EDICIÓN - MAYO 2025

Serbia en el juego de Occidente

Por Lily Lynch*

Serbia entró al siglo XXI golpeada por años de guerra y sanciones, pero creyendo que se avecinaban días mejores. Una parte significativa de este optimismo fue la creencia en que la membresía en la Unión Europea (UE) era inminente. Para los muchos serbios que participaron en las protestas contra el régimen de Slobodan Milošević, la adhesión a la UE era una recompensa por su derrocamiento. Pero en los años transcurridos desde entonces, algo salió mal. Un cuarto de siglo después, a pesar de los años de esfuerzos de “europeización”, Serbia parece ahora más lejos que nunca de la admisión.

Culpar a alguien por esta situación es más complicado de lo que parece a primera vista. La mayoría de los comentaristas occidentales culpan exclusivamente al Gobierno serbio, encabezado por el presidente Aleksandar Vučić, de lo que denominan “retroceso democrático”. El Carnegie Council define este término como “un fenómeno a veces caracterizado como ‘erosión’ […], el proceso de disminución de la integridad de los valores o instituciones democráticos en un sistema político” (1). Pero las deficiencias democráticas de Serbia no se han multiplicado en el vacío. Una serie pesada de shocks y cambios internos dentro de la UE –Brexit, la crisis de refugiados de 2015, la respuesta de la UE (o la falta de ella) a la pandemia de Covid 19 y la geopolitización de la UE después de la guerra de Rusia en Ucrania– disminuyeron los incentivos para que el Gobierno de Serbia adoptara la retórica y el tipo de acciones preferidos por el bloque. La regresión democrática de Serbia se ha producido en gran parte como respuesta a las propias crisis internas de la UE, no de forma aislada de ellas.

Por el camino de Vučić

Antes de cualquier discusión sobre esta evolución, es importante trazar la transformación previa de Aleksandar Vučić. El gobernante Partido Progresista Serbio (SNS) de Vučić fue fundado en 2008, como una rama moderada y proeuropea del ultranacionalista Partido Radical Serbio (SRS). Vučić había sido miembro del SRS desde su juventud. Pasó sus primeros años en política bajo la tutela del incendiario líder del partido –luego acusado de crímenes de guerra de La Haya–, Vojislav Seselj. En los últimos años del gobierno de Milošević, Vučić fue ministro de Información y se destacó por el control de los medios de comunicación y los ataques a periodistas opositores, dos características que replicaría años después, ya en la cima del Estado.

El SNS de Vučić llegó al poder en 2012, tras una sorpresiva victoria contra el actual Partido Demócrata (DS), liberal y pro-UE. Los radicales habían sido estrangulados por el DS en una sucesión de elecciones, y Vučić había entendido correctamente que un rumbo proeuropeo era la clave para lograr la victoria electoral.

¿Hacia la adhesión?

En sus primeros años en el poder, Vučić tomó medidas que parecían calculadas para complacer a Occidente. Asistió al memorial anual por el genocidio de Srebrenica en Potocari, Bosnia, un esfuerzo que fue rápidamente abortado cuando los espectadores le arrojaron piedras; firmó el Acuerdo de Bruselas de normalización de las relaciones entre Serbia y Kosovo, un acuerdo considerado “histórico” por los líderes europeos y ampliamente promocionado como un raro éxito de la mediación de la Unión. Hubo, también, ciertos movimientos de signo contrario: en 2014, por ejemplo, Belgrado recibió a Vladimir Putin con un imponente desfile militar de una escala no vista en la capital serbia desde los tiempos de Tito. Pero, en general, Vučić parecía estar siguiendo el juego. De todos modos, la guerra de Rusia en Ucrania seguía confinada al este del país: si bien el conflicto y la anexión de Crimea habían provocado un marcado deterioro de las relaciones entre la UE y Rusia, aún no se habían degenerado hasta el extremo en que lo hicieron desde la invasión a gran escala en febrero de 2022. La carrera por la adhesión seguía en pie.

Las deficiencias democráticas de Serbia crecieron en respuesta a cambios dentro de la propia Unión Europea.

Fue la crisis migratoria de 2015, en la que alrededor de 1,3 millones de refugiados de Medio Oriente solicitaron asilo en países europeos, el primer gran acontecimiento transformador en las relaciones entre Serbia y la Unión Europea. La crisis alteró la relación entre los Estados miembros y los países candidatos de la llamada “Ruta de los Balcanes”. Macedonia del Norte y Serbia fueron dos países en la ruta que seguían los refugiados para llegar a la UE. Por lo tanto, la crisis migratoria convirtió a estos países, junto con Turquía, en “Estados amortiguadores” encargados de “detener la marea” de refugiados. Esto cambió la naturaleza de las relaciones entre los funcionarios europeos y los gobiernos de los Balcanes: una relación que, al menos retóricamente, promovía “valores comunes”, devino en una relación más bien transaccional. Algunos políticos de la UE, como el entonces Canciller de Austria, Sebastian Kurz, cortejaron agresivamente a autócratas de derecha como Vučić y al entonces Primer Ministro de Macedonia del Norte, Nikola Gruevski, entendiendo que eran fundamentales para mantener las fronteras de la fortaleza europea. En los Balcanes, la crisis migratoria expuso un cierto vacío en el corazón del proyecto de adhesión. Si bien los líderes europeos predicaban los derechos humanos universales y los “valores europeos”, no dudaron en abandonar esas ideas respecto de los Balcanes cuando eso significaba reducir el número de refugiados en sus países. Serbia y sus vecinos fueron tratados como depósitos, más útiles fuera de la UE que dentro de ella.

