuesto, se trata de notas de color: la pérdida de soberanía se ve antes que nada en la política cambiaria, ahora dictada en forma plena por Estados Unidos y el FMI, pero también en compras militares, en la vinculación con los servicios secretos y Fuerzas Armadas estadounidenses, en la destrucción de lazos económicos y políticos con Brasil y la región, en la venta de activos estratégicos a la competencia estadounidense, etc, etc.

¿Es posible una democracia con un aparato judicial tomado por un “sector” y volcado en función de destruir al otro?

¿Qué hará el peronismo con la proscripción judicial y con la pérdida de soberanía?¿Pueden ser puntos aglutinadores o funcionarán como puntos de desunión dentro de la fuerza?¿Cómo los “representará” para que sean parte de la conversación pública y no queden como nuevos “pisos” subdemocráticos naturalizados por el tiempo?

La(s) agenda(s) del peronismo

Podemos detectar tres discusiones simultáneas en el peronismo, aunque muchas veces en realidad se trata de discusiones que se dan en medios, ámbitos intelectuales, redes sociales, que no necesariamente forman parte de ninguna estructura política concreta. Pero, en verdad, esa es una de las naturalezas que vuelve real que al peronismo se lo entienda como un “movimiento” antes que como un partido. Todos creemos tener derecho a opinar sobre él. Y está bien.

Una de las discusiones es sobre las razones de la derrota en 2023. Con el correr de los meses, felizmente, se fueron desechando las más vagas desde un punto de vista analítico: la culpa del progresismo, del feminismo, de la agenda de las minorías. Trump aportó lo suyo: con casi un año de mandato (y la injerencia electoral ya contada) casi nadie se atreve a seguir repitiendo la tontera del supuesto peronismo alla norteamericana; tampoco se escucha tanto la idea de que los aranceles puestos por la principal potencia del mundo en puja con China se parecían a los aranceles de los gobiernos argentinos para proteger su endeble industria de desarrollo medio. Esas primeras explicaciones en borrador quedaron viejas antes de solidificarse. Mejor.

El peronismo tiene no uno, sino dos liderazgos relevantes y con elementos como para autopercibirse vigentes.

Quedó lo más lógico y evidente: un cóctel de la mala praxis política de la dupla Alberto-Cristina una vez llegados al gobierno, la imposibilidad de recomponer salarios de los trabajadores en un gobierno peronista y el costo de gestionar una pandemia que sufrieron casi todos los oficialismos, agravado por la indecencia de hacer festejos privados y grabarse en los mismos en ese contexto de padecimiento. Suficiente.

Otro debate que cobró intensidad este año fue sobre la necesidad de una “renovación” de dirigentes. Algo lógico, que el peronismo vivió mil veces, aun cuando salía victorioso. No puede esperarse menos en una situación de derrota. El problema de este encare es doble. Por un lado, el peronismo cuenta con dos figuras de mucho peso, como son Cristina Fernández de Kirchner y Axek Kicillof. Una, por sus dos mandatos y la adhesión de un sector minoritario pero relevante de la población. El otro, por heredar parte de ese prestigio, pero también por haberse revalidado tres veces con el electorado bonaerense, que es casi el 40% del total nacional. Es decir, el peronismo tiene no uno, sino dos liderazgos relevantes y con elementos como para autopercibirse vigentes. La otra razón es que no hay una avalancha de valientes con ánimos de reemplazarlos. El mayor desafío vino a fines de 2024 por parte del Gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, pero no logró juntar los avales para una disputa partidaria. El de mayor peso y distancia ideológica, Martín Llaryora, parece mucho más preocupado por cómo bailar con el Gobierno nacional que en discutir el rumbo del peronismo. Es obvio, pero la renovación necesita de personas que quieran llevarla a cabo. Con los costos y premios potenciales que ello tenga. Y resulta claro, al menos para quien esto escribe, que si la “renovación” se limita a una discusión entre Axel y Cristina, tenemos allí un debate de roles y liderazgos, pero con una cercanía programática y hasta estilística que dificulta pensarlo como un cambio de rumbo o dirección.

La tercera discusión es tal vez la más interesante: el debate de ideas y el rumbo programático por dentro de los que militan o se consideran más o menos cerca del peronismo.

El 2025 fue un año de intenso debate en el nicho económico. Si bien la economía mueve montañas y nos altera la vida a todos, los debates tuvieron en general aspectos muy técnicos, casi de encapsulamiento, en una lengua solo para entendidos. Más allá del remanido tema del déficit fiscal, podríamos poner en el mismo lugar los debates sobre el vínculo con la producción agropecuaria, el pedido de hermanarse con el desarrollo minero, o de consolidar lazos con empresarios de la economía de plataformas; el debate fue tan intenso como especializado. Podría verse como una virtud, como una sofisticación, en un escenario en general manejado por ideas bestiales o muy rudimentarias. Es decir, esos temas en los que se enfrascó el debate del peronismo se dieron en el contexto de un Gobierno que le quitó recursos a un hospital de niños y obligó a hacer filas interminables en la intemperie a personas lisiadas para que demostraran que esa silla de ruedas no era imaginaria ni un “curro”.

