OCTUBRE 2022

¿Qué se lee en el secundario?

Por Paula Labeur*
Los profesores, como agentes de mediación cultural, seleccionan textos en los amplios marcos de los lineamientos curriculares y de las tradiciones escolares de lectura, en sus cánones de la formación disciplinar específica, en sus propias bibliotecas, en sus intereses actuales, en los círculos amistosos y profesionales que intercambian lecturas, en los recuerdos de aquellos textos que quizás fueron los que los hicieron lectores de literatura antes de saber que la habitarían como docentes.
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Imaginemos un libro de un tamaño un poco más grande que los más frecuentes, de tapas duras, bastante gordito. Uno de esos que hay que leer apoyándolos en la mesa, dedicándoles un tiempo que no es el vertiginoso del subte o el de la sala de espera del dentista. En su tapa dice: Jóvenes, lectura y escuela. Antes de abrirlo es casi inevitable que nos sobrevuelen todos aquellos discursos que circulan mediáticamente y se instalan y nos graznan: los jóvenes no leen, los jóvenes no comprenden lo que leen, los jóvenes no alcanzan estándares de comprensión lectora definidos idealmente por parámetros finlandeses, los jóvenes están todo el día con el celular como en un mundo ajeno al nuestro, que se trama en las redes sociales. ¿Qué puede haber dentro de este libro de tapas duras que no sepamos? Sin embargo, nos decidimos a dedicarle un tiempo porque confiamos en el poder transformador de la lectura. Y lo abrimos. A diferencia de las hojas planas de la mayoría de los impresos, esta primera página se incorpora ante nuestros ojos con una imagen que ocupa las tres dimensiones del espacio, una especie de 3D analógico que nos sorprende con planos y volúmenes inesperados. Siempre es una sorpresa abrir un libro pop up.

La primera página que elegimos al azar nos muestra que en el escritorio hay una calavera de azúcar. En el pizarrón, con chinches, fotos de las festividades de Días de Muertos con colores casi chirriantes comparten el espacio con las que tomara el escritor mexicano Juan Rulfo, en blanco y negro, de la cotidianeidad de zonas rurales de su país. Hay nombres escritos y tachados; algunos tienen un signo de pregunta: Eduviges, Juan Preciado, Doloritas. Varios ejemplares de Pedro Páramo se ven dispersos por los pupitres, algunos están marcados con lápiz, otros exhiben post it tan fluorescentes como las fotos de Día de Muertos. El profesor de Literatura de cuarto año de una escuela pública de Avellaneda parece estar dando la palabra a distintos estudiantes en orden. De la boca de los alumnos salen globos de historieta con texto. En un pueblo muy alejado/ Vive el joven Juan Preciado/ Busca respuestas del padre desconocido / Preguntándose dónde habrá ido. / Sin respuestas viaja con dudas/ Se cruza con gente y no entiende a ninguna/Y después de viajar entre tanto murmullo/ Nos enteramos que está muerto al final./Pedro Páramo fue a visitar con mucho ánimo./ A su hijo Juan Preciado/ La parca, su acompañante,/Ayudó a que el viaje de ambos fuera fascinante. Los textos son calaveritas literarias, epitafios burlescos que retratan a las personas como si estuvieran muertas. ¿Están vivos o muertos los personajes que habitan Comala, el lugar donde Juan Preciado busca a Pedro Páramo?

Nuestra segunda elección presenta un conjunto confuso a primera vista. Es un grupo de chicos sentados en una ronda amplia alrededor de un celular. Parecen estar dando los últimos retoques a un meme que evidentemente les causa mucha gracia porque los planos del pop up los muestran activamente risueños. Si nos detenemos en la pantalla que convoca al grupo vemos una pintura que muestra a dos hombres que podemos suponer griegos, de la antigüedad clásica, en un enfrentamiento mortal. El que agoniza declama sus últimas palabras sobreimpresas en letras de historieta: “Yo soy tu padre”. Su asesino clama: “Noooooooo”. Quien está a punto de morir tiene su cara intervenida, ahora es la máscara de Darth Vader, el emblemático personaje de Star Wars. En un discreto segundo plano, la profesora del curso abraza su Edipo rey de Sófocles mientras contempla entre enternecida y admirada a sus alumnos de segundo año de la escuela de Villa Crespo.