Este escenario también disminuyó el apetito por la ampliación dentro de la UE, donde ya estaba madurando una reacción violenta. Lo último que querían los europeos era que entraran más “forasteros”, exactamente lo que se esperaba que sucediera con la ampliación. La reciente adhesión de Croacia fue instructiva: se unió al bloque en 2013, el último país en hacerlo. Desde que obtuvieron acceso al mercado común, más de 300.000 ciudadanos de Croacia abandonaron su país. Unirse a la UE resultó en una disminución demográfica tan marcada en Croacia que ahora debe importar mano de obra de Asia para llenar los vacíos dejados por la emigración masiva.

Luego vino el Brexit, posiblemente el segundo de varios golpes. Si bien el euroescepticismo había sido un elemento básico del discurso político serbio durante años, el Brexit le dio nueva vida. Si un miembro real de la UE se había ido, tal vez la membresía no fuera tan buena como parecía. Vučić describió al Brexit como “la mayor agitación política desde la caída del Muro de Berlín” e incluso sugirió celebrar un referéndum en Serbia respecto de su eventual membresía. Si bien se comprometió a continuar por “el camino europeo”, hubo una renovada ambigüedad en este mensaje.

La pandemia le dio a la UE otra oportunidad de desnudar su lado menos halagador. En una conferencia de prensa en marzo de 2020, Vučić anunció medidas para combatir la propagación del virus y ejerció parte de su retórica anti-UE más virulenta hasta la fecha. Al señalar que la fraternal China había proporcionado ayuda médica a Serbia mientras Europa estaba ausente, calificó la solidaridad europea como “un cuento de hadas”. Este mensaje se mantendría constante durante toda la pandemia: China era el verdadero amigo, mientras que la UE era incompetente o, peor aun, indiferente hacia Serbia y otros países de su vecindario.

Déficit democrático y geopolitización europea

Más recientemente, la respuesta de Europa a la invasión de Ucrania agravó la naturaleza ya “transaccional” de la relación entre Serbia y el bloque. Serbia se volvió indispensable al permitir que sus armas sean enviadas a Ucrania, lo cual generó que la UE esté aun menos interesada en los déficits democráticos del país. En Belgrado, un mensaje se escuchó alto y claro: si continúan siguiendo el juego de Occidente, soslayaremos por alto sus problemas internos.

Desde la invasión rusa, la UE también ha adoptado una nueva postura agresiva, denominada “Europa geopolítica”. Un elemento central de este cambio es la idea de que el bloque debe “aprender a hablar el lenguaje del poder”: la antigua UE, dicen, era demasiado mansa y tal vez demasiado apegada a los valores. Para enfrentarse a enemigos como Rusia y competidores como China, debe evolucionar. Resulta fácil ver cómo alguien como Vučić podría encajar en esta ecuación: Por un lado, la “Europa geopolítica” está menos interesada en promover valores y más en ganar guerras; y, por el otro, está desesperada por reducir su dependencia de China en el campo de las materias primas utilizadas en la producción de baterías para vehículos eléctricos. Y Serbia, además de una entrada de armas para Ucrania, es una de las mayores reservas de litio de toda Europa. Así, el año pasado, la UE firmó un memorandum de entendimiento con Serbia (2), iniciando una “asociación estratégica” sobre materias primas como el litio que pasó por alto cualquiera de los repetidos cuestionamientos a la gobernanza del país. El enfoque transaccional, arraigado en un cálculo pragmático similar al de la Guerra Fría, ha suplantado el viejo modelo según el cual Bruselas inculcaría a sus “socios orientales” los denominados “valores europeos”. Hoy el Gobierno serbio está menos interesado en la democracia porque, en parte, y a pesar de su altisonante retórica en sentido contrario, la UE también está menos interesada en ella.

1. Carnegie Council, Democratic Backsliding, https://www.carnegiecouncil.org/explore-engage/key-terms/democratic-backsliding

2. Comisión Europea, “EU and Serbia sign strategic partnership on sustainable raw materials, battery value chains and electric vehicles”, https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/en/ip_24_3922

* Periodista residente en Belgrado (Serbia), especializada en temas de política internacional.

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