El nuevo orden mundial

Pero el cuestionamiento principal no es ese. De hecho, es noble no bajar el nivel, siempre es bienvenido el debate profundo. Lo que sorprende es el localismo, por no decir provincialismo, por el cual no se advirtió que después de la pandemia, algo mucho más profundo estaba cambiando en Occidente y en Argentina. En el último lustro, la dinámica de concentración de los ingresos y la riqueza que, podríamos decir, arrancó hace medio siglo, tuvo tal subidón que construyó de la noche a la mañana nuevos reyes. La consolidación de ese nuevo esquema de poder económico impulsó a los ganadores a ir por el poder político. ¿Quién puede decir que están errando? Los ultrarricos dejaron de pensar en sus balances financieros para pensar en filosofía, política, gestión gubernamental. Si no gobernara el Partido Comunista en China, diríamos que se están adueñando del mundo entero.

Si la “renovación” se limita a una discusión entre Axel y Cristina, tenemos allí un debate de roles y liderazgos, pero con una cercanía programática y hasta estilística que dificulta pensarlo como un cambio de rumbo o dirección.

En una nota de opinión reciente en The New York Times (1) donde se advierte que los millonarios pueden terminar como la nobleza francesa en el siglo XVIII, puede leerse que: “Hace solo seis años, el 69% de los encuestados por el Instituto Cato coincidió en que los multimillonarios ‘ganaron su riqueza creando valor para otros’. Una mayoría apenas menor coincidió con la afirmación ‘Todos estamos mejor cuando la gente se enriquece’. Hoy, una encuesta tras otra muestra que los estadounidenses quieren que los ricos paguen impuestos más altos, incluso mucho más altos.”

Como sabemos, son cada vez más los dirigentes del Partido Demócrata los que se inscriben en esa línea de argumentación, sosteniendo que Trump no es solo una aventura política, sino una experiencia de clase. Y que se debe ir contra ellos en tanto tal.

Pero acerquémonos más: en Brasil todavía gobierna Lula. Hace más de veinte años, cuando llegó por primera vez a la presidencia, la apuesta del metalúrgico era distribuir creciendo. Esto es: no hay que quitarle a nadie, solo distribuir mejor lo que una economía pujante nos permite. Y resultó. Sacó a millones de la pobreza, el país creció, la clase media se volvió más ancha en un país donde siempre había sido raquítica, el Partido de los Trabajadores hilvanó cuatro elecciones presidenciales seguidas. Hoy, dado el contexto negativo a nivel mundial, se podría esperar que ese Lula que, como si fuera poco, le debe su salida de la cárcel y rehabilitación política más a la élite espantada con Bolsonaro que a una movilización de las masas, estuviera aún más moderado. Sin embargo, hace pocos días presentó una reforma fiscal de un modo que muchos desde el peronismo juzgarían “extraviada”. En el spot oficial, Lula explicó a los brasileños a quien le iba a cobrar más impuestos para sacárselos a la clase media. Dijo: “La compensación no vendrá de recortes en educación o salud, sino de la tributación de los superricos, que ganan más de un millón al año y hoy en día no pagan nada o casi nada de impuestos. Estamos hablando del 0,1% de la población, que gana 10, 20, 100 veces más que el 99% del pueblo brasileño”.

No debería hacer falta aclarar que nuestro país tiene sus propios superricos. La empresa de uno de ellos, Mercado Libre, maneja, según distintos reportes, más del 6% de los depósitos totales de los argentinos. Como reconoce el propio Marcos Galperin, el 20% de las asignaciones sociales se cobran desde su plataforma. Lo que no le impidió pedir que ese negocio se extendiera a jubilaciones y pensiones (2).¿Cuánta más riqueza es legítimo que concentre una sola persona? ¿Cómo puede ser que esa pregunta sea “incómoda” para el peronismo y el progresismo?

Como se advierte en Estados Unidos y en Brasil, no estamos hablando solo de impuestos, sino de poder. Sobre todo de poder. Redefinir quién manda, quién decide, de quién es la política, de quién es el país. Por supuesto que este tema no anula los demás, pero tal vez, más que un sumario extenso y detallado, haga falta antes que nada fijar prioridades que tengan, además, la virtud de sacudir el avispero.

1. Michael Hirschorn, “The Billionaires Have Gone Full Louis XV”, The New York Times, 14 de diciembre de 2025. https://www.nytimes.com/2025/12/14/opinion/billionaires-politics-money.html
2. “Galperin habló de los planes sociales que se cobran con Mercado Pago y reclamó que se extienda a otras asignaciones,” La Nación, 9 de octubre de 2025. https://www.lanacion.com.ar/economia/galperin-hablo-de-los-planes-sociales-que-se-cobran-con-mercado-pago-y-reclamo-que-se-extienda-a-nid09102025/

* Periodista.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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