El correr de las hojas nos lleva a una escena invernal. Por la ventana se ven los monoblocks del Barrio Ejército de los Andes en un exterior oscuro y lluvioso y la primera hora de clases transcurre sin que todavía se haya hecho de día; sin embargo el interior del aula muestra una actividad frenética. El pizarrón aparece dividido en tres columnas donde constan escenas de una novela, nombres de alumnos y un formato: fotonovela, texto dramático, historieta, relato de fútbol, cuento ilustrado. Podemos entender que eso ha pasado antes y ahora todo el activo grupo está filmando el partido de fútbol. Los bancos aparecen arrumbados contra la pared para permitir un espacio amplio en el que algunos hacen que juegan ese partido, un chico relata con un micrófono imaginario y el resto del curso se acomoda con distancia representando a una hinchada que sigue atenta lo que ocurre en el campo. Unas chicas parecen estar increpando al árbitro y sobre toda la hinchada vemos un pinchudo globo de historieta que dice: “Uuuuuuh”. La profesora, confundida en las imaginarias gradas de la cancha, filma con su celular la panorámica. Un poco ajeno a la escena, un chico le dice a otro en letras que parecen irse volando por la ventana: “Nunca leí algo tan largo”. El otro hace pasar las tantas hojas de El equipo de los sueños del argentino Sergio Olguín. Son unas cuantas, parece decir el gesto admirativo que se dibuja en su rostro.

Más adelante, la página se divide en tres grupos de planos que se abren y cierran de manera independiente, enmarcados con un fondo de escenario un poco venido a menos. Si abrimos el primer grupo vemos cinco chicas de sexto año disfrazadas de brujas. La más grandota parece estar pegándole a una más chiquita, que grita. Las otras dan la sensación de estar haciendo extraños hechizos porque humo y luces de colores ocupan parte de la escena. En el segundo, hay otras cinco chicas. Una, vestida con un uniforme militar, les está gritando a las otras y al público: “Ni muertas, ni vivas; desaparecidas van a terminar”. Bernarda Alba está siendo escrachada en el tercero mientras el público presencial y distanciado por Zoom de la escuela de Lomas de Zamora aplaude y la profesora se prepara para subir al escenario a saludar porque sus alumnos la llaman desde las bambalinas.

Si avanzamos en el libro pop up cuatro o cinco hojas, una enorme pantalla de computadora ocupa prácticamente todo el cuadro y vemos las espaldas de un profesor cuyas manos se deslizan por el teclado. El reloj indica las 23.50. El correo electrónico está abierto y en la bandeja de entrada vemos cinco mails con el mismo asunto: corto Benedetti grupo 1, 2, 5, 3, 4 en ese orden. La cuenta de la Asociación Argentina Benedetti en Instagram también está abierta: ya tiene subidos dos de los cinco cortos audiovisuales de sus alumnos de la escuela pública de Balvanera y recibe solicitudes de seguidores. En el Word, algunas anotaciones como comentarios de las filmaciones –intertexto, ironía, efecto cómico, personajes, referencias cinematográficas, narrador/voz en off- en una página que lleva como título en negrita “Quinto año- cuentos de Benedetti- transposiciones fílmicas- concurso imaginario AAB (Asociación Argentina Benedetti)”.

Salteamos algunas páginas más e irrumpe un chico de rastas, con los pies sobre la mesa, desparramado en una silla mirando su celular en un sitio que indica los límites geográficos de Villa Madero. En la mesa hay un cuaderno con sus notas manuscritas en las que se distingue claramente una frase: “Tenía, ponele, siete años, puede ser ocho.” De la cabeza de rastas salen nubes de historietas que muestran al chico charlando con sus amigos de la esquina, con su profesora y sus compañeros en la escuela. También se ve al chico recorriendo un álbum de fotos familiares en Google drive; al mismo chico pero más chico, atravesando con cara de expedicionario un baldío ayudado por una rama; con un pie vendado y mirando, con cara de héroe un clavo oxidado. En la mesa, está abierto en las primeras hojas Villa Celina, la colección de relatos de de Juan Diego Incardona que también se ve en el globito en el que el chico de rastas está en la escuela porque lo tiene la profesora en una mano mientras con la otra señala algo en una de las ilustraciones del artista plástico Daniel Santoro.

En las clases, los jóvenes escriben y filman y graban y dibujan sumando sus voces y perspectivas a una tradición letrada, a los textos de aparición reciente, a aquellos especialmente producidos para ellos que la escuela pone a disposición mientras dialoga con las producciones lingüísticas y multimodales que los mismos estudiantes llevan al espacio escolar en las aulas de Lengua y Literatura.

Palabras sueltas de distintos tamaños y grafías irrumpen en cuanto damos vuelta la página del pop up. Hay que buscar con minuciosidad debajo de ellas para ver grupitos de chicos que las pegan cuidadosamente en sus hojas de carpeta. Otros, más avanzados, ya están colgando sus poemas-collage en piolines que cruzan el aula de una punta a la otra con broches de colores. Los poemas se alternan con pañuelos verdes. Una alumna declama su poema-collage mientras una compañera la filma. En una esquina, la profesora recoge los restos de diarios y revistas que sirvieron para escribir intentando que no se les confundan con los libros de Juan Gelman, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Susana Thénon, Sor Juana Inés de la Cruz y Marosa di Giorgio que hacen equilibrio en una punta del escritorio.

Cuesta identificar las figuras porque la escena que tiene lugar en Villa Lugano es casi de un negro absoluto. Con mayor detenimiento empezamos a ver que lo que no vemos son jóvenes sentados en ronda. Uno ilumina su cara desde abajo con la luz tenue de su celular. Otro ilumina con el suyo el texto que el primero lee. Leemos “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”. En un gris oscuro creemos escuchar la voz de la profesora que pregunta: “¿Les da el mismo miedo que a mí?”

La curiosidad hace que avancemos más y más rápido y ante nuestros ojos se abren y cierran vertiginosas imágenes en las que estudiantes de las escuelas secundarias públicas y privadas de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense leen cuentos, microrrelatos, poemas, nouvelles, novelas, sagas, poemas, caligramas, entradas de blogs, páginas literarias, novelas en Whatpad (una plataforma colaborativa de publicación de contenidos), creepy pastas (historias cortas de terror que circulan por internet), miran películas, capítulos de series, videopoemas, escuchan podcast, leyendas urbanas, mitos, miran comedias en un acto, teatro breve, tragicomedias, tragedias. Y producen textos que responden al circuito escolar, pero que muchas veces lo exceden y entonces son textos que circulan de mano en mano, por fuera de la escuela, en ediciones artesanales o que es posible encontrar, como tantas cosas, en la web. Algunos de estos ejercicios escolares son quizás los primeros pasos de producciones que se inscribirán en el campo de diversas prácticas artísticas porque algunas veces los proyectos de dramaturgos, ensayistas, escritores, poetas empiezan en la escuela y sus alrededores. En las clases, los jóvenes escriben y filman y graban y dibujan sumando sus voces y perspectivas a una tradición letrada, a los textos de aparición reciente, a aquellos especialmente producidos para ellos que la escuela pone a disposición mientras dialoga con las producciones lingüísticas y multimodales que los mismos estudiantes llevan al espacio escolar en las aulas de Lengua y Literatura, en las bibliotecas, en los espacios de actividades múltiples donde la literatura se muestra como una práctica sociocultural compleja, una práctica que se lleva a cabo con los otros.

En el caleidoscopio vertiginoso en el que ha devenido nuestro libro pop up aparecen -en las gradas ficticias, en el escritorio, frente a la computadora, entre bambalinas, en la última fila de pupitres- los profesores. Como agentes de mediación cultural en torno de la institución literaria “indisociablemente constituida por luchas simbólicas, instancias de legitimación, maniobras económicas, discursos mediáticos” en palabras del profesor de Literatura y Antropología de la Cultura Jean-Marie Privat, y en las instancias previas de cualquiera de las escenas que se han abierto ante nuestros ojos, estos docentes han seleccionado textos en los amplios marcos de los lineamientos curriculares y de las tradiciones escolares de lectura, en sus cánones de la formación disciplinar específica, en sus propias bibliotecas de coleccionistas de textos, en sus intereses actuales, en los círculos amistosos y profesionales que intercambian lecturas, en los recuerdos de aquellos textos que quizás fueron los que los hicieron lectores de literatura antes de saber que la habitarían como profesores. Y también han decidido qué hacer con ellos, cuáles serán los modos de leerlos, de ponerlos a disposición, de compartirlos, de negociar sus sentidos, de redescubrirlos en el espacio de un aula a la que estos textos llegan para dialogar con chicos y jóvenes que quizás por primera vez se encuentran con libros tan largos, o tan cortos, o tan desacomodados en la página o tan enredados o tan aburridos o tan inesperados y descubren la posibilidad -que es su derecho- de leer lo que la literatura les ofrece en la escuela -una obligación con felicidad, una obligación gozosa, en las palabras del especialista en Enseñanza de la Lengua y la Literatura Gustavo Bombini- otra puerta de entrada para leer el mundo que les toca vivir, para interpretarlo, para ver qué hacer con /en /contra él. Claro que hay también clases aburridísimas, cuestionarios disciplinadores, puestas a prueba de la comprensión lectora de quien hizo la evaluación más que la de quien tiene que resolverla… pero este libro pop up que estamos recorriendo nos devela prácticas que ocurren en las escuelas entre alumnos y docentes que mientras descubren y redescubren, discuten, cuestionan, rearman el poder epistemológico y transgresor de la lectura de literatura –como lectores y como productores- se descubren y descubren a los otros habitantes de una experiencia que la escuela hace posible.

* Licenciada y profesora en Letras. Docente de la UNIPE.